El Puto ECM

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Hace tiempo que me preguntan. ¿Qué es eso de #elPutoECM que pones tanto en tus historias? Y me dije, un día trataré de explicarlo. Ya lo intenté con Desafío el pedal, pero salir en bici no es hacerlo con el ECM, nuestra grupeta, una forma singular de vivir o sufrir el ciclismo a partes iguales. Si le tuviera que poner un adjetivo al ciclismo del ECM, sería: ciclismo heavy.

Para los no iniciados… Las peñas y grupetas suelen tener unas normas de buena conducta, como un código no escrito. Puntos de reencuentro, velocidad pactada. Todos vamos juntos. Todos salimos juntos y todos llegamos juntos… De esas, en el ECM, sólo cuando pinchas, hay parón. Pero como con todo lo que pasa en nuestra grupeta, ni en ese caso, es uniforme la parada.

Nosotros no esperamos, no especulamos, no entendemos salir a rodar, el almuerzo es nuestro único punto de encuentro y a veces ni eso, no damos tregua. Nadie se enfada si se queda, y nos picamos con nuestra sombra. Un puerto, un esprint, los relevos. Entra quien quiere, quien quiere se va. Quien no está bien, sufre. Quien está bien, también. Pero no hay término medio. El ECM es una agonía, un subidón, una forma de vivir el ciclismo que no deja indiferente, pero que a nosotros nos llena. Si estás bien, estás adelante. Si no tienes buenas piernas, ves la tele desde el sofá. Cuando llegas a casa desearías que tu bici desapareciera. Cuando va llegando el sábado, vuelves a ver tu burra de otra manera. Llega el día, preparas la ropa. Vuelve #ElPutoECM

La estética del relevo, carne de gallina.

Voy detrás. Trato de hacer unas fotos y algún video. Veo el ECM reunificado, algo poco habitual. Pero a veces pasa. Acabamos de almorzar y vamos juntos. Es, con la salida, el único momento del día. La carretera se inclina hacia abajo. Empezamos a jugar. Iniciamos la marcha. Marcamos los relevos, esa forma de caminar en la bici en el que todos pasamos y, de inmediato, nos hacemos a un lado para que el que viene por detrás, mantenga o aumente el ritmo. El viento lo repartimos a partes iguales. Jugamos a ser ciclistas. Pasar no es fácil. Has de aumentar el ritmo del que se echa a un lado, y encima recibas el aire. Hay silencio, mirada perdida y dirigida a la rueda del de adelante. Sólo tienes que estar atento a no perder rueda para no tener que hacer un sobresfuerzo. Desde atrás, veo los calcetines blancos -del Jumbo, destacado con la sincronización del pedaleo, el esfuerzo, la respiración y el silencio. Sólo el aire, y el ruido del cambio. Clanc, clanc, clanc… Buscas tu mejor cadencia. Las piernas duelen, la respiración se acelera. No hay tregua. Pero hay un enorme placer rodar kilómetros y kilómetros solidarizando esfuerzos. Porque además de mantener un ritmo, la estampa que deja en la carretera es de una belleza extrema y, desde dentro, pone la piel de gallina. Rodar a relevos es ciclismo de primera clase, genuino. Un gusto. Una rotonda, un tobogán o un semáforo rompen la sincronía. Pero nadie nos quita el gusto de disfrutarlo. #ElPutoECM no rueda. Ruge y busca el límite, la agonía del esfuerzo. No sólo se trata de ir rápido, sino de ganar al colega, del pique, de la estrategia. Si te quedas –entrena más. Si vienes –es lo que hay- Si no puedes –toma el atajo (escapatorias de los trayectos oficiales para los que no quieren sufrir a #elPutoECM). Si te vas –vamos a por ti. Todo es una mezcla entre una crono por equipos y una carrera de persecución en pista. Es todo muy heavy. Pero es que el ECM es muy heavy.

Ocho de la mañana. Decenas de ciclistas en un trayecto habitual. De Bétera a Olocau. Grupetas más pequeñas, más grandes… De dos en dos. Llevan un ritmo uniforme. La mayoría va hablando, contando sus cosas. De forma tranquila, cada uno a una velocidad, disfrutando, dicen, del ciclismo. A veces, nosotros vamos así -las menos. El ECM hace honor a su hashtag. La multitud nos motiva. Grupos y grupos de ciclistas que pasamos a toda velocidad, en fila de uno. Algunos se pican, y nos siguen unos kilómetros e, incluso, alguno se apunta al desafío. Pero acaban apartándose.

