Voces apagadas del fútbol

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La reciente ‘amputación’ de la LFP a la entrada de la gran mayoría de radios a los campos con la excusa del Covid_19, otro error del negocio del fútbol, que se aleja de sus orígenes.

Me crié con Héctor del Mar, con aquellos cantos de goles eternos. Crecí con Gaspar Rosety, para mi gusto, el mejor narrador que he escuchado, un referente, como lo es Javier Ares en el mundo de la bici. Luego han ido sucediéndose muchos. Fue la razón primaria por la que me metí en este mundo, aunque luego mi trayectoria haya ido por casi todos los medios. A la radio llegué no hace mucho. Recuerdo que las transmisiones gozaban de realidad espacio-temporal en mi cabeza. Escuchar una jugada, un gol y ponerle imagen en tu cabeza… y corroborarla después con la imagen del resumen del partido. Esperabas con expectación el papel de calco para corroborar aquel sonido con aquella imagen: desde el gesto técnico del jugador hasta la celebración. Todo era detalladamente cantado por el narrador en el campo y plasmado por mi imaginación en mi cabeza. Brutal.

Y entre toda esa pasión por el fútbol de voz sin imagen, mi pequeño granito de arena de aportación a la causa narrando en tele, pero también en radio. La radio, como dice mi amigo Manolo Montalt, es pasión. Y La Liga está intentando bajar la voz de la radio (igual que la imagen de los fotógrafos, que también han visto mermada su libertad para trabajar y, por tanto, su propio trabajo). La entrada reducida de periodistas a los campos de fútbol así parece barruntarlo. Apagar la voz apasionada del periodista más cercano al aficionado, es un error, uno más que aleja a los consumidores de los actores. El narrador necesita el escenario para contextualizar su discurso, para ofrecer el sentimiento, para corroborar el discurso. Ahora, está condenado (si sobrevive), a poner voz desde un estudio, con la visión sesgada de una imagen de televisión y sin la fuerza del ambiente, aunque sea sin público.

No por avisado, deja de sorprenderme. Hay quien dice que esta es una decisión programada con malicia desde hace tiempo por La Liga de Tebas, que ha encontrado en el Covid_19 su excusa perfecta. Los clubes asienten, a pesar de que la mayoría de clubes ven como su actualidad queda reducida a la de teloneros de los grandes, colaborando con bajar la voz de los que amplifican su discurso y mantienen el hilo con sus aficionados. De locos. Al fin y al cabo, la venta colegiada de derechos audiovisuales permite a los clubes su supervivencia. Por eso, ese recelo en volver a jugar este año, no sólo en España sino en toda Europa. Salvar el fútbol, salvar el pastel y repartirlo. Pero claro, cuantos menos estemos en la fiesta, más nos toca a cada uno. De cajón.

«Los clubes asienten, a pesar de que la mayoría de clubes ven como su actualidad queda reducida a la de teloneros de los grandes, colaborando con bajar la voz de los que amplifican su discurso y mantienen el hilo con sus aficionados. De locos»

Las radios locales, en definitiva, la prensa local es la gran vertebredora de esta gran pasión que es el fútbol. Vale que es un negocio, caro y hiperinflacionado, pero el gran consumidor del fútbol no es el que ve los partidos el domingo en la tele, sino aquél que los ve, los escucha por la radio y lo sigue por las redes sociales. Y todos son necesarios, sino queremos que los campos se vacíen, no por el virus de la corona, sino por el virus de la avaricia. Bien haría la liga (vale también para la ACB) de agilizar medidas para universalizar el fútbol. A ver si, como pasa con las compañías eléctricas o de telefonía móvil, cuidamos más al cliente nuevo (un neocelandés, freaky de Liverpool y consumidor de la liga española) que al cliente fidelizado, un vecino de Patraix, que deja de dormir cada vez que su equipo le da un disgusto. Y, luego, cuando queramos reaccionar, lo hagamos tarde.

El daño ésta hecho

Escuchar el fútbol coral de la radio ofrece aire fresco en el bunker en el que clubes y futbolistas se han instalado, cada vez más alejados de la vida real y de muchos de los que los idolatran, los aficionados. Dar voz a la radio más cercana es, además, dar oxígeno a muchos compañeros que, con mucho esfuerzo y dificultades, pueden seguir viviendo sin abandonar una profesión que se nos cae a trozos. Pero ellos sabrán, si quieren que el silencio de los campos cerrados al público se extienda más allá de lo pandémico. El daño ya está hecho: la estocada es profunda en la profesión, y como ha pasado en casi todos los ámbitos en esta pandemia, los más débiles son los que más están y van a sufrir. Ánimo compañeros

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Equidistancia

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Decimosegundo y último capítulo de Reflexiones en confinamiento. Cierro el círculo: Equidistancia (subtítulo de este blog)

Sobre el concepto de hoy, he de reconocer que cada vez me encuentro más cómodo cuando me acusan de equidistante, a pesar de que los que la utilizan, lo suelen hacer como arma arrojadiza, acentuando su concepto negativo: el equidistante es el que no quiere mojarse (después volveré sobre el tema). Y como casi todo, en esta crisis sanitaria del coronavirus, en donde curiosamente la distancia es un elemento esencial para detener la pandemia, uno de los términos que se ha puesto de moda es éste. Su uso se ha generalizado en la batalla dialéctica sobre la gestión de la crisis, pero también de otros temas con gran impacto social: manifestaciones, protestas, etc. A los que lideran las campañas y acusan de equidistancia los que no entran o entramos en el carril de los bandos, no les interesa analizar, sino el enfrentamiento y la acusación que se deriva de ella. El clásico, y tú más.

Según la RAE, equidistancia es ‘la igualdad o distancia entre dos puntos u objetos’. Si a los puntos, les llamamos partidos (no ideologías), si los puntos nacen de posiciones firmes en cuanto a cuestiones cambiantes… Soy y me considero equidistante. Incluso me podéis acusar de ello. Lo acepto con gusto.Si nos referimos a valores, a opciones éticas, a situaciones concretas, a filosofía, a pensamiento político, a exigencias de gestión de lo público, a derechos sociales, a talento personal y empresarial, a iniciativas privadas que mejoren lo público, a sanidad universal, no soy equidistante. Todo me representa. El feminismo, el ecologismo, las luchas contra cualquier tipo de racismo, contra la pobreza, contra la desigualdad en todas sus acepciones, contra el cambio climático, contra cualquier abuso de poder y autoridad, contra etc. todos ellos con un matiz no militante, estarán siempre en mi diccionario.

¿Que tenemos que partir de grupos de presión y que mi posición no es muy solidaria ni útil socialmente? Entiendo la crítica, la respeto. Pero tras muchos años de reflexión he llegado a la conclusión que la militancia, como me pasa con la mentira, no va conmigo. Me siento mal vociferando algo en lo que no estoy cien por cien convencido. Y, además, no me gustan las acciones y políticas de gestos’ ni las’poses’, sí las acciones y los hechos. Lo siento. La militancia exige fidelidad en el fondo y, sobre todo, en las formas. Y yo ni soy ni quiero ser fiel. Priorizo mi libertad de pensar lo que quiera en cada momento y opinar en consecuencia. La no-militancia me permite ser crítico con los que he votado y con los fieles seguidores y defensores que les siguen. Incluso me auto-excluyo de la opinión cuando la fuerza dominante exige determinación, fidelidad como forma de cerrar filas. No me interesa. Eso sí, mi más absoluto respeto a todos los que militáis. Nada que reprochar, al contrario. Valoro vuestra entrega desinteresada a una causa. Y, lógicamente, como parte, no sois equidistantes.

Cada vez me atraen más aquellas personas que exponen para que luego, la gente disponga. Que tratan al seguidor de forma inteligente. Si no te declaras feminista, eres machista. Si no te pones la bandera española, eres separatista; si te la pones, eres facha y si eres abortista, te importa un pimiento la vida. Son los mismos que no pueden entender a un trabajador de derechas, un empresario de izquierdas, o un párroco defensor de la decisión de la mujer para decir cuándo y con quién quiere tener un hijo. Nos encanta clasificarnos porque nos ayuda a ordenarnos, a situarnos en un ente global como es el pensamiento. Como cuando nos poníamos en fila en el cole: cada clase en una fila, y uno detrás de otro. Pa’dentro y cada uno a su clase. Ese es el orden. Es fácil de entender y de seguir. Marco mis seguidores y señalo mis adversarios, muchas veces, enemigos.

 «Un «equidistante» no es el que se sitúa exactamente en un punto intermedio, sino el que elude constantemente ser situado», comienza diciendo Miguel Pasquau en su Brevario sobre equidistancia. Y no le falta razón. Lo eludo, pero lo hago voluntariamente. Ese es mi sentido de libertad: de pensamiento y de opinión (entre ellas mi negativa a hablar de partidos, sólo hablo de ideas). Pero también dice que no toda equidistancia debe sonar a cobardía. Y, para situar esta acepción, elijo una frase de su perfil que me ha encantado y que suscribo totalmente cuando habla sobre qué le ocupa: dice tener «un cierto compromiso con ideas políticas reacias a las simplificaciones sesgadas de los bandos». ¿No tiene ideas políticas? Las tiene, por supuesto. Como yo y como todo el mundo. Pero nadie le debe ni le puede exigir definirse en cada uno de las posiciones que el día a día de la agenda política nos marca.

