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«Pasé varios días sumergido en ese silencio espeso, que no me resultó en absoluto desagradable. Era una calma pura que no conectaba con nada, y tuve la impresión de que ponía fin a toda una serie de acontecimientos. Eso es. Era el tipo de silencio que se hacía cuando algo importante finalizaba» (Haruki Murakami, La muerte del comendador 2)
Reflexiones del confinamiento. Semana 4
«Quietud frente a lo frenético», parte del titular de un magnífico artículo de Mar Abad en Yorokobu. Muy recomendable. La inmediatez, el pánico a la rutina. Todo muy de usar y tirar, todo hay que hacerlo ya, todo es salir, estar con…, todo es conexión. Pero curiosamente y muchas veces para no decir nada, para mirar cada uno nuestro smartphone, para convertirnos en la multipantalla del silencio. Somos parte de las generaciones más conectadas, más activas, más sociales y que menos nos comunicamos. Leed el artículo.
Al otro lado del frenesí, de la tensión, del dolor de las UCI y del enorme trabajo en silencio de nuestros sanitarios, está la soledad o, en otros casos, el aislamiento social del confinamiento. Ese #QuédateEnCasa, al que muchos se resisten (los menos), de forma nada solidaria e imprudente. Pero, hay que recordar siempre que el gran dolor, la dureza de este virus no está en no salir de casa, por supuesto. La dureza está en todos los que ya no están y los que no estarán. Ese siempre será el principal drama, el fotograma esencial de esta crónica. La llegada del virus y del confinamiento, ha sido, en muchos casos, un golpe duro y moralmente demoledor, por novedoso e inesperado: silencio de los que han perdido a alguien, y silencio de los que nos confinamos solidariamente para que no haya más ausencias. Y en todas las situaciones, hemos pasado de vivir al día a tener tiempo, aprender a pensar, a reflexionar. Cuánta gente ha dicho estos días haber tenido tiempo para reencontrarse con otras cosas, con ellos mismos, con sus cosas.
La inmediatez, el pánico a la rutina. Todo muy de usar y tirar, todo hay que hacerlo ya, todo es salir, estar con…, todo es conexión. Pero curiosamente y muchas veces para no decir nada, para mirar cada uno nuestro smartphone, para convertirnos en la multipantalla del silencio. Somos parte de las generaciones más conectadas, más activas, más sociales y que menos nos comunicamos.
Leo a Murakami desde hace tiempo. No sé si todos su libros, pero sí muchos ya los he leído (con ganas de hacer una segunda lectura, algo que, por cierto, no suelo hacer). Una literatura ágil, de historias bien contadas, descripciones con mucha profundidad, pero sobre todo, una capacidad enorme de decir cómo y qué sienten los personajes al segundo. Sus novelas suelen venir plagadas de personajes enigmáticos, muy reflexivos, no convencionales… Sus historias suelen ser de suspense, ligando lo real y lo fantástico. Puede describir hasta el más mínimo detalle de realismo -recrearse en cómo una persona se levanta, desayuna y se va a trabajar, y qué piensa y por qué decide hacer algo, en definitiva qué se le pasa por la cabeza- y justo después, narrar con emoción una escena increíble, plagada de imaginación. Personajes, muchos de ellos con alguna tara (física o social…), son los que protagonizan sus historias. Y otra circunstancia que me ha impactado desde que le sigo: siempre un agujero, un sitio cerrado que aparece como un refugio o un castigo, un accidente o, simplemente, un sitio por donde ver el mundo, por donde observar de una manera calmada, hasta desesperante diría yo, la imposibilidad de cambiar de sitio y de observar las cosas desde otro prisma. La suya es casi una necesidad de aislarse de todo, para dar cuenta de lo mejor que tiene uno mismo: su capacidad de reflexionar a través de un fotograma, el que se ve desde un pozo, un agujero en el suelo, la oscuridad de una cueva con un hilo de luz al final, o por la rendija de una puerta. En ‘El Comendador’ hay un poco de todo eso. Al final, ese era una calma pura que no conectaba con nada… es el que da sentido a todo. Precisamente, nuestra vida en confinamiento es, en muchos casos, una calma pura sin conexión. Sobre todo, para aquellos que han montado su vida conectada con los demás, y que no entienden (o no saben o no han vivido) y no quieren saber más de una vida propia, que por supuesto tiene lazos de unión con lo que nos rodea. De ahí, la enorme dificultad que a todos nos supone el confinamiento.
Informar en tiempos de crisis…
Esa calma confinados se vuelve histrionismo en cuanto te conectas, en cuanto te pones a ver aquello de qué pasa por el mundo. Los medios de comunicación -los malos de esta película- pertenecemos a aquella parte ‘esencial’ de la actividad, que nadie entiende por qué es esencial, pero que todo el mundo consume (y más en confinamiento) y censura. Porque no hay un sólo medio que no haya pasado por el filtro de la crítica. Algo lógico, por supuesto, y hasta necesario. Pero cierto es que esa crítica es, en estos tiempos de incertidumbre y de crisis, absolutamente feroz. Hay dos realidades: la de los míos y la de los otros. Y todo se mira por esos prismáticos. Siempre he pensado que esto de situarse en bandos, viene por dos razones fundamentales: la necesidad de pertenencia a un grupo (o subgrupo en este caso) y la incapacidad que tienen muchos de no aceptar ni la derrota ni, por supuesto, la opinión contraria. Todo ello, en tiempos de crisis como el actual, se riega con un vino -muy avinagrado- de teorías conspiratorias, a uno y otro lado, que no suelen tener ningún tipo de rigor. Entre otras cosas, porque la historia (y los investigadores y expertos que la escriben) ya han demostrado que se necesita tiempo (y perspectiva, diría yo) para interpretar los sucedido. Eso sí, para los historiadores también hay estopa. Si la cuentas de una manera, eres gubernamental o pagado por el gobierno de turno y está manipulada, si la cuentas de otra, lo mismo, pero al revés.