La carretera pica para arriba. No hay mucho desnivel. Pero en el ciclismo decimos que no es el recorrido que hace la dureza, sino que es el ritmo. Y en el #ElPutoECM una etapa llana es más suplicio que una etapa reina con cuatro puertos. Pasamos grupetas, que nos miran raro. ¿Dónde van estos? Los de amarillo… A veces ven el rosario de amarillos, es decir, los que nos vamos descolgando del ritmo que pone la cabeza. Todavía más extrañeza. No se esperan. A veces, esperas que alguien se descuelgue para evitar la agonía de ir con el gancho (al límite), y ya ni te quedan piernas ni oxígeno. Que se vayan!, dices. Pero en el fondo, te jode. Te molesta. Quieres estar ahí, pero no puedes. Lo admites con resignación. Sabes que si estás delante es porque estás bien. Sabes que, si aguantas el momento de debilidad, siempre hay una tregua (pocas, pero alguna hay).

¿Por qué corremos así? Pues, en realidad, no lo sabemos (o yo por lo menos, no lo sé). Pero tiene que ver con nuestro carácter. Y eso que yo nunca he sido competitivo. Siempre me ha gustado más el pertenecer a algo así de lo que se llama estar, participar. Si le puedes echar una rueda a alguien, se la echas, si alguien se descuelga, pues te quedas y le llevas. Y eso también pasa, pero menos. Pero aquí estoy. Como un joputa más del ECM. Quien viene, repite, se engancha. Es un ciclismo que vicia, que te hace estar pensando toda la semana en qué pasará el sábado, por dónde vamos y qué hacemos. El pique permite la mejora, y jugar a ser ciclistas es la gasolina que nos da la fuerza.

Pero, sin lugar a dudas, el pegamento que junta el ECM con esta filosofía no es otro que el Roxi #elPutoRoxi. Con él no hay paz, sin él muy seguramente seríamos el ECM pero no seríamos #elPutoECM. Bienve dice que sale para hacer feliz al Roxi, es decir hacerle sufrir, aunque sólo sea un segundo. Tormento se ha ganado el derecho a echarle de menos o a mandarlo a la mierda. No hay indiferencia, como tampoco la hay en la carretera. El pedaleo uniforme, visto desde atrás, los calcetines blancos del Jumbo, el látigo… no hay tregua en las rotondas, y un repecho es un desafío. Buscamos la agonía, y la regamos con cerveza al final de la jornada, mientras vamos al Strava a ver cómo ha ida la cosa. Incorregibles. Somos #ElPutoECM. Y que llegue el sábado.

«Salivo la cerveza»… Llegamos a Massamagrell, paramos el ritmo, detenemos lo relojes y bajamos pulsaciones. Llegamos en grupos o de uno en uno, casi nunca todos. Y nos miran raro…

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Ci vediamo…

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Los Dolomitas son un coloso, pero son la suma de muchos esfuerzos. Desde que sales de Bérgamo, y te acercas a Bormio, te atrapa la violencia del paisaje, la altura desmesurada que provoca romper por los valles, bañado en su inicio por la  calma y la pausa del Lago de   Como. Llegando a Bormio, desde Tirano, desde la misma carretera, ya ves a la primeros  ciclistas, cada cual persigue su reto. El Stelvio nos enseñará que los Dolomitas existen para ser conquistados, para se retados. Y sus carreteras, sus enormes porcentajes de subida, su longitud desmesurada es una invitación a ser seducidos, conquistados con aire de heroicidad.

Eso sentí subiendo Gavia (por Bormio), Mortirolo (por la vertiente de la curva del malogrado Pantani), y el Stelvio, el puerto más alto de Europa, por sus tres lados (dos en relidad), la subida que te exige fortaleza, paciencia, temple, habilidad, superación y te añade un gran aporte de endorfinas y, como consecuencia, felicidad. Seguramente la misma del que acaba un maratón, un súper trail o un ironman. Poner tu cuerpo a prueba, buscar tus límites. Cada sábado, nuestro ECM sube su pequeño Stelvio, rivaliza con la diversión de poner a pruebo al rival, el amigo triturado al final con las cervezas y sana con la felicidad de jugar a ser ciclistas, a emular al Van Aert de turno, y a esperar la próxima salida

Pero subiendo el Gavia y el Stelvio, uno no sólo emula al ciclista sino que reproduce sus gestas en el lugar donde ocurren: en las curvas de herradura, en las interminables rectas de porcentajes inhumanos, en la descensos infinitos. Por esas carreteras han corrido  los  grandes del ciclismo. Y por esas carreteras los muertos, como dice Pepe, nos sentimos inmortales, estrellas por un día y un poco héroes. Al ECM no le va eso de lo importante es llegar o participar, sino que buscamos que a  cada uno no nos quede nada, y nos duelan hasta las pestañas sábado sí y sábado también. En Dolomitas, el ECM (por desgracia no todos pudimos estar) estuvimos, fuimos y combatimos como siempre, pero llegar arriba no estaba en duda. Disfrutar del dolor en el camino, tampoco. La última subida a Stelvio, la mítica, la de la pared infinita, zigzagueada por turnati descontadas hasta la  cima ha sido, no sólo lo más duro y más largo que he subido jamás, sino también lo más imborrable, el recuerdo que te lleva a volver. Porque los Dolomitas enganchan, son adictivos, proporcionan un placer masoquista inexplicable.