Turnismo - Wikipedia, la enciclopedia libre
Turnismo frente a pactismo. Caricatura de Sagasta y Cánovas del Castilo, el turnismo español del XIX

Respeto y entiendo a los que detestan las mayorías silenciosas. Incluso, hay cierta superioridad intelectual de los que militan sobre los que no. Dicen los que militan: «yo por lo menos, estoy dentro y lucho, me posiciono, me dejo ver, me pongo frente a…tú no, y por tanto luego no tienes derecho a la queja«. Surge entonces lo que ellos señalan como el equidistante, el apolítico (algo que no existe, porque la simple elección de no elegir ningun partido ya es una opción) En la mercadotecnia electoral se llaman los indecisos que son lo que, además, suelen decidir las batallas de los votos. ¿Por qué la política actual tiene tan bajo nivel? Seguramente (y como hemos visto en las deserciones de numerosos partidos), porque como la militancia no tiene que ver con la ideología, sino con el reparto del poder, todos los que llegan para cambiar algo se suelen ir escocidos, incrédulos y disgustados del sistema de partidos y de bandos. Algunos, incluso, ya ni llegan. Renuncian. Y yo nunca me posicionaré en un bando, sí en una opción ideológica y de pensamiento, que son las que permiten el debate, el análisis, el acuerdo y el avance. Este país avanza, más por necesidad que por gusto o opción preferente, hacia la cultura de acercamiento y de pacto, producto del fin del bipartidimo. Pero, desgraciadamente, seguimos más instalados en el decimonónico turnismo (foto) que en el pactismo. A medida que aumenten los pactos (y más si son transversales, como ha pasado en Alemania, por ejemplo), se reducirán los voceros que claman contra los acusados y condenados equidistantes.

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Y por fin… de ruta

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No fuimos todos, pero los que estuvimos lo pasamos como niños… Y, además, con nueva equipación. Sin foto de grupo hasta que la cosa se normalice, la de la foto es la espalda de Ximo. Primera salida fuera del municipio (no para todos, pero sí para mí). Un clásico. Subida al Pico y vuelta a casa….

95,06 km… Massamagrell-Pico del Águila-Massamagrell

5.30 de la mañana, suena el despertador. Todavía es de noche. Parece una salida de invierno. La ropa, preparada. No hay tiempo. Café, algo de dulce, un plátano y, rápidamente, a la calle. Primera salida fuera del municipio en la desescalada. Hemos quedado a las 6. No hay nada abierto, y la luz del sol empieza a apretar para salir. Y vamos de estrena: el nuevo equipaje de verano (foto). Nada más salir, me encuentro a Pepe y a Ximo. Saludo protocolario. Y una coincidencia: la hora, el hecho de que hacía tanto tiempo que no salíamos en grupo… La verdad, de dormir poco.

Al poco llega Bienve. Lleva su botifarra, vamos, la nueva equipación pero en formato mono, muy pegado al cuerpo, cual triatleta. Y, la verdad, no engaña. La borifarra te saca cualquier exceso. Y, en confinamiento, quedarse como antes, es casi un imposible… Subimos hacia La Bona Paella. Allí se incorpora Sergiete, también de amarillo (nuevo color del ECM) y negro, con el logo en blanco con letras negras. La verdad, un diseño moderno, muy atractivo. Por ropa, no sería. Ahora falta lo más importante, las piernas…

El Rochi se incorpora en el camí de Llíria, no sin antes esperarlo. Pero bueno, como que no hay mejor defensa que un buen ataque, se une con su clásico cabrones, no me habéis esperado. Vamos, sin palabras, seguimos. El ritmo desde Bétera a Olocau es tranquilo, pero exigente. A medida que subimos, vemos como el sol aparece. La mañana es fresca, y arriba, en Gátova, se espera con más fresco. «Cuando he salido marcaba 12º en Gátova», me dice Pepe. La subida la marcan Bienve y Sergiete. Todo un clásico. Buen ritmo para ir acumulando kilómetros. Los kilómetros de sus piernas marcan un ritmo sin tirones. A mi, ya con más de una década montando en bici, a veces me cuesta. Ellos lo llevan de serie. Hasta la rotonda de Marines Nuevo, sin pausa.

La primera exigencia, la subida a Olocau. Buenas piernas, me encuentro bien. Las piernas, desde el inicio, responden. Rochi y Sergiete, siempre que se empina la carretera, están ahí, adelante. Suben con facilidad. Bajamos hacia Gátova, giramos al puente y empezamos la subida. La carretera te deja muchas veces elegir la mejor opción. Bienve no sigue el ritmo de Sergio y el Rochi. «Turno para los colombianos», me dice. Frase con la que se deja de lado la subida de los escaladores. Los demás, cada uno a la suya. Yo cojo mi marcha. Me veo bien. Pepe, Ximo y Bienve, se lo toman con tranquilidad. Pero aún así, sé que si aprietan un poco, me cogen. Hago la subida en solitario, llegando al pico me cruzo con Rochi primero y Sergiete después ya de bajada. Un clásico para no enfriarse. Bajar para hacer una nueva subida. Llegamos los 4 casi a la par. Bueno, a mi me da tiempo a hacer un par de fotos en el límite de la provincia. No hay que pasarse, aunque la cima es ya de la provincia de Castellón. El Strava me delata.

Bajada tranquila, no sin antes repostar en la Font de Gátova. Llevo las pastillas de los frenos muy justas. Lluch no ha recibido el material y no las he podido cambiar. En llano, aguantan. En montaña, sufren. La bajada es un reguero de ciclistas subiendo. La hora de madrugón nos ha dado ventaja en la subida. Sólo un ciclista me crucé en la subida, además de los nuestros. Llegamos a Olocau y allí nos encontramos a Pastera, que había salido una hora después a nuestro encuentro. Más madera para llanear para la vuelta, imposible. Pero la parada por el confinamiento, nos ha dejado con poco fondo, y ahora hay que remar para acumular kilómetros. Nos han privado de la mejor época para la bici: la primavera, ni frío ni calor. Es la temporada alta para nosotros. Ya, al año que viene, pero el verano será largo. Sabemos que la Induráin está ahí y que Pastera irá. Los demás, seguiremos acompañando, como ya pasó el año pasado con Pepe y La Purito.

Bajada exigente, como siempre. Todavía mucha gente subiendo. Relevos largos de Sergiete, de Bienve, del Rochi, de Pepe, de Ximo… A Pastera le toca el penúltimo y a mi el último justo antes del cruce, camino de Náquera. Sergiete optó por volver por canteras. Sigo en la subida que nos llevará al Rossinyol. A mitad de camino, cedo el mando a Bienve, que sigue. Buen ritmo. Como siempre, la última subida antes de Náquera se me atraganta a partir de la rotonda, se me hace larga. Pepe se queda un poco antes. Han sido sólo unos metros. En la bajada a Massamagrell, reagrupamiento, y esta vez, nos vamos por Rafel. En Náquera, el Rochi se queda. Es pronto, hacemos tiempo y decidimos almorzar (no estaba previsto), ya con Roque en la mesa, al que también se le ha echado de menos. Por cierto, que nos vino con su joya vintage, una Peugeot de la época de Hinault y compañía (intuyo). El final, en Casa Canina. 95 kilómetros…. ¡Ah! Y Pepe, que acabó la etapa cantando. Buena señal. Su rodilla aguanta. Con un ritmo para respirar, Pepe canta. Y eso es bueno para el ECM. Para el sábado, toboganes por el Camp del Turia. Son más de las 11. Nos vamos a casa. El sábado más.

La próxima ya con Roque, Felipe y el Tranvi… A Carlos tardaremos un poco más en tenerlo. Pero esperemos que se recupere pronto y pueda estar dando cera, que tiene un rato de cuerda.

Aquí, lo que va a molar, son los comentarios…

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Mascarillas

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«La ausencia de certezas no nos libera de la responsabilidad de cuidar el mundo que compartimos», Hanna Harendt.

Decimoprimera entrega de Reflexiones en confinamiento. Mascarillas

Es una de las muchas e interesantes reflexiones de un excelente artículo sobre la filósofa y pensadora cosmopolita Hanna Harendt (Babelia, El Pais). Si tenéis ocasión, acercaros a esta maravilla, excelentemente tratada y contada. Es como un soplo de aire puro en medio de tanta banalidad y mediocridad que nos trae la actualidad últimamente. Es como meterse en la máquina del tiempo, aunque su tiempo, el de principios del siglo XX no fuera un remanso de paz, ni mucho menos. Es lo que me ha apasionado de la historia: cuenta, analiza y reflexiona la realidad con la suficiente pausa como para deleitarse en el pensamiento. Y es lo que, cada vez, más me hastía de mi profesión y mi pasión, el periodismo: todo se queda en el ‘momento’, en la ‘anécdota’, en la ‘reflexión rápida’, sea una información -difícilmente contrastada porque la crisis de fuentes es otro mal del periodismo moderno, muy burocratizado-, o sea una historia. En esa dialéctica paso los días, tratando de dar pausa al análisis y juicio diario. Lo sé, difícil, por no decir imposible. Eso sí, estas historias, bien contadas, son una delicia (al menos para mi), como supone este maravilloso artículo sobre Harendt, que dan ganas de salir corriendo hacia el Museo de Historia de Berlín, otro de los lugares que me intriga y me apetece visitar para cuando esta maldita pandemia nos deje cierta normalidad, no nueva sino renovada.