Pero nada, en la era de la inmediatez, todo tuit es noticia, y toda opinión, sentencia. Yo, en tiempos de crisis, me cuido muy mucho de dar veracidad ni siquiera a mis propios argumentos. Son sólo eso, argumentos. Al lado dejamos a los del insulto. No merece la pena. Esta falacia de ruido e histrionismo, aumenta y alimenta mi necesidad de silencio. El confinamiento me tranquiliza, es como uno de esos agujeros murakanianos en los que ves pasar el tiempo, cambiar el color del cielo, repasar tus pensamientos, poner distancia a tus ideas y recrearte con tu propia soledad. Para mirar lo que hay fuera… Son muchos (yo no lo he hecho, pero he estado tentado de hacerlo) los que conozco que han dejado de visitar Twitter o cualquier otra red social, o escaparse del estrés ocioso de los grupos de WhatsApp. Se le llama, oxigenar y sanar la mente. Lo entiendo.
En la era de la inmediatez, todo tuit es noticia, y toda opinión, sentencia. Yo, en tiempos de crisis, me cuido muy mucho de dar veracidad ni siquiera a mis propios argumentos. Son sólo eso, argumentos.
El periodismo que molesta es esencial
Librémonos de tener la razón, muchas veces el gran defecto de los periodistas, e intentemos trabajar por algo que llevo diciendo algún tiempo que será parte de nuestro nuevo cometido. Las noticias y la información ya no es sólo nuestra labor principal, no. Cualquiera con acceso a fuentes de información puede (y debe) dar una noticia. De hecho así es, los periodistas se han trasladado de las redacciones a los departamentos de comunicación y prensa. Hay más informadores en el origen de la noticia que en los que trasladan la noticia a los ciudadanos (oyentes, lectores, telespectadores) Por eso, nuestro nuevo cometido sería el ordenar y filtrar sobre todo lo que se informa. Comprobar, saber leer y utilizar los datos, en donde nos solemos mostrar torpes (no nos han enseñado),al menos yo. El periodismo de investigación está en el dato, en saber comunicar el resultado de un informe, con el rigor científico y la habilidad para traducir eso al gran público, sin sesgos. La vieja escuela murió, y entre unos y otros la hemos enterrado. Uno de los enterradores, el periodismo de bufanda, que tiene el mismo rigor que el de los bandos de opinadores en redes sociales -para otro día dejaremos lo de los bots y las fake news- y que desprestigia y aniquila la profesión. Pero también es cierto que una gran parte de la ciudadanía busca y lee su prensa, no informarse. Esta semana, se ha dado un caso curioso al observar como un partido político ha llegado a censurar a un medio que muchos de sus simpatizantes y votantes leen. Ceguera, pero también protección. La censura es como el arancel, da sensación de protección, pero te empobrece y, a la larga, falsea tu realidad. El periodismo sin confrontación, sin análisis, es marketing. El periodismo que molesta es esencial; el periodismo que dice lo que otros quieren escuchar es propaganda.
Jornaleros de la política
Para el final, quiero dejar a los jornaleros de la política. No digo la política, no. Digo, los que en estos momentos la ejercen. El Pleno del Congreso por la prolongación (la tercera) del estado de alarma fue un deplorable ejemplo de mala praxis, un motivo más de cabreo para los ciudadanos de a pie y una enorme decepción (una más también) en la clase política de este país. Sólo aguanté la primera media hora, luego preferí saber a través de fragmentos. Discursos preparados, poca reciprocidad, nada de escuchar lo que dice el otro, simple reprobación, seguidismo, teorías conspiratorias, datos falsos o precocinados, falta de un mensaje claro a la ciudadanía… No hay elecciones a la vista (por tanto el rédito electoral no tiene urgencia) y no hay -por ahora- posibilidades legítimas de cambiar a los que nos gobiernan.
La censura es como el arancel, da sensación de protección, pero te empobrece y, a la larga, falsea tu realidad. El periodismo sin confrontación, sin análisis, es marketing. El periodismo que molesta es esencial; el periodismo que dice lo que otros quieren escuchar es propaganda.
En democracia, hay un concepto claro: legitimidad. Y si algo tiene bueno la democracia es que da permiso y legitimidad incluso a aquellos que no la quieren. Esa es su mayor grandeza. Pero no, este ahora no es el problema. Lo único que quieren los ciudadanos es saber cómo y cuándo vamos a salir de ésta, establecer consensos, hablar con todos (con luz y taquígrafos), escuchar a los que saben y a los que trabajan a pie de UCI y, juntos, decidirnos por un camino sin mirar atrás. Y reconstruir lo destruido. Utopía. Y ya lo he dicho otras veces en esta misma tribuna: no sólo ellos son los culpables, sino también muchos de los que les siguen y jalean: El (corona)virus social que nos retrata.
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