Hablando, comentando, cada uno de los que fuimos nos trajimos algo. Con Roque, subimos, mano a mano, Gavia y Mortirolo, con esa habilidad y gusto suyo por los puertos, la habilidad para orientarse y su enorme capacidad para entablar relación con la gente. Don de gentes. En la bici, incansable y insaciable. Stelvio desde Pratto, su hazaña. Gavia.»Molt tenen que ser els altres perquè m’agraden més que el Gavia», em va dir el primer dia. I crec que no ha canviat d’opinió. Y además, vimos a Annemiek Van Vleuten

A Pepe, no le hace falta decir, se le ve. Pasa por negar su clase, pero sube y sufre todo lo que sabe y más. Si canta (Cuando el español canta…, suele decir), disfruta. Roque le acopla y le guía cuando la pendiente te mina. Los Dolomitas de Pepe fueron ascensos de a quien la escalada su cuerpo (como a mi) no le beneficia… Pero sin duda Pepe fue bajar, descensos míticos con los que todos disfrutamos. Pero sobre todo, Pepe es buen rollo y muchas risas. Acompañado de una cerveza, es todo cachondeo. Vamooos Pepe… «Si estoy muerto…» Y así siempre. Pepe es Pepe.

Pastera es la experiencia, la elección de la superación, del que lleva en el adn el gol que, en la bici,es la estrategia del que acostumbra al triunfo a la corta. Cada pequeña  victoria es una conquista. El coloso Stelvio fue la gran final, el partido con hydratation pause más largo, el más exigente. Su capacidad de sufrir fue proporcional a los 26 km de ascensión, tan dura como encoratjadora. Las fuentes fueron pausas para saciar la sed y esconder las ranpas del sobre esguerzo. Como todos, disfrutamos del descenso. Y Pastera hace de la habilidad virtud y saca el máximo rendimiento a sus fortalezas. Stelvio dejó secuelas pero alimentó su competitividad, alimentada desde siempre.

Y el roxi vive en su hábitat natural. Los Dolomitas son su casa. Si fuera italiano, haría  de Bormio su casa. Así, normal que,no soló pretenda volver, sino que sueñe con un motor home con presencia permanente en los colosos que reinan los Dolomitas camino de los Alpes. Subir es casi una necesidad de su cuerpo escuálido, nacido para escalar al que une una hijoputed necesaria que le da una capacidad ganadora, a veces incluso mayot que su reconocible clase. Tormento is storm. Como dice Barón Rojo: no ver, no hablar, no oir…

CAROLINA

Y ese fue el punto de conexión, el Canina dolomitico donde la reunión nos lleva a la risa y a la expresión máxima de a endorfia. La risa, el pique y el relax se convierten en el recuperador de una nueva ruta. Con la bajada del Stelvio, la misma ruta que marcó el ascenso de primera hora. Dolomitas marca un antes y un después en el ECM, esperando que esta aventura anual sea más y mejor.

CI VEDIAMO…

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Ponte a rueda, Pedro

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«Mira Mingo, ya no puede» y una sarta de risas. Era Pedro, bendito madero. Sonrisa eterna que el puto cáncer nos arrancó de golpe. Esta foto nos la hizo el tranvi. Junio del 2021. Habíamos almorzado en la Micaela en Vilamarxant. A Pedro le encantaba almorzar y rodar por aquellas carreteras. Siempre te ponía un ritmo que te sacaba de punto. Pero aquél dia la sonrisa se le empezaba a apagar. Un dolor, antibiótico y duda… esa que después se convirtió en el iceberg que ha acabado con su sonrisa eterna. No le volví a ver. Supe de él por Estarlik, el acompañante al que un almuerzo en Geldo lo reencontró años después de unas opos. El apresurado adiós de Pedro ha sido una dura caída, la más dura, la derrota más dolorosa.

A Pedro el infortunio no lo tumbó. Su enorme voluntad de salir adelante nunca lo apagó. Me contaba José Estarlik que tres días antes de irse estuvo con él y le preparó el rodillo para dar las primeras pedaladas después de superar el cáncer y la debilidad. Pero esa enfermadad es un tunel del terror. En cualquier momento te aparece el dolor y se extiende el veneno. Cuando sacas el cuello, te lo corta. Y Pedro se nos fue de repente, en un pis pas, sin avisar y casi sin tiempo para decirle adiós. Como todas pero éstas más, las muertes no avisan aunque se anuncien. Pero él seguro que quería que no le lloremos, que le recordemos como siempre nos había acompañado. Con risas, oyendo la cadena rodar, sintiendo el trac-trac-trac del cambio y parando al cremaet y el repito.