Y sí. Creo también que si hay algo que caracteriza a esta época es la falta de certezas, a todos los niveles. Desconocemos el alcance de los cambios que la mayor pandemia de la historia (por global, profunda y planetaria) nos va a proporcionar, o si todo se va a quedar como está cuando el virus, o se esfume, o sea controlado por la ciencia y el ser humano, controlado por nuestro sistema inmunológico. Pero eso no nos excluye de buscar soluciones a nuestros problemas comunes, el primero y principal el modo y estilo de vida que nos vamos a encontrar a la vuelta de la esquina. Y ésa es la responsabilidad que, como colectivo, nos ha de dar lugar a obtener un objetivo de mínimos: la supervivencia como especie. Y no sólo hablo de salud, sino de economía. Porque se puede morir por enfermedad o por hambre. Y en esas, da lo mismo como lo hagas, el final es el mismo. La realidad siempre la intento analizar desde el lugar desde donde ha de ser observada. Y, en las sociedades donde el ocio tiene una buena agenda, la salud es lo primero. En aquellas sociedades donde la luz solar representa la supervivencia, el dinero (como modo de supervivencia) es lo más importante.

Mascarillas, juicio en confinamiento

La no-normalidad

Dentro de esa no-normalidad, está la mascarilla o, como le llaman, en latinoamérica, el tapabocas, prenda que, colocada en la cara, sirve para que ni contagies ni te contagien. Que más allá del debate sobre su utilidad (o no) en el freno de los contagios, ésta es uno de los grandes chivatos de esta pase desencadenante de la pandemia. Llevarla o no llevarla dibuja (de cara al prójimo) mucho de lo que piensas o eres: más precavido, más solidario con los demás, más concienciado, más bohemio… Una prueba más del juicio sumario al que hoy, en tiempos revueltos, nos somete la sociedad, influida por la inmediatez y la agresividad en la opinión. De lo que no hay duda es que, en época de vacas flacas, nos va lo de juzgar, lo de decir a los demás lo que no hacemos bien, lo de poner la máquina de la intransigencia a producir, y a generar tensión.

Llevar (la mascarilla) o no llevarla dibuja (de cara al prójimo) mucho de lo que piensas o eres: más precavido, más solidario con los demás, más concienciado, más bohemio… Una prueba más del juicio sumario al que hoy, en tiempos revueltos, nos sometemos en la sociedad, influida por la inmediatez y la agresividad en la opinión

Trampantojo
Excelente viñeta de Max, en Babelia (EL PAÍS), en que se expresa ese ‘modo agresivo’ en el que nos hemos instalado. El arte de saber callarse a tiempo y de pensar lo que se dice.

Bocazas o bocachanclas

Tapaboca para tapar la boca, pero desgraciadamente, no para evitar el improperio, que no sería mordaza, sino educación. Un tapaboca para acallar al bocachanclas y no sólo para evitar el contagio del virus que está tanto en el aire como en la agenda de muchos de nuestros gestores públicos, más empeñados en dialécticas banales que en la solución de los múltiples problemas que nos está generando esta pandemia y las consecuencias de la parálisis de la actividad económica. El objetivo del tapabocas dialéctico es el de acallar a todos los que no saben cerrar la boca. No hay que callarse -que sería censura, siempre reprobable por contraproducente e indigna-, sino que hay que saber callarse, que es signo de inteligencia, de respeto (a uno mismo y a los demás) y sinónimo de humildad intelectual: si te callas, puedes incluso escuchar. Un pequeño paseo por la prensa generalista de las últimas semanas, nos da un poco ejemplo de esa necesaria mascarilla para parte de nuestra clase dirigente y cientos de miles de soldados y seguidores que los jalean y los ensalzan.

Los bocazas han hecho que aumente el número de los que dudamos entre generar un debate más sano de todo los que nos rodea o abandonar el barco y dejar ese debate de pandereta para los que sólo se sienten cómodos en el enfretamiento face to face o los que quieren hacer de ésto un circo para lograr sus metas personales. Quizás, el objetivo de algunos sea ese: el hartazgo de la gente. Que haya más deserciones de la política tradicional no les genera ningún tipo de batalla ética por saber si cuentan con apoyo o no para su causa. Siempre habrá quien vote y les legitime. Aislarse y no participar supone ‘no estar interesado’. Y, a mi, la verdad, el teatrillo político, además de indignarme, cada vez me aburre más. Pero no podemos abandonar: sin ese puntualizado debate, las manos cerradas y los nudillos pueden ser los próximos lápices con los que escribir la historia que está llena de ejemplos.

«A la política tradicional le han saltado todas las costuras porque, en vez de cosida, estaba hilbanada. No había necesidad de hacerlo: el juego político es más un pulso de poderes y contra-poderes que de ideas y gestión»

Caricaturas

Las mascarillas en la política dibujan caricaturas. Más que tapabocas anti-virus son máscaras, pero no de anonimato. Al contrario. El político utiliza la máscara para resaltar su lado más interpretativo, más actor. Toma parte de un circo en el que, a veces, la realidad supera la ficción. A veces, el personaje se traga al actor, dicen. Y la crítica no recuerda a quién lo interpreta, sino al personaje en sí, tanto en la vida real como en la ficción. Cada vez más, el personaje al que representa fulmina al político que lo encarna. Como decía Margarita Robles en una entrevista, tal vez los políticos no hemos estado a la altura y pedimos perdón. Que nadie lo dude: aún conscientes de la urgencia y la complejidad del problema generado por la pandemia , a la política tradicional le han saltado todas las costuras porque, en vez de cosida, estaba hilvanada. No había necesidad de coser: el juego político es más un pulso de poderes y contra-poderes que de ideas y gestión. La gran política y los grandes políticos hace tiempo que abandonaron la primera linea. Seguramente, por hartazgo intelectual. Pero también porque, como pasa ahora con la mascarilla y la expresividad. La política moderna ha borrado de un plumazo cualquier atisbo de realidad. Se han tomado al pie de la letra lo que, en concepto de opinión pública de masas se sabe: lo que no se publica, no existe. En la nueva política igual: los únicos problemas que existen son los que están en la agenda política, los que saltas a los mass media , los que generan polémica (audiencia) y rentabilidad (dan votos).

Y acabo también con Hanna Harendt: «Nunca he amado ninguna nacionalidad. Ni la alemana, la francesa, la americana, ni a la clase trabajadora. Sólo amo a mis amigos, y soy incapaz de cualquier otro amor». Ella, alemana de nacimiento, a la que el nacionalsocialismo le arrebató su condición germana y que murió como norteamericana, encuentra en el ‘amigo’ el único reducto del sentimiento. Humanicemos, por tanto, nuestra realidad y amemos sin etiquetas. Cuánto nos perdemos enseñándonos con el diferente, el que no piensa como tú. Hagamos que la mascarilla tape la boca, pero no nos deje sin expresión.

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Calles

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«Como quien viaja a bordo de un barco enloquecido» (Calle Melancolía, Joaquín Sabina)

Reflexiones en confinamiento. Capítulo 10. Calles

El desconfinamiento nos ha devuelto a la calle, un lugar hasta ahora familiar, reconocido, en el que casi nos desenvolvíamos por intuición, sin pensarlo. Salíamos, entrábamos, no importaba la hora, volvíamos, veníamos. Cada uno eligía su manera, su hora, su momento. Hay ciudades que nunca duermen, como le pasa a las grandes urbes. De ellas, Nueva York es probablemente la más sonámbula. Curiosamente, una de las más silenciada por esto del Covid_19, que nos ha quitado la calle y nos las ha devuelto distintas, capadas, amordazadas, nunca mejor dicho, pero también tensadas, histéricas y, como casi toda la sociedad, muy divididas en bandos antagónicos. Le llaman la nueva realidad. Pero yo diría que, de nueva nada, al contrario. Es vieja, y mucho. Lo único que ha hecho este virus es avanzar el proceso, lejos de las previsiones optimistas de aquellos que pensaban allá por el mes de marzo que, de ésta y ante un enemigo exterior tan duro, iba a salir una sociedad nueva, distinta, más humana, más cercana a la realidad, más ecológica, más preocupada por los problemas globales. Pero de eso nada.

La calle post-covid, más allá de las mascarillas, está llena de gentes asustadas y tristes, pero también de los de siempre, aquellas personas que las ocuparon con intrepidez y sin ningún miramiento, o sea responsabilidad. No podemos culpar de incívicos a aquellos que nunca ocuparon las calles con una mentalidad global, pero nunca nos dimos cuenta porque no molestaban. Es más, nunca nos importó nada más allá de que nos afectara (no puedo dormir, lo ponen todo perdido, la suciedad de los botellones o, en su momento, las jeringuillas de los heroinómanos. Ahora, nos percatamos que estaban -hacen lo mismo, pero ahora, nos va la cosa a todos-, justo cuando la sociedad se ha puesto ante el espejo y ha visto que va más allá de un ente y sí la suma de todos. Sin que todos sumen, no avanzamos.

