Nostalgia inesperada

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Dicen los que la conocen que lo mejor de India es salir de allí pero, cuando te vas, la echas de menos. Es la maravillosa contradicción de un país incomprensible

Namasté es el saludo en la India, y se realiza con una pequeña reverencia acompañada de un gesto de plegaria con las manos. Llego de la India, donde estuve por primera vez, y he de confesar que, para sorpresa mía, una de las primeras sensaciones es que, después de llegar a odiarla, la echo de menos. O mejor dicho, echo de menos la viveza que desprende, no su cultura, sino el día a día de sus gentes. La India es un país contradictorio e imposible de entender. Quizás no haga falta. Sólo hay que sentirla, sin que la reflexión atienda a criterios exclusivamente espirituales, que en mi caso, no lo son. Hay que dejar que te entre por los ojos, aunque te saque de quicio. No entiendes nada, pero mientras la pateas, lo sigues intentando. No te rindes, no sabes qué es eso que te atrae desde que sale el sol hasta que se esconde. Te cabrea el ruido, el tráfico caótico, la suciedad, la marabunta de gentes que ocupan sus calles. Sabes que nada es lógico pero, a la vez, sabes que es eso lo que la hace atractiva.

La India es imposible de gestionar, ni en sentido estricto, sobre el terreno, ni en sentido figurado, en la soledad de tus pensamientos, como ente, como cultura, como sociedad, como país. Como nada. Y, mientras la disfrutas in situ te vas dando cuenta que no debes hacerlo, que no debes entenderla, que no debes juzgarla, que no debes… Debes aceptarla, asimilarla y disfrutarla. Y eso es lo que deja huella, lo que hace que la echemos de menos, como sorprendentemente me ha pasado. Y ya he confesado que no me lo esperaba. Deseaba llegar a casa, poder salir a la calle, circular de una forma normal, sin estridencias, sin estar pendiente de nada. Circular por aceras uniformes y limpias, por calles sin basura ni animales. Poder ver comercios y tiendas, escondidas en sus espacios, sin invadir el resto. Pensaba que disfrutaría otra vez de circular de forma anónima por la calle sin pensar si alguien me va a pedir algo, me va a preguntar de qué país soy, si quiero entrar a su local o si necesito ayuda para encontrar algo.

En namasté hay una referencia al ti, no al yo. El indio saluda y te ofrece su vida. Junta sus manos y sonríe. Y lo suele decir dos veces. Hace referencia al yo, que te reverencia, que te adora, a ti. Sin conocerte, a simple vista, busca tus ojos, porque a pesar de que namasté es reverencial e inclinan la cabeza, te buscan con los ojos, como miran a sus dioses o a sus santos, en el variopinto imaginario con el que cuenta el hiduismo, siempre de cara y siempre dispuestos a ponerse a disposición de…

El que no tiene nada, te da lo que tiene, y el indio te ofrece su reverencia, su acogida, el orgullo de sentir que vienes a verlos, a conocer su país y su vida. Y, en agradecimiento, el indio se inclina y te adora, te persigue para que te fotografíes con ellos, a veces tanto, que empalaga como un polvorón. El bullicio, el ruído, el fuerte olor es todo lo que te acompaña en cuanto paseas por cualquier calle de la India. Y no te das cuenta de que, lo que allí te llega a superar, a saturar, es lo que cuando llegas, cuando caminas por las calles medio vacías y silenciosas de nuestros pueblos y ciudades, te atrapa, te enamora. Y sientes nostalgia. Y no me lo esperaba. Y me alegro de que así sea sobre todo por una razón: es una evolución de mí como persona. Creas lo que creas, pienses lo que pienses, hagas lo que hagas, no prejuzgues nada. Empatiza.

Lo cierto es que, cuando llegué al aeropuerto de Delhi, sentí cierta liberación. Por fin podría disfrutar del anonimato y cierta normalidad, sin ser objeto de la curiosidad y la novedad, sin que nadie te ofrezca o te solicite su atención, sin que nadie te quiera vender algo o simplemente reclame tu atención. Los tuk tucs, las motos, las vacas, los monos, los perros, los puestos de comida callejera, los miles de puestecitos donde se puede comprar de todo, los mercados, los olores a fritanga, la tierra, el polvo, la suciedad… Todo, todo para huir y no mirar atrás. Y sin embargo…

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