Pero la ausencia de Pedro en la grupeta, en la nuestra de los que salíamos entre semana era mayor en su peña, la de Museros. Sus amigos, David,Felipe… y el Poli, el abuelo pintor, la roca que lo mismo hacía un maratón que nos sacaba de punto en una subida. Poli despidiendo al pipiolo Pedro. El Zipi y Zape, porque siempre estaban de pique. Una amistad labrada desde la distancia generacional y la cercanía de caracteres. Con los dos polis las risas esraban garantizadas.

Pero sin duda, a Pedro le desbordaba la emoción cuando hablaba de Ángel, su hijo. El peque se ve que era un trueno (como él). Tardes de parque interminables, uña y carne de alguien que nos hizo vivir la llegada del nano en cada kilómetro. Y, sobre todo, de María Ángeles, sustento en silencio de Pedro en la prudente distancia que había puesto. Como mi amigo Lino, Pedro puso distancia para evitar nuestro dolor y el suyo. Nosotros, sus amigos, éramos su sueño de volver a su rutina, a su bici, a sus tardes con Ángel y la vida con su mujer.

Hablé con Pedro dos veces por whatsapp en todo este tiempo. No quise que Pedro se viera obligado a salir de su propio dolor, de la frutación del que sabe que su vida ha cambiado. Lo hizo la vez anterior, en su trabajo, y seguro que lo hubiera conseguido ahora. Pero la única adversidad que no ha podido superar es la que ya no dependió de su voluntad, sino de su infortunio.

Amigo Pedro, esta salida no se ha acabado. Continúa, amigo. Hemos parado para beber unas cerves. Seguimos, vale? Ponte a rueda.

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Jugando a ser ciclistas

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El sábado salió el ECM y Bienve faltó (mira que tienen que caer chuzos de punta para que eso pase, y ni aún así). Luego me enteré que llevaba dos años sin faltar. Si había salida ECM, Bienve siempre estaba. Y ayer, no. Y se le echó de menos. El escudo o el pegamento, la referencia. Cada recorrido lleva su sello, cada parte de ese recorrido tiene su miga, su pequeño esprint, el lugar donde atacar, sufrir, bajar. Carreteras y caminos muchas veces desconocidos. Recorridos para todos los gustos: rodadores, escaladores, incluso esprinters. Se busca el registro, la media más alta, a veces hasta el KOM de Strava. Cada ruta lleva su sello y, además, no hay cruce o variante complicada en el que no esté el bueno de Bienve esperando para que ninguno se quede in the middle of the nowhere (si no sabéis lo que es, lo buscáis en Google)

Bienve es calculador, sabe sus fortalezas y esconde sus debilidades. Como sus recorridos, es siempre una sorpresa. Nunca sabes cómo va. Reserva o se va por delante, esprinta en su cota preferida del Col de Fabián, o se deja llevar. Espera a quien flaquea (yo mismo he visto como muchas veces me ponía su rueda). Por eso y porque siempre está, nunca se le había podido echar de menos. Hasta ayer, claro. Nos pidió foto del almuerzo, sabemos que en todo momento iba a estar pendiente de la ruta. Seguro que en su cabeza estaba esa marcha mortífera desde casi la salida (bueno, ayer esperó un poco más), los ataques, los descansos. Mirar adelante, mirar atrás. Seguro que se hubiera descojonado con la enésima pérdida del Roxi. Los recorridos no están hechos para él. Si es izquierda, elige derecha. Si no hay que pasar por el pueblo, se mete. Si, como ayer, había que seguir la carretera recta de Castellnovo a Almedíjar, él se encarga de encontrar el error. Bueno, Bienve hace las rutas, y el Roxi las perpetra (consejo, nunca os bajéis su track). Nada nuevo. Un clásico. Alborozo y risas en el almuerzo. Una más.

Foto de almuerzo en Chóvar, 16/10/2021

El tío Bienve es el ocurrente (obviaremos aquí su tema estrella, cinematográficamente hablando), pero sí hablaremos de sus videos, sus montajes… El que monta la parafernalia de las cámaras, y luego los videos. Horas de grabación para escoger los momentos. Sé de qué va eso, y lo que cuesta. Y Bienve, el pegamento del ECM (el que une cualquier grieta, la cubre), es el encargado de construir nuestra memoria colectiva, con nuestros videos y con la cuenta de Instagram, adonde van a parar todas la imágenes del ECM, equipo del que, como dicen los más veteranos, es socio fundador y, por tanto, con mando en plaza y derecho de veto, como los chinos y la ONU. Quasi res porta el diari.