Bandos en la calle

De ahí que ya os haya hablado de empatía o de una sociedad retratada en el final o en el inicio de esta sección. Y en vez de disminuir, ha acelerado de forma peligrosa, inconscientemente peligrosa. Se sanciona al mediador al que, como este blog, se pone de perfil, no para no mojarse, sino para situarse a distancia para que, en caso de que la situación se radicalice y surja algún acontecimiento (esperemos que no) sin punto de retorno, haya alguien que pueda llamar a ambas puertas sin miedo a ser tildado de rojo, azul o traidor. Y creo (desafortunadamente) que no soy el único que teme cómo le va a estas calles modernas, aquellas que han tomado los policías de balcón, los sectarios con y sin mascarilla, aquellos que van de justicieros de la igualdad en favor de la mayoría o los que se auto-proclaman salvadores de la patria, sin ver más allá de una bandera. Al final, el intermediario, a derecha e izquierda, se lleva el tesoro gracias a la gran capacidad de atracción que tiene el poder. La corrupción, entendida como arte de aprovechar una situación de superioridad en beneficio propio, tampoco tiene, como el Covid_19, ni fronteras, ni ideologías, ni cultos, ni nada. Contagia a todos. Las caceroladas, las siglas, la política de gestos y las banderas firman esa combinación también violenta. Nos identifica como grupo y, lo más importante señalan al diferente, sea antagónico o, simplemente, se sitúe en el espacio intermedio.

«La moderación, la concordia transversal y el propio ejercicio del diálogo se baten en retirada en las dos laderas, a cada vez menos metros del abismo, mientras prosigue el avance devastador de las llamaradas del odio de las minorías radicales que van calcinando nuestra morada vital», dice Pedro J. Ramírez en su Carta del Director en El Español. Y nos acercamos irremediablemente a una situación de no vuelta atrás, próxima al enfrentamiento. Pero nadie (de los dos bandos) os va a decir nada de ésto. «Es exagerado», os dirán los que, día a día, van tirando a la lumbre la panocha que puede encender la hoguera. La ceguera del día a día nos lleva a esa escalada de enfrentamiento que da miedo, preocupa. La apuesta por los caladeros de votos desdibujan el mapa. Y eso no es alarmismo, es realidad. Si al exaltado que sale a la calle en una bandera o al justiciero que participa en escraches en defensa del pueblo, coincide un día y salta la chispa, la lumbre se puede encender con virulencia. Y los bomberos igual no llegan a tiempo.

No necesitamos un pacto de reconstrucción, sino de concordia. No necesitamos una transición, sino una declaración de intenciones de lo que queremos ser como sociedad. Europa conoce mucho de enfrentamientos. Vivió y sufrió dos guerras, con seguidores ciegos de ideologías con apariencia de justas (unas) y de proclamas patrióticas (otras) que quedaron para pegarse y lo hicieron durante más de 6 años. Necesitamos escuchar a lo que dice el otro, necesitamos que se acabe el ‘y tu más…’, la acusación emotiva. Necesitamos pensar lo que decimos para decir lo pensado, no sólo lo sentido.

Vemos con preocupación la paradoja de una maestra de escuela que, en virtud de su preparación y siendo responsable de la transmisión de conocimiento, pone en duda la letalidad del virus, que ha matado a tantas personas en favor de una teoría conspiratoria que suena más a capricho y a cabreo adolescente que a la raciocinio de alguien que está encargada de la educación futura. O escuchamos a una persona del gobierno acusar a quien pide empatía, sacar el látigo cuando la calculadora de votos y adheridos a la causa mengua, sin más argumento que la adhesión por razones ideolígicas. Todo muy lógico. Es la paradoja que resume la confusión en la que vivimos, y la tensión con la que convivimos. Dejemos (y arrinconemos) a los que nos separan y los que enfrentan, los que nos envían a las barricadas y se esconden en su sillón sobre el que mover las piezas del tablero resulta fácil.

Exijamos trabajo, gestión y empatía. Que la mayoría silenciosa, no chillona e histriónica inunde las calles, imponga la cordura y coherencia, trate al no igual con respeto y, sobre todo, mantenga alta la exigencia de quienes dirigen la nave. Pidamos la dimisión de los alboratadores y los calculadores, los líderes de pacotilla, los obreros con bombín que proclaman en nombre de la clase , o los que defienden la libertad que niegan a otros llegando a la emoción a través de la siempre rentable adhesión a una causa patria. Los extremos se excluyen, pero se necesitan. No caigamos en su trampa. Hablemos y escuchemos. No nos tiremos los trastos a la cabeza para que ellos cambien su sillón.

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En bici con el ECM. Capítulo 1. ‘Tú que escribes, tienes que hacer un blog», me dicen mis amigos del ECM. Pues aquí está. Es el primero, aunque no sea una etapa. Se echa de menos esa adrenalina creada por el madrugón, la ilusión, la afición por este deporte y el pique. Desde el ‘Buenos días cabrones’ del recuentro hasta el ¿Se queda? Pues que entrene más. Todo, absolutamente todo, se acaba echando de menos. Espero que os guste.

#NoHayGloriaSinSufrimiento

Y ha tenido que venir este puto virus para darnos cuenta (al menos yo sí) que la salida de los sábados va mucho más allá de salir en la bici. Y es que, la bici y la etapa nos consume de igual manera que nos da vida. Pensamos en el sábado como chavales. Comenzamos…

Suena el despertador. Son… bueno, depende de la época del año. Lo que es seguro que, cuando yo me he despertado (me gusta apurar la hora, lo reconozco), Bienve tal vez lleve ya un rato despierto y se haya metido en el cuerpo un buen plato de pasta, acumulando hidratos. O Pepe se haya levantado harto de pegar vueltas en la cama y Roque esté preparando su móvil, Strava, Instagram… todo preparado, por poner ejemplos. Otro de los puntuales suele ser el Angelillo, al que echamos mucho de menos porque últimamente no puede venir, sobre todo Pepe. El pique más mítico. Pero todos: el Tranvi, Felipe, el Rochi, Sergiete, Carlos, Roque, Pastera, Ximo… o los menos asiduos últimamente como el Chulla o el Eskiwi o Javi el mecánico (los tenéis a todos en la foto). El viernes previo se desprende en el grupo de Whastsapp del ECM, esa expectación mezclado con reto y pique de la etapa del sábado, calendario ahora apartado, suspendido y no realizado a causa del puto virus.

En el día anterior, el del viernes, el comentario varía entre el decepcionante: «yo no voy, no puedo, disfrutad cabrones’, al animoso y retante, siempre retante: «preparaos mañana, os voy a machacar». O un aviso de la dureza de la etapa: «más de uno se va abrir de patas», se augura entre risas (y no tan risas). Hay quien se retira pronto el viernes buscando casi la concentración y descanso necesario, y hay quien, como es mi caso, el viernes ya es antesala del fin de semana. Una buena cenita y, eso sí, mirando de reojo el reloj: mañana toca etapón, porque siempre lo es.

En el confinamiento, los días han sido extraños, los sábados más. No siempre salíamos todos (casi nunca), pero el aislamiento nos ha puesto a todos en el mismo sitio: todos en casa. El ECM, a partir de ahora sin siglas (siempre nos preguntan: ¿eso que quiere decir?), porque así le decimos todos, es un grupo diverso, como suele pasar en el mundo de la bici. Pero además, cada uno a su nivel, si hay algo que nos une es que nos gusta ‘dar el máximo’ (que quede claro que algunos, si no pueden, literalmente no salen, se borran). Yo no suelo hacerlo. Como mucho, me busco alternativa (voy a su encuentro si veo que no voy a poder estar) Pero lo bueno que tiene es que no hay reproches: quien quiere sale, y quien no quiere, no puede o, simplemente, no quiere sufrir todo el puto día, no sale. Como dice Bienve: «jugamos a ser ciclistas». Y de juego, claro, nada. Desde la primera pedalada se siente la tensión, la escabechina, bien entendida. Salimos todos juntos, paramos todos juntos (no al mismo tiempo) y casi nunca, llegamos todos juntos. Eso sí, la cerveza armónica en Casa Canina es elixir tras el esfuerzo y el cotilleo de etapa de bar: pique del Strava y comentario de la etapa. ‘Cabrones, me habéis matado’, dice uno. Casi siempre, a la llegada, el Rochi se lleva todas las miradas y alguna que otra colleja en forma de… De nada. Él no es cambiable. Él es así. Y, aunque a veces te joda, siempre acabas reconociendo que, sin él, hay menos espectáculo, aunque acabes molido, en solitario y reventado por un tío con unas condiciones bárbaras para esto de la bici.

Salida… de salida

Volvemos al principio. Se acerca la hora -entre las 6.30 en verano y las 8 en invierno- Casa Canina o, en su caso, El Racó son el lugar de concentración. Pepe siempre está, esperando con su café que casi siempre vemos apurado, finiquitado. Ahora Roque le suele acompañar entre los primeros del bar. De su cara siempre se desprende cómo está, pero habitualmente ‘nunca está bien’, lo cual no suele ser cierto. En el Eceeme (no exclusivamente de nuestro grupo) nadie dice que está mal ni bien. Bueno, yo cuando no hay más remedio y cuando la evidencia te dice que, más allá del kilómetro 30 a una media de 35 km/h te vas a quedar y vas a hacer tu marcha. O Felipe o Jesús el Tranvi, sabeedores que, como en mi caso, vamos a sufrir sí o sí. De coña, pero cierto, siempre decimos: somos la versión B del Eceme. Todo de buen rollo, claro. Si vamos bien y no escalamos mucho, igual hasta nos divertimos. Si no, a ver la etapa desde el fondo del grupo, a lo lejos. Así que ésto es lo bueno (y lo malo) de nuestra grupeta. Si estás bien, la gozas y sufres; si estás mal, sólo sufres, como un perro. Pero siempre acabas igual: queriendo vender la bici. No hay término medio. «Para eso te vas con la peña’, se suele escuchar a modo de reto, siempre entre risas. El otro clásico es el saludo nada más llegar o si alguien pone algo en el chat: «yeee, cabrones»… Sin más. Lo de cabrones es eso, una licencia de buen rollo y, por qué no, una marca de testosterona. Pero ojo, siempre lejos de la parienta.