Y nos dieron…

Pero si siempre he destacado algo de Bienve es su cyclingstylelife. Su modo de afrontar esto del ciclismo… de aficionados. Lejos de salir con la bici, de hacer algo de deporte, almorzar y luego irse a casa, Bienve es uno de los que ha puesto el adnECM. No salimos con la bici (no sólo), salimos a ganar (al otro), a divertirnos, a emular a los mejores ciclistas del momento. Tenemos el momento Alaphilippe, ataque descomunal en pequeña tachuela para ganar el campeonato del mundo. El momento Tratnik, cuando el Pastera emula al tractor del Bahrain y ponde uno de esos ritmos infernales que nos deja a todos (menos uno) casi sin aliento. Pasar por Estivella es acordarse de Roque y su frontera. El callao de Carlos, silencioso ritmo que te deja doblado. Felipe nunca se arruga, aunque se descuelgue. Ximo, el eterno Ferrari a ritmo de coche de autoescuela. Los colombianos Javi, Sergiete y Angelillo, el Pepe gruñón al que siempre le chorrea… O todos los que han ido entrando en ruta últimamente, como Alberto o Manolo. En fin, que cuando nos deja el ritmo (pocas veces), lo llegamos a pasar relajadamente bien…

Porque caso aparte es tormento,. Si Bienve es el pegamento, Roxi es nuestro Van Aert particular, nuestro boxing bag, al que a todos queremos hacer sufrir, aunque siempre es él el que nos machaca, sábado sí y sábado también. Uno de los alicientes del ECM es ése. Y ahí es donde Bienve vuelve a sacar el diccionario : «Yo me guardo para hacer feliz al Roxi«, suele decir. Es decir, atacarlo, ponerlo a prueba, hacerlo sufrir. Asi que, parafraseando al gran Sabina… podemos decir aquello de que y nos dieron las 8, las 9, las 10 y las 11… las 12, la 1 y las 2… Y, jugando a hacer ciclistas conseguimos que muchas veces pensemos que «el fin de semana se acaba los sábados a las dos de la tarde» (otra gran frase del libreto de Bienve). El sábado que viene, más.

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Y por fin… de ruta

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No fuimos todos, pero los que estuvimos lo pasamos como niños… Y, además, con nueva equipación. Sin foto de grupo hasta que la cosa se normalice, la de la foto es la espalda de Ximo. Primera salida fuera del municipio (no para todos, pero sí para mí). Un clásico. Subida al Pico y vuelta a casa….

95,06 km… Massamagrell-Pico del Águila-Massamagrell

5.30 de la mañana, suena el despertador. Todavía es de noche. Parece una salida de invierno. La ropa, preparada. No hay tiempo. Café, algo de dulce, un plátano y, rápidamente, a la calle. Primera salida fuera del municipio en la desescalada. Hemos quedado a las 6. No hay nada abierto, y la luz del sol empieza a apretar para salir. Y vamos de estrena: el nuevo equipaje de verano (foto). Nada más salir, me encuentro a Pepe y a Ximo. Saludo protocolario. Y una coincidencia: la hora, el hecho de que hacía tanto tiempo que no salíamos en grupo… La verdad, de dormir poco.

Al poco llega Bienve. Lleva su botifarra, vamos, la nueva equipación pero en formato mono, muy pegado al cuerpo, cual triatleta. Y, la verdad, no engaña. La borifarra te saca cualquier exceso. Y, en confinamiento, quedarse como antes, es casi un imposible… Subimos hacia La Bona Paella. Allí se incorpora Sergiete, también de amarillo (nuevo color del ECM) y negro, con el logo en blanco con letras negras. La verdad, un diseño moderno, muy atractivo. Por ropa, no sería. Ahora falta lo más importante, las piernas…

El Rochi se incorpora en el camí de Llíria, no sin antes esperarlo. Pero bueno, como que no hay mejor defensa que un buen ataque, se une con su clásico cabrones, no me habéis esperado. Vamos, sin palabras, seguimos. El ritmo desde Bétera a Olocau es tranquilo, pero exigente. A medida que subimos, vemos como el sol aparece. La mañana es fresca, y arriba, en Gátova, se espera con más fresco. «Cuando he salido marcaba 12º en Gátova», me dice Pepe. La subida la marcan Bienve y Sergiete. Todo un clásico. Buen ritmo para ir acumulando kilómetros. Los kilómetros de sus piernas marcan un ritmo sin tirones. A mi, ya con más de una década montando en bici, a veces me cuesta. Ellos lo llevan de serie. Hasta la rotonda de Marines Nuevo, sin pausa.

La primera exigencia, la subida a Olocau. Buenas piernas, me encuentro bien. Las piernas, desde el inicio, responden. Rochi y Sergiete, siempre que se empina la carretera, están ahí, adelante. Suben con facilidad. Bajamos hacia Gátova, giramos al puente y empezamos la subida. La carretera te deja muchas veces elegir la mejor opción. Bienve no sigue el ritmo de Sergio y el Rochi. «Turno para los colombianos», me dice. Frase con la que se deja de lado la subida de los escaladores. Los demás, cada uno a la suya. Yo cojo mi marcha. Me veo bien. Pepe, Ximo y Bienve, se lo toman con tranquilidad. Pero aún así, sé que si aprietan un poco, me cogen. Hago la subida en solitario, llegando al pico me cruzo con Rochi primero y Sergiete después ya de bajada. Un clásico para no enfriarse. Bajar para hacer una nueva subida. Llegamos los 4 casi a la par. Bueno, a mi me da tiempo a hacer un par de fotos en el límite de la provincia. No hay que pasarse, aunque la cima es ya de la provincia de Castellón. El Strava me delata.