Llega la hora. La salida es… bueno, como todo en el grupo. O estás espabilado o te toca calentón. No hay tregua ni con las barreras ni con el semáforo (si vamos hacia la costa). Para arriba, un poco más tranquilo. La Lloma hasta la Bona Paella es un buen sitio para ir calentando piernas. Si alguien se queda: «que entrene más» (entre risas). Pero nada de risas. Va en serio. «Que espabile». En este tiempo, seguro que todos hemos echado de menos esa tensión inicial, o también ese relevo Sergiete-Bienve (o con Pastera cuando se acerca la Induráin), salida en tromba que te ahoga y te hace iniciarte con mal pie. En 5 kilómetros, los que van a Puçol, ya sabes si vas bien o vas mal, es decir, si vas a sufrir o vas a morir en el intento. Si el destino es hacia el interior, llegar a la rotonda de Marines se convierte en una crono por equipos en la que vemos como, desde Bétera, vamos pasando grupos y grupos… Con la respiración ya acelerada y las piernas (como no las tengas bien, palmas fijo) ya como piedras, la primera hora de etapa es como nuestro lema: no hay gloria sin sufrimiento.

Lo que pasa en la bici…

Se queda en la bici. Transcribir algunas de las conversaciones durante la etapa es, sencillamente, imposible de reflejar… Pero bueno, a groso modo, desde imaginativas escenas porno a recordatorios de viejas batallitas de bici… A acusaciones sobre el ritmo o la estrategia: «si no puedes, te apartas«. ‘No aprietes, cabrón, que nos fundes»… O, cuando acabas un relevo en el que te has dejado la bilis, con el aire en contra y te dicen: «¿es eso todo lo que sabes hacer? Vamos, para comer la moral. Al principio, te las crees y te arruinan. Pero ahora ya sueltas aquello que te den y ves, como, quien suele ser un bocas suele ya estar pa’talleres. Por no decir el me aburro de las filas finales del grupo, para machacar, una vez más, a los que van al relevo. Felipe y yo tenemos una teoría que ya nos empiezan a dar las canas: cuanto más tiempo estemos delante y pongamos un ritmo razonable, más posibilidades tendremos de que no nos revienten. Eso sí, como la cosa pinte mal, nos pase alguien (alguna vez pasa…) y alguien se le caliente la boca (en ciclismo, las piernas), allá que vamos…

Por no decir, el día en que al Rochi (porque es él y sólo él el que lo dice) se le ocurre decir: ¿a qué hora está previsto llegar? Es decir, traducido y en plata: tengo prisa. Entonces sí, átate los machos porque viene marea. Los que vinisteis recordaréis aquel famoso día de Favara, más allá de Cullera. Cómo fuimos y cómo volvimos.

Estas son algunas de lindezas que nos caen a todos. Yo os reconozco que a partir de un cierto momento, ya no escucho nada ni a nadie. Se le llama la borrachera del ciclista: no sabes ni por dónde has pasado. Y si te dicen que vuelvas, ni de coña. Tu único recuerdo es la rueda del de delante. Y ver cómo se aleja y te obliga a apretar más, y más y más… Sólo piensas en cómo adaptarte al dolor de piernas y, en el caso de que apuntes a las famosas y dolorosas rampas, a estar atento para, en cuanto llegan, soportar el dolor de camino a casa. De lo que se trata es de ahorrar en energías para llegar al final (siempre dosificando para acabar igual). Y si la cosa se pone fea: que os den, nos vemos en Canina. Pero, como siempre decimos, todo lo que pasa en la carretera, se queda en la carretera. Aprovechar una rotonda para enfilar el grupo y cortarlo, o el semáforo de un pueblo, o una zona de paso de peatones… A veces, nos la jugamos (esto sí es reproche). Pero no vale mirar atrás. Jugamos a estar en el Tour pero con sello valencià…

Las etapas…

Hoy toboganes o puertacos, o es llana pero se va a mil, o viento en contra (casi siempre a la vuelta)… Las etapas (siempre superiores a los 100 km… y en temporada alta, alrededor de los 150) marcan otro escenario. Eso sí, siempre se hace la etapa marcada, salvo ecatombe o alternativa aprobada por todos. No sé qué deciros: todas y ninguna me gustan. Las que apriori me van (las llanas) depende de mi estado de forma. Porque el ritmo es descomunal, se vuela. ¿Medias? Indecentes, simplemente. Y, claro, a latigazos, otra marca de la casa eceeme. Bienve es el arquitecto y diseñador de la temporada, y el que nos suele deleitar con los videos post jornada. Ahora, con la Go Pro, ya llevamos hasta testimonio audiovisual. Visión frontal o visión posterior. La verdad es que, con las imágenes, uno se da cuenta del ritmo y del hp el último que nos suele acompañar, sea como sea la etapa.

Llega el final. Me ha salido un poco largo el relato. Pero creo que merece la pena. Llegamos a Canina, con cara desencajada pero felices y con la carga de endorfinas a tope. Hemos sufrido, hemos pasado calor o frío, nos hemos reído, hemos hablado. A veces el silencio es tan descomunal que se oye cualquier ruido. Concentración en los momentos de máxima exigencia, distancia en los puertos. Las bajadas, el curveo, el llaneo… todo. Cinco horas de bicicleta dan para mucho. En Canina se acaba la fiesta. Salimos del bar, con nuestras bicis. Y ya pensamos en la próxima… Es nuestro sábado. Y lo echamos de menos, todos juntos, a rueda (ahora no se puede). Pronto volveremos a hacerlo. Como digo en la foto. Tornarem. Amics, mos vorem en la carretera… Gràcies #WeLoveCycling

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Transparencia

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Reflexiones en confinamiento. 8ª entrega. La transparencia.

En una crisis como la que estamos viviendo tiene lógica que se produzca mucho ruido que, como vengo diciendo desde el principio, todo el mundo (y me incluyo) nos hace que quedemos en evidencia en algún momento -es casi imposible mantener la coherencia intelectual en todas las ocasiones- El error es otro compañero de una pandemia. La actitud ante el mismo (perdón o negación), también. De una vida marcada por la globalidad hemos pasado a un vida en ‘alarma’ (estado de…), que nos ha encerrado primero en nuestra casa, después en nuestro municipio, luego en nuestra provincia, región, país… a la espera de que se pueda recuperar la vida tal como la habíamos dejado antes de la vista del Covid_19. Porque sí creo (más bien espero, como acto de fe) que va a ser así: bien por la vía de la extinción del virus (como ya pasó con otros similares) como por la vía del control de la enfermedad (tratamientos y, posteriormente vacunas). Es cuestión de tiempo.

El estado de alarma, figura en España para poder recortar las libertades (confinamiento con fines de reducción de la pandemia) que, hasta ahora, teníamos como verdad absoluta, ha venido acompañada de una dialéctica que, como reflexión, ‘nos viene bien a todos’ porque nos sitúa en una situación paradójica y poco habitual: protestan algunos de los que en otros momentos abogaban por defender ‘la mano dura’, y se defienden aquellos que se mostraron siempre contrarios a que, ante situaciones de excepcionalidad, sean habilitados mecanismos anti-democráticos. El estado de alarma ha cambiado los papeles con las víctimas de entonces en el poder y los verdugos en la calle. Curiosa situación que, tal vez, nos permite conocer exactamente aquello de ‘vernos en los zapatos del otro‘. Por ponerle color, rojos defendiendo a las fuerzas de seguridad y la pérdida de libertades; azules acusándolas de estar al servicio del gobierno y reclamando la libertad que otrora negaron. Ver para creer. Los bandos

Otra consecuencia (y en el mismo sentido), llega de la información y la comunicación, también con los papeles cambiados. Acusan -a quienes antes les acusaron a ellos de lo mismo- de eliminar la crítica y la opinión, de falsear la realidad, de ocultar cifras, de menoscabar la comunicación entre los distintos actores políticos. En tiempos de alarma, cocluyamos, todo se bunkeriza porque hay mucho ruido y, como en el caso de España, si se viene de una época convulsa, con una gran cantidad de procesos electorales y la prórroga consecutiva de un gobierno provisional, la cosa todavía es mayor. Es por eso, que las protestas han cambiado su perfil y, al menos sociológicamente, nos presenta esa misma situación curiosa, por paradigmática: suéter de pico en la calle versus camisa de cuadros o chaqueta de Zara en Palacio. Tribus urbanas que, en el momento de la pandemia, les ha pillado en situaciones contrarias a las vividas en recientes tiempo de oscurantismo. Lo que a mi me hace reflexionar todo esto que estamos viviendo es que, en ningún caso, me gusta ‘la alarma’ como situación de gestión de la vida en los países democráticos (y considero no democráticos los que no cumplen, sea Venezuela o Irán). Y no haría falta decretarlo si, en aras a la salud de la mayoría, los gestores (gobierno/s) tuvieran la potestad para limitar movimientos, a través del máximo consenso. Porque lo que no se le puede exigir a la vieja constitución del 78, que rompe costuras por todos los lados -como no puede ser de otra manera, ya que refleja la realdad de una sociedad española como la de entonces-, que más de cuarenta años después, prevea situaciones como la de esta pandemia. Igual que esta situación nos ha exigido a todos un plus de originalidad, capacidad de adaptación al cambio y paciencia, la clase dirigente también debía de caer en la cuenta de que la situación requiere nuevas formas. Y ya lo he dicho en anteriores reflexiones: quien gestiona ha de abrir la mano para que quien vigila, la tome. Pero abrir la mano, no sólo ponerla. Y el que vigila no ha de darle un manotazo.