Bajada tranquila, no sin antes repostar en la Font de Gátova. Llevo las pastillas de los frenos muy justas. Lluch no ha recibido el material y no las he podido cambiar. En llano, aguantan. En montaña, sufren. La bajada es un reguero de ciclistas subiendo. La hora de madrugón nos ha dado ventaja en la subida. Sólo un ciclista me crucé en la subida, además de los nuestros. Llegamos a Olocau y allí nos encontramos a Pastera, que había salido una hora después a nuestro encuentro. Más madera para llanear para la vuelta, imposible. Pero la parada por el confinamiento, nos ha dejado con poco fondo, y ahora hay que remar para acumular kilómetros. Nos han privado de la mejor época para la bici: la primavera, ni frío ni calor. Es la temporada alta para nosotros. Ya, al año que viene, pero el verano será largo. Sabemos que la Induráin está ahí y que Pastera irá. Los demás, seguiremos acompañando, como ya pasó el año pasado con Pepe y La Purito.

Bajada exigente, como siempre. Todavía mucha gente subiendo. Relevos largos de Sergiete, de Bienve, del Rochi, de Pepe, de Ximo… A Pastera le toca el penúltimo y a mi el último justo antes del cruce, camino de Náquera. Sergiete optó por volver por canteras. Sigo en la subida que nos llevará al Rossinyol. A mitad de camino, cedo el mando a Bienve, que sigue. Buen ritmo. Como siempre, la última subida antes de Náquera se me atraganta a partir de la rotonda, se me hace larga. Pepe se queda un poco antes. Han sido sólo unos metros. En la bajada a Massamagrell, reagrupamiento, y esta vez, nos vamos por Rafel. En Náquera, el Rochi se queda. Es pronto, hacemos tiempo y decidimos almorzar (no estaba previsto), ya con Roque en la mesa, al que también se le ha echado de menos. Por cierto, que nos vino con su joya vintage, una Peugeot de la época de Hinault y compañía (intuyo). El final, en Casa Canina. 95 kilómetros…. ¡Ah! Y Pepe, que acabó la etapa cantando. Buena señal. Su rodilla aguanta. Con un ritmo para respirar, Pepe canta. Y eso es bueno para el ECM. Para el sábado, toboganes por el Camp del Turia. Son más de las 11. Nos vamos a casa. El sábado más.

La próxima ya con Roque, Felipe y el Tranvi… A Carlos tardaremos un poco más en tenerlo. Pero esperemos que se recupere pronto y pueda estar dando cera, que tiene un rato de cuerda.

Aquí, lo que va a molar, son los comentarios…

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¿Se queda…? Que entrene más

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En bici con el ECM. Capítulo 1. ‘Tú que escribes, tienes que hacer un blog», me dicen mis amigos del ECM. Pues aquí está. Es el primero, aunque no sea una etapa. Se echa de menos esa adrenalina creada por el madrugón, la ilusión, la afición por este deporte y el pique. Desde el ‘Buenos días cabrones’ del recuentro hasta el ¿Se queda? Pues que entrene más. Todo, absolutamente todo, se acaba echando de menos. Espero que os guste.

#NoHayGloriaSinSufrimiento

Y ha tenido que venir este puto virus para darnos cuenta (al menos yo sí) que la salida de los sábados va mucho más allá de salir en la bici. Y es que, la bici y la etapa nos consume de igual manera que nos da vida. Pensamos en el sábado como chavales. Comenzamos…

Suena el despertador. Son… bueno, depende de la época del año. Lo que es seguro que, cuando yo me he despertado (me gusta apurar la hora, lo reconozco), Bienve tal vez lleve ya un rato despierto y se haya metido en el cuerpo un buen plato de pasta, acumulando hidratos. O Pepe se haya levantado harto de pegar vueltas en la cama y Roque esté preparando su móvil, Strava, Instagram… todo preparado, por poner ejemplos. Otro de los puntuales suele ser el Angelillo, al que echamos mucho de menos porque últimamente no puede venir, sobre todo Pepe. El pique más mítico. Pero todos: el Tranvi, Felipe, el Rochi, Sergiete, Carlos, Roque, Pastera, Ximo… o los menos asiduos últimamente como el Chulla o el Eskiwi o Javi el mecánico (los tenéis a todos en la foto). El viernes previo se desprende en el grupo de Whastsapp del ECM, esa expectación mezclado con reto y pique de la etapa del sábado, calendario ahora apartado, suspendido y no realizado a causa del puto virus.