Pero no quería ahondar el tema en la parte política sino más bien en la información y la comunicación en tiempos de alarma. La discrecionalidad de la interpretación del dato desconocido nos lleva al agravio y a la protesta. Y en esa situación, el ‘y tú más’ y el ‘por qué nosotros sí o por qué nosotros no’ aparecen como argumentos detallados de forma matemática por cada uno de los bandos, los putos bandos -y perdóneseme el taco producto del hastío que me produce ver a batallones de seguidores en un lugar o otro atacándose mutuamente casi por las mismas taras, porque no pueden ser llamadas de otra manera.

Alarma y comunicación…

Ya os hablé de los bulos, dejando para más adelante (ahora) el tema de la transparencia, la comunicación, también fiada a la estrategia. También os he hablado de la falta de ‘empatía’ y de dificultades en la comunicación de determinados gestores (esta semana, turno para la portavoz del gobierno, o para el ministro de Consumo o para -una vez más- o la presidenta de la Comunidad de Madrid). Hoy -como prometí la semana pasada- os hablo de comunicación, es decir, de qué se informa y de la manera de hacer llegar la información al gran público. Siempre defendí mi profesión más como una técnica y una capacidad, la de comunicar más que por un afán puramente informativo. Porque la palabra clave es comunicar. Nos informan las fuentes de lo que no sabemos y nosotros preguntamos y contamos. Así de sencillo. Siempre se nos reprocha que hablamos (demasiado) de lo que no sabemos. Durante esta pandemia, ha habido gente que se han ido directamente a las fuentes originales a documentarse. Se han informado de lo que nosotros llamamos ‘los brutos’ y que es lo que después transformamos en noticia. Es cierto que hay cierta malversación en la confección de los titulares, también producto de ese marketing periodístico que busca la atención como por ejemplo es el clickbait, o cebo para pinchar (en medios informativos, contraproducente). La capacidad de extraer información, valorarla, diseccionarla y jerarquizarla nos corresponde todavía a los periodistas (y creo que por ahí va nuestro futuro). Pero en este tiempo de pandemia, hay mucho ‘bruto’ que no da tiempo a ser analizado, y mucho análisis que no llega, porque simplemente se acumula. Y, como ocurre con los estudios científicos, hay mucha precipitación a la hora de informar y, por qué no decirlo, mucha falta de formación (lógica): los temas sanitarios y científicos son complejos, requieren tener mucho conocimiento, bagaje y del funcionamiento del mundo de la ciencia y de los científicos. Quedarse en la anécdota, ser imprecisos, desconocer los tiempos de la ciencias son algunos de los elementos de esta falta de información. El periodismo científico pide paso y reclama salir del anonimato por no llegar al gran público, pero al periodismo generalista, con pocos actores (periodistas en redacción) y muchos informantes (gabinetes, jefes de comunicación, generadores de contenidos, etc), cada vez más se pone en evidencia: ha tenido que informar sobre temas a los que no estaba acostumbrado (siempre hablo en general) pasando la habitual acción política a segundo plano. Es más, me sigue chirriando cuando, en medio de todo lo que pasamos, los medios gastan recursos y esfuerzos en explicar y contar, por ejemplo, la algarabía política, las acusaciones y las críticas mientras la sociedad lucha por sobrevivir a un situación de salud, económica y social sin precedentes. Es cierto que esa sociedad busca respuestas, pero (creo) le molesta mucho el ruido. Y esa actitud, nos separa mucho más del gran público, y nos acerca al alborotador de las redes que hace tiempo dejó de seguirnos y consumirnos. Información hay mucha. Lo difícil es valorarla y saber transmitirla. Pero es cierto que algunos expertos y médicos con vocación divulgativa, están también realizando una labor muy cercana, como el canal Youtube del médico internista Iván Moreno, con unos videos divulgativos muy interesantes (no sólo en el fondo sino también en la forma) sobre la enfermedad, los datos, y la pedagogía en las decisiones y valoración como experto, un oasis de claridad en medio de tanto bulo o información corta. Y la base es la enorme cantidad de datos que sustenta su información, el conocimiento y la capacidad para transmitirla, y eso es lo más importante.

Informes, datos…

Estoy ya preparando la próxima entrega, en la que hablaré de datos, de Inteligencia Artificial, de automatización, del avance tecnológico, de la transformación digital de la sociedad … toda esa gran cantidad de nuevas disciplinas que ahora nos pillan por sorpresa (yo llevo tiempo siguiéndolas y tratando de comprenderlas), pero que llevan ya tiempo entre nosotros, aunque silenciadas por la agenda de los mass media. Y pueden ser de gran ayuda para la pandemia y el proceso de desescalada, tanto desde el punto de vista médico como de gestión política. Pero hoy sólo reflexionaré sobre la importancia de la transparencia en la transmisión del dato, y más cuando de éste dependen decisiones importantes. En el siglo XXI no es de recibo que cuando una decisión (desescalada) depende de ‘parámetros’ cuantificables (como ellos mismo dicen), la comunidad (los que sufrimos y cumplimos esta desescalada) no conozcamos ese ‘bruto’ de datos que nos permitiría entender mejor las decisiones. Y sobre todo la comunidad científica (a toda y no sólo a los que asesoran las decisiones de las autoridades), para poder sacar sus conclusiones y aportar (palabra clave por aquello de que cuatro ojos ven mucho más que dos) sus propios argumentos, enriqueciendo el debate y dotándo esa futura toma de decisiones de un mayor rigor.

En el siglo XXI no es de recibo que cuando una decisión (desescalada) depende de ‘parámetros’ cuantificables (como ellos mismo dicen), la comunidad (los que sufrimos y cumplimos esta desescalada) no conozcamos ese ‘bruto’ de datos que nos permitiría entender mejor las decisiones. Y sobre todo a la comunidad científica

«Podrían ponerse de acuerdo el Gobierno y las CCAA y publicar los informes técnicos (tanto los de las CCAA como los del Gobierno) en la página del Ministerio de Sanidad para que la población este informada y para que expert@s en salud pública podamos analizarlos y compararlos?», pedía en un tuit en relación a la desescalada,la doctora Helena Legido-Quigley, profesora asociada en la Saw Swee Hock School Of Public Health de Sigapur y una de las expertas a las que han acudido algunos medios de comunicación. Algo tan sencillo y lógico como esto para el gran público y, al parecer, tan complicado y obtuso para los que nos gestionan. Al final, todos los datos se conocerán, y hacer lecturas interesadas es pan para hoy y hambre para el mañana del responsable que ordena el sesgo en la información, aparte de una enorme inutilidad (dato que tengo, dato que comparto). Mucho peor que no darlos, hacerlos públicos, es filtrar esos datos porque, además de restar credibilidad a los mismos, se puede producir el mismo sesgo (te los doy si…). Los gabinetes de comunicación hace tiempo que pienso que son más barreras que caminos para que discurra la información, al contrario que la causa que los originó: regular la relación entre los medios y las entidades, públicas o privadas para facilitar el acceso a la información habida cuenta de la gran cantidad de nuevos medios que se han creado, afortunadamente. Funciona más el ‘yo te digo lo que debes saber porque, o es eso o no es nada’. La torpeza del censor (parcial o total), sea quien sea, está en que, salvo en contadas ocasiones, al final todo se conoce, se sabe y se pone en conocimiento del gran público, como muchas veces se ha demostrado, quedando así retratado su responsable. Bajo el oscurantismo de negar los datos, siempre está el fácil argumento del que busca en la desinformación una excusa para justificar su gestión. Vale aquí, como conclusión, acudir al refranero: dime de que presumes y te diré de qué careces. Pues eso. Comunicación en (estado de…) alarma.

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Adolescentes en confinamiento

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“La frustración es un entrenamiento imprescindible para saber desenvolverse porque para vivir en sociedad hay que saber aceptar las renuncias. Los padres deben acostumbrarles a ello poco a poco”, Alfonso Ladrón, psicólogo clínico infantil del servicio de Psiquiatría del Hospital Clínico San Carlos*

Reflexiones en confinamiento, octava entrega.

Esta semana, iba a escribir de comunicación, pero he cambiado de idea. Voy a hablar de educación, que siempre me genera ansiedad porque, mi propuesta, mi valor sobre ella, provoca siempre controversia en mis interlocutores, sean quienes sean, más próximos o contertulios ocasionales porque es un tema transversal en nuestras vidas, y porque hablar de los hijos es uno de los temas estrella en nuestra socialización. Lógico. Una conversación sobre qué se pierden los adolescentes confinados por la pandemia, me lleva a este cambio. Estoy de acuerdo con que los adolescentes son los grandes olvidados de esta crisis, como se ha dicho. No son niños, no son adultos, empiezan a vivir y la experiencia vital suele rozar lo agonístico. Pero, como digo muchas veces, es una enfermedad que se pasa. Pero no voy a hablar de ellos, sino de los que estamos cerca, a su lado. 

Lo que me inquieta es que no sólo no intentemos minimizar su frustración con nuestra ‘comprensión’ paternal, y todavía me preocupa más que lleguemos a ser los padres los que hagamos más grande todavía esa frustración sin hacer la mínima pedagogía en una situación extrema, no vivida antes, más allá de entenderla nosotros también desde nuestra posición y nuestras preocupaciones como responsables de nuestra y su vida. Ser solidarios con la situación de ‘pérdida de libertad’ en el momento en que más la necesitan, no puede ni debe ser excusa para remarcar y asumir dicha frustración y, mucho menos, intentar ‘solucionar’ el problema y sí optar por otra de las palabras de moda en esta pandemia: la resiliencia, que incide en la salida de la adversidad, no en el relato del trauma. 

Siempre sale lo mismo: protección. Soy padre de una adolescente, y también he padecido esa misma tensión. No ha sido un año fácil con ella, pero me siento orgulloso (de ella y de mi) de salir airoso (aunque no sin consecuencias en nuestra relación) de su condición de adolescente. No es fácil salirse del carril, dejar que tu hijo se defienda sólo, se saque las castañas del fuego, entienda que el elogio del padre al hijo es poco menos que obligatorio y que cualquier factor externo que le acecha es causa de injusticia. No suelo ya tratar sobre mi ideal de educación (ni mejor ni peor que otras, la mía). De hecho, hay tantas educaciones como padres, y todas válidas, por supuesto. Como siempre, es una reflexión, no una verdad absoluta. Hoy, en el contexto de la crisis del Covid_19 y el confinamiento, sí me he animado a escribir sobre educación, adolescentes, millennials y toda clase de gente joven (no ya niños). Muchas de las situaciones que se dan ahora con ellos proviene de un modelo educativo muy proteccionista, de la que ellos son víctimas, de una educación laxa, dirigida al no-daño. Siempre pongo una metáfora de ese proteccionismo: hay padres que se tiran por un tobogán antes para saber si hay peligro.

No voy a poner un ejemplo real, por razones obvias, pero sí una situación simulada análoga. Si un/a joven adolescente sufre ansiedad por no poder a su ‘novio/a’ durante este confinamiento, por ejemplo (algo muy probable, y con cierta sensación agónica en sus vidas cortoplacistas), nuestra reacción como padres ha de ser a mitad camino entre la comprensión y el realismo, sin que la primera provoque que sea el propio padre el que se coloque literalmente en la piel de su joven hijo. Si alcanzamos a hacer ver al adolescente (egoísta por naturaleza, porque si no no sería adolescente) la globalidad del problema, contextualizando la crisis, les estaremos enseñando a mitigar la frustración y a reducir su ansiedad. En Latinoamérica el Covid_19 es conocido como el Coronahambre. Difícilmente, un adolescente latino pueda ver más allá de la angustia que se sufre en casa por la falta de recursos para traer comida a la vivienda. Pero no sólo allí, sino también aquí. En España, se estima que hay 8 millones de personas en riesgo de exclusión social, unas cifras agravadas por la pandemia. Es difícil que un joven sin problemas añadidos por su contexto, atienda a tal reflexión, lo entiendo. Como no es lo mismo que alguien con algún caso cercano y traumático por el Covid_19 actúe de la misma manera que alguien que sólo sabe por referencias, cifras o mass media.

Recuerdo mi adolescencia como un período a medio camino entre la seguridad insultante de la juventud y la inconsciencia militante de la falta de experiencia. Aún así, siempre hubo sitio para abordar valores que, a la larga, han confeccionado mi ideario, mejor o peor, pero lo han ido construyendo. Hacer ver que las cosas pasan (buenas y malas), que hay que adaptarse a las situaciones, que lo que no se puede hacer ahora, se hará después, de otra manera. Que el ‘no se puede’ no debe ser un motivo de angustia, desazón o enfado, sino de espíritu de superación ante la adversidad que, a la larga, es la que más nos permite aprender, y que las crisis suelen indicar más oportunidad que inconveniente. Lamer las heridas de los que se caen, no nos hace mejores padres, pero sí nos hace peores educadores. “Para mí, los rasgos del carácter son esas cualidades que nos engrandecen como personas: la resistencia, la habilidad para trabajar con otros, enseñar humildad mientras se disfruta del éxito y capacidad de recuperación en el fracaso”, decía Nicky Morgan, ex-ministra de educación británica en tiempos de David Cameron, y que entre sus prioridades estaba la educación del carácter. En The Crown, la serie de Netflix que destripa la vida de la Reina Isabel de Inglaterra, se cuenta que el príncipe Carlos fue a estudiar a la escuela escocesa Gordonstoun, la misma en la que estuvo su padre Felipe, el Duque de Edimburgo, conocida por sus métodos espartanos, con un gran componente físico, ligado a la educación militar, buscando reforzar el carácter que, también en GB, el rugby ha sido ejemplo como método empleado para fortalecer dicho carácter, para educar: integridad, pasión, solidaridad, disciplina y carácter. En tiempos de crisis, esas cuatro cualidades definidas por Morgan deben estar en la cima de las prioridades educativas. La comprensión de la inconveniencia del joven adolescente por parte del adulto es necesaria, pero nunca la asunción de esa frustración como propia, como tampoco celebrar los éxitos de tus hijos como si fueran tuyos. 

“Cuando una familia quiere que sus hijos no pasen las dificultades por las que sí pasaron ellos, la sociedad se vuelve más cómoda, blanda, menos esforzada. Pasa también con los países”, dice el ingeniero de caminos y experto en educación Alfonso Aguiló. El coronavirus nos ha puesto a todos a prueba y el confinamiento ha retratado nuestras prioridades personales y sociales. 

 “La comprensión de la inconveniencia del joven adolescente por parte del adulto es necesaria, pero nunca la asunción de esa frustración como propia, como tampoco celebrar los éxitos de tus hijos como si fueran tuyos”

“Ahora valoraremos más todo lo que tenemos y vivimos”, dicen continuamente los expertos. Y yo que lo dudo. Pero lo que sí se llevarán nuestros adolescentes (que no muchos de nosotros, los padres o educadores) es una lección práctica de cómo reaccionar ante la adversidad. Los pormenores no los recordarán afortunadamente, pero la situación la tendrán siempre presente en todos los ámbitos de su vida. Y nos recordarán a todos nosotros y muy seguramente en modo protesta que siempre es mejor experimentar por uno mismo, que encontrar las hélices de los denominados ‘padres helicópteros’, los que sobrevuelan la vida de sus hijos geolocalizando sus peligros. 

*Artículo ‘Niños consentidos’, Padres e hijos, ABC)

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Empatía

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(“O como saber ponerse en los zapatos de otro”)

Séptima entrega de ‘Reflexiones en confinamiento’… después de 49 días

“La solidaridad es un buen medicamento contra el trauma”, decía el psiquiatra Luis Rojas Marcos en una entrevista, poco antes de darse por iniciado esta crisis del Covid-19. Y, en el inicio de la pandemia (más bien del confinamiento), fue así. Mucho buenrollismo. Ganas de agradar, subir la moral, plantar cara a la adversidad… Pero yo ya dije en aquel momento que no me pareció así. Esa solidaridad asustadiza nos invadió mientras hubo miedo, cuando la gente se contagiaba a miles y se moría a muchos cientos. Al principio, pensamos que esta pandemia sería como aguantar la respiración unos segundos bajo el agua y luego a respirar como si nada. Pero ya llevamos mes y medio confinados. Ahora, en desescalada, vuelta a las andadas. Vuelve el ‘primero yo’, y me incluyo, aunque trato de revelarme contra este pensamiento. 

“El que no se sienta cómodo, que no abra”.

La frase es de la vicepresidenta cuarta, Teresa Ribera, la que nos ha de guiar hacia la vida tal y como la conocíamos (lo de la ‘nueva normalidad’ no lo veo, porque después de cualquier crisis, siempre hay una nueva normalidad y van muchas), la encargada de dirigir la desescalada (otra decisión sorprendente, en mi opinión, por su perfil profesional, pero en fin). Frase dirigida al sector de la restauración, pero da igual: podía ser cualquier otro. Más allá de ser un vacile, poco respetuosa e inoportuna, es sobre todo poco empática con un sector que, junto con el de la aviación y los viajes, es el que más sufre y va a sufrir lo que se llama la social distancing, porque es el que más necesita de la aglomeración como forma para crear riqueza. Otro debate es el de las condiciones laborales del sector y de qué tipo de modelo tenga el de la hostelería (precariedad, temporalidad, bajos sueldos, etc), muy expuesto a variabilidad en cuanto a resultados por el enorme impacto de cualquier situación no esperada. Pero decirlo así, de esa manera, es desalentador y poco edificante, mi primer sentimiento cuando lo escuché. No es el único caso de falta de empatía que se ha dado pero, para mi, uno de los más llamativo. Es cierto que es difícil que la salud y el dinero casen, y más todavía si le añades hábito. Más bien al contrario, en este caso, son antagónicos.

Lo contrario, Margarita Robles. También socialista, mujer y Ministra de Defensa. Empatía con su tarea, con la situación política, económica y con los que piensan de forma diferente a ella. No cuesta tanto. Y no es una cuestión de colores. Por no hablar del talante de José Luis Martínez Almeida, el alcalde de Madrid, o de la concejala de Podemos, Rita Maestre. Un solar de aceptación entre tanta algarabía. Insisto más allá de cómo se piense. Ponerse del lado de autónomos, empresarios, trabajadores, no tiene por qué evidenciar tendencia, si nos atenemos a la empatía. Votantes de izquierda que tienen negocios y votantes de derechas empleados públicos, trabajadores en fábricas o empleados de rentas más bajas, así lo corroboran. La empatía no tiene ideología y es una enorme herramienta social e individual. Pero choca de pleno con uno de nuestros mayores defectos como humanos y es que casi siempre sólo vemos nuestra situación: todo lo que impida lo que yo quiero, no está bien. Si (el que manda) no lo hace, ya no me interesa. El dolor del otro, no es mi dolor. Y así nos va. 