En el día anterior, el del viernes, el comentario varía entre el decepcionante: «yo no voy, no puedo, disfrutad cabrones’, al animoso y retante, siempre retante: «preparaos mañana, os voy a machacar». O un aviso de la dureza de la etapa: «más de uno se va abrir de patas», se augura entre risas (y no tan risas). Hay quien se retira pronto el viernes buscando casi la concentración y descanso necesario, y hay quien, como es mi caso, el viernes ya es antesala del fin de semana. Una buena cenita y, eso sí, mirando de reojo el reloj: mañana toca etapón, porque siempre lo es.

En el confinamiento, los días han sido extraños, los sábados más. No siempre salíamos todos (casi nunca), pero el aislamiento nos ha puesto a todos en el mismo sitio: todos en casa. El ECM, a partir de ahora sin siglas (siempre nos preguntan: ¿eso que quiere decir?), porque así le decimos todos, es un grupo diverso, como suele pasar en el mundo de la bici. Pero además, cada uno a su nivel, si hay algo que nos une es que nos gusta ‘dar el máximo’ (que quede claro que algunos, si no pueden, literalmente no salen, se borran). Yo no suelo hacerlo. Como mucho, me busco alternativa (voy a su encuentro si veo que no voy a poder estar) Pero lo bueno que tiene es que no hay reproches: quien quiere sale, y quien no quiere, no puede o, simplemente, no quiere sufrir todo el puto día, no sale. Como dice Bienve: «jugamos a ser ciclistas». Y de juego, claro, nada. Desde la primera pedalada se siente la tensión, la escabechina, bien entendida. Salimos todos juntos, paramos todos juntos (no al mismo tiempo) y casi nunca, llegamos todos juntos. Eso sí, la cerveza armónica en Casa Canina es elixir tras el esfuerzo y el cotilleo de etapa de bar: pique del Strava y comentario de la etapa. ‘Cabrones, me habéis matado’, dice uno. Casi siempre, a la llegada, el Rochi se lleva todas las miradas y alguna que otra colleja en forma de… De nada. Él no es cambiable. Él es así. Y, aunque a veces te joda, siempre acabas reconociendo que, sin él, hay menos espectáculo, aunque acabes molido, en solitario y reventado por un tío con unas condiciones bárbaras para esto de la bici.

Salida… de salida

Volvemos al principio. Se acerca la hora -entre las 6.30 en verano y las 8 en invierno- Casa Canina o, en su caso, El Racó son el lugar de concentración. Pepe siempre está, esperando con su café que casi siempre vemos apurado, finiquitado. Ahora Roque le suele acompañar entre los primeros del bar. De su cara siempre se desprende cómo está, pero habitualmente ‘nunca está bien’, lo cual no suele ser cierto. En el Eceeme (no exclusivamente de nuestro grupo) nadie dice que está mal ni bien. Bueno, yo cuando no hay más remedio y cuando la evidencia te dice que, más allá del kilómetro 30 a una media de 35 km/h te vas a quedar y vas a hacer tu marcha. O Felipe o Jesús el Tranvi, sabeedores que, como en mi caso, vamos a sufrir sí o sí. De coña, pero cierto, siempre decimos: somos la versión B del Eceme. Todo de buen rollo, claro. Si vamos bien y no escalamos mucho, igual hasta nos divertimos. Si no, a ver la etapa desde el fondo del grupo, a lo lejos. Así que ésto es lo bueno (y lo malo) de nuestra grupeta. Si estás bien, la gozas y sufres; si estás mal, sólo sufres, como un perro. Pero siempre acabas igual: queriendo vender la bici. No hay término medio. «Para eso te vas con la peña’, se suele escuchar a modo de reto, siempre entre risas. El otro clásico es el saludo nada más llegar o si alguien pone algo en el chat: «yeee, cabrones»… Sin más. Lo de cabrones es eso, una licencia de buen rollo y, por qué no, una marca de testosterona. Pero ojo, siempre lejos de la parienta.

Llega la hora. La salida es… bueno, como todo en el grupo. O estás espabilado o te toca calentón. No hay tregua ni con las barreras ni con el semáforo (si vamos hacia la costa). Para arriba, un poco más tranquilo. La Lloma hasta la Bona Paella es un buen sitio para ir calentando piernas. Si alguien se queda: «que entrene más» (entre risas). Pero nada de risas. Va en serio. «Que espabile». En este tiempo, seguro que todos hemos echado de menos esa tensión inicial, o también ese relevo Sergiete-Bienve (o con Pastera cuando se acerca la Induráin), salida en tromba que te ahoga y te hace iniciarte con mal pie. En 5 kilómetros, los que van a Puçol, ya sabes si vas bien o vas mal, es decir, si vas a sufrir o vas a morir en el intento. Si el destino es hacia el interior, llegar a la rotonda de Marines se convierte en una crono por equipos en la que vemos como, desde Bétera, vamos pasando grupos y grupos… Con la respiración ya acelerada y las piernas (como no las tengas bien, palmas fijo) ya como piedras, la primera hora de etapa es como nuestro lema: no hay gloria sin sufrimiento.

Lo que pasa en la bici…

Se queda en la bici. Transcribir algunas de las conversaciones durante la etapa es, sencillamente, imposible de reflejar… Pero bueno, a groso modo, desde imaginativas escenas porno a recordatorios de viejas batallitas de bici… A acusaciones sobre el ritmo o la estrategia: «si no puedes, te apartas«. ‘No aprietes, cabrón, que nos fundes»… O, cuando acabas un relevo en el que te has dejado la bilis, con el aire en contra y te dicen: «¿es eso todo lo que sabes hacer? Vamos, para comer la moral. Al principio, te las crees y te arruinan. Pero ahora ya sueltas aquello que te den y ves, como, quien suele ser un bocas suele ya estar pa’talleres. Por no decir el me aburro de las filas finales del grupo, para machacar, una vez más, a los que van al relevo. Felipe y yo tenemos una teoría que ya nos empiezan a dar las canas: cuanto más tiempo estemos delante y pongamos un ritmo razonable, más posibilidades tendremos de que no nos revienten. Eso sí, como la cosa pinte mal, nos pase alguien (alguna vez pasa…) y alguien se le caliente la boca (en ciclismo, las piernas), allá que vamos…

Por no decir, el día en que al Rochi (porque es él y sólo él el que lo dice) se le ocurre decir: ¿a qué hora está previsto llegar? Es decir, traducido y en plata: tengo prisa. Entonces sí, átate los machos porque viene marea. Los que vinisteis recordaréis aquel famoso día de Favara, más allá de Cullera. Cómo fuimos y cómo volvimos.

Estas son algunas de lindezas que nos caen a todos. Yo os reconozco que a partir de un cierto momento, ya no escucho nada ni a nadie. Se le llama la borrachera del ciclista: no sabes ni por dónde has pasado. Y si te dicen que vuelvas, ni de coña. Tu único recuerdo es la rueda del de delante. Y ver cómo se aleja y te obliga a apretar más, y más y más… Sólo piensas en cómo adaptarte al dolor de piernas y, en el caso de que apuntes a las famosas y dolorosas rampas, a estar atento para, en cuanto llegan, soportar el dolor de camino a casa. De lo que se trata es de ahorrar en energías para llegar al final (siempre dosificando para acabar igual). Y si la cosa se pone fea: que os den, nos vemos en Canina. Pero, como siempre decimos, todo lo que pasa en la carretera, se queda en la carretera. Aprovechar una rotonda para enfilar el grupo y cortarlo, o el semáforo de un pueblo, o una zona de paso de peatones… A veces, nos la jugamos (esto sí es reproche). Pero no vale mirar atrás. Jugamos a estar en el Tour pero con sello valencià…

Las etapas…

Hoy toboganes o puertacos, o es llana pero se va a mil, o viento en contra (casi siempre a la vuelta)… Las etapas (siempre superiores a los 100 km… y en temporada alta, alrededor de los 150) marcan otro escenario. Eso sí, siempre se hace la etapa marcada, salvo ecatombe o alternativa aprobada por todos. No sé qué deciros: todas y ninguna me gustan. Las que apriori me van (las llanas) depende de mi estado de forma. Porque el ritmo es descomunal, se vuela. ¿Medias? Indecentes, simplemente. Y, claro, a latigazos, otra marca de la casa eceeme. Bienve es el arquitecto y diseñador de la temporada, y el que nos suele deleitar con los videos post jornada. Ahora, con la Go Pro, ya llevamos hasta testimonio audiovisual. Visión frontal o visión posterior. La verdad es que, con las imágenes, uno se da cuenta del ritmo y del hp el último que nos suele acompañar, sea como sea la etapa.

Llega el final. Me ha salido un poco largo el relato. Pero creo que merece la pena. Llegamos a Canina, con cara desencajada pero felices y con la carga de endorfinas a tope. Hemos sufrido, hemos pasado calor o frío, nos hemos reído, hemos hablado. A veces el silencio es tan descomunal que se oye cualquier ruido. Concentración en los momentos de máxima exigencia, distancia en los puertos. Las bajadas, el curveo, el llaneo… todo. Cinco horas de bicicleta dan para mucho. En Canina se acaba la fiesta. Salimos del bar, con nuestras bicis. Y ya pensamos en la próxima… Es nuestro sábado. Y lo echamos de menos, todos juntos, a rueda (ahora no se puede). Pronto volveremos a hacerlo. Como digo en la foto. Tornarem. Amics, mos vorem en la carretera… Gràcies #WeLoveCycling

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