 “La empatía es una enorme herramienta social e individual, pero tiene un problema y es que sólo nos vemos en nuestra situación: todo lo que impida lo que yo quiero, no está bien. Si no lo hace, ya no me interesa. El dolor del otro, no es mi dolor. Y así nos va”

Las crisis, por definición, no son empáticas. Aunque en los momentos de adversidad, suelen salir a la luz actitudes solidarias, éstas son muy tenues, casi dirigidas más a limpiar conciencias que a encontrar empatía de verdad. Sólo la imagen antagónica de los aplausos en los balcones y los escritos de acoso, acciones ambas dirigidas a los profesionales sanitarios, dan una idea de esta gran falta de ponerse en los zapatos del otro. La empatía no es sólo solidaridad, es una actitud de vida, es una de las grandes aportaciones de la inteligencia emocional, aquella que viene a ayudar a la parte social de cada individuo, a crecer y desarrollarnos de una manera fluida y conjunta.

Lo contrario a la empatía es, por ejemplo, la política que nos han dibujado. Ni ha habido empatía del gobierno para con los demás (los que piensan diferente a ellos), ni tampoco al revés, en esa relación gobierno/oposición, tan necesaria, por cierto, pero no necesariamente tan tensa y programada. Pero, en los llamados asuntos de estado (a los que ataca esta pandemia) siempre ha habido una pequeña tregua, más por decencia que por ganas. “Llevamos un mes trabajando en el proceso de desescalada”, dicen en el gobierno, pero no sabemos (sabíamos, hasta que lo publicaron a modo de comunicado) ni cómo ni quiénes están haciéndolo, sólo quién lo dirige (lo menos relevante) No ha habido empatía de los que dirigen (siendo consciente de lo difícil que es la gestión de una situación así) con el resto de la sociedad. Cuando alguien dicta una norma, debe ponerse en situación del que va a ser ‘normativado’, y para ello ha de hablar con él. Si yo quiero legislar la reapertura de los bares y restaurantes, me siento con ellos, les escucho, observo cuál es su realidad y luego, lógicamente, en función de otras consultas (como por ejemplo, las sanitarias) decido.. Y no sólo debe serlo sino también aparentarlo: ser transparente y demostrarlo. Y, lo más importante, lo digo, lo comunico y dejo ‘libertad’ a todos los que han participado de la decisión para debatir públicamente las deliberaciones de ese plan. La uniformidad no puede ser impuesta (la decisión ya es única), sino que ha de ser la suma de consensos.

Es lo que hacemos (o debemos hacer, al menos, en todo caso es lo que nos enseñan a hacer) los periodistas: hablamos con todos los sectores y luego los que nos escuchan o nos leen, deducen. Un gobierno, ha de decidir, estando/oyendo/viendo a todos. Implicados, pero también con las ideas de otros (oposición), entre otras cosas porque si los involucras, ya los haces partícipes de tus decisiones, en algún sentido. Si no lo haces, siempre les quedará aquello de: “nos hemos enterado por la prensa”. Es decir, no es nuestra responsabilidad, es la de ellos. Y nos da vía libre a nuestra despotrico. “No es un plan de desescalada sino de descalabro”, ha dicho Pablo Casado. O sea que, a mí, plin, ni me has consultado (que se sepa). 

La empatía es necesaria, pero la sociedad, esta sociedad camina hacia el lado contrario. Si yo puedo salir y tu no, ¡te jodes¡ Si no salgo, me quejo. Si me quejo, no lo están haciendo bien porque no me benefician. Si benefician al otro, tienen interés en que así sea. El pequeño empresario, el comerciante, el vendedor, el propietario de un puesto en el mercado, el funcionario, el maestro, el médico… y así hasta el infinito. Todos son de mi comunidad, de la gente que vive conmigo. Amigos próximos, familia, conocidos…. El día que entendamos que la suma de voluntades personales es una colectividad sana, y que para que mi esfera privada funcione, necesito que lo que me rodea lo haga también, como ha venido a demostrar este virus tan enrevesado como es el coronavirus, a todos nos irá mejor. Pero qué difícil es mirarse al espejo y ver a alguien más que tú. 

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Decisiones

Decisiones, Reflexiones en confinamiento. De Perfil
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«Lo que puede parecer resistencia suele ser falta de claridad» (Switch, 2011/ Dan Heath y Chip Heat)

A mi hija, de 17 años, le digo siempre: lo más difícil en la vida es tomar una decisión, sea la que sea. Pero, la que tomes, has de ser consciente de una máxima: ‘toda decisión tiene unas consecuencias que has de asumir’. Y en esas estamos, la mejor decisión. ¿Cuál es? ¿Qué ha de tener una decisión, más allá de ser buena o mala? El proceso influye en la toma de decisiones, sin lugar a dudas. La información, también. Y el análisis de la misma, también. Ahora bien, el exceso de análisis nos puede llevar a tomar decisiones ‘no buenas’. Casi siempre, el resultado del análisis nos lleva sólo a intentar resolver los problemas (los niños no salen) y no nos deja fijarnos en lo que sí funciona (los niños se han adaptado bien al confinamiento y piden más estar con sus amigos que salir). A veces, las excepciones (pequeñas soluciones) permiten tomar decisiones a grandes problemas. Trataré, brevemente, de responder y responderme a mí mismo sobre ésto en esta sexta entrega de Reflexiones en confinamiento. Estamos en un momento en que todo el mundo decide, pero a posteriori (más bien juzga las decisiones de otros) Ahora, ya os avanzo: no habrá juicio. El ‘ya te lo dije…’ no me sirve. El análisis de la decisión y el contexto de la misma es el objeto de esta reflexión.

Vuelvo a la frase de inicio. Los cambios (y los generados por el Covid-19 lo son y de qué manera) siempre tienen un elemento disruptivo, algo se rompe en relación con la anterior. Los gobiernos (en general) están tomando decisiones en función de escenarios nuevos y desconocidos. Están improvisando. Todos lo están haciendo. Nadie tiene la fórmula. El escenario de equilibrio es absoluto: salud, supervivencia, resistencia en situación difícil, miedo, realidad económica, futuro, etc. No cabe duda: es un problema de grandes dimensiones. Todo ello se conjuga en la toma de decisiones. Pero lo que no puede tener quien toma una decisión es miedo. La decisión ha de ser clara y concisa. Por ejemplo, cuando nos dijeron que no podíamos salir a la calle, más que ir a comprar o a la farmacia, todos la entendimos. Nadie se engañó, con excepciones, cumplimos todos. Cuando nos recomendaron que teníamos que reducir los contactos, casi nadie hizo caso, en espera de la prohibición.

«Lo que puede parecer resistencia, suele ser falta de claridad». Y en la decisión (sobre todo a gran escala y que afecta a una parte o toda la población), la mayor falta de claridad es la recomendación. Hay que acotar el cambio. Y lo que es más importante: la gente agradece la ‘no duda’. Una orden, publicada en un boletín oficial que sugiera muchas dudas (y, por tanto, aclaraciones), no es una buena orden. Y eso es algo que está pasando de forma habitual.

Lo que puede parecer resistencia, suele ser falta de claridad. Y en la decisión sobre un gran problema, la mayor falta de claridad es la recomendación. Hay que acotar el cambio. Y lo que es más importante: la gente agradece la ‘no duda’. Una norma que sugiera muchas preguntas, es una mala norma. Para eso, casi es mejor la ‘no norma’

La ambigüedad es el enemigo

Primero fue ‘acompañar a los adultos a comprar’. Después, salidas controladas geográficamente (1 kilómetro) y en el tiempo (1 hora). Sin más. Tres niños por adulto, casos particulares a las familias numerosas, centros de menores, etc… La idea de inicio (decisión), salidas controladas. Ese es el objetivo. La recomendación: ‘cumplir las normas»: ‘apelamos a la responsabilidad de los padres’. Y eso está muy bien, en teoría. No sólo gestionamos, sino que lo hacemos con pretensión de educar. Y eso se puede (y se debe hacer) en laboratorios como pueden ser los colegios, con talleres dirigidos a lograr un objetivo, esto es, en pruebas piloto. Pero la realidad exige otra cosa. «Cualquier cambio exitoso requiere la traducción de objetivos ambiguos en comportamientos concretos», destacan los autores de la versión en castellano de Switch (‘Cambia el chip‘). Da seguridad a la medida, que a priori puede parecer buena (los niños necesitan oxigenarse). Establece turnos, ordena (va a ser importantísimo en el desconfinamiento), modula. De 9 de la mañana a 9 de la noche, un kilómetro. Demasiado laxa. No abres los columpios, pero sí los parques, lugares para que el personal se concentre (foto de un parque de una ciudad de España). Los niños no han pedido salir. Han sido más los padres los que han pedido que sus hijos salgan. Los niños, algunos, sentirán cierto miedo. Los niños verán cómo salir no es tan divertido y, además, verán cómo después deberán pasar un protocolo de desinfección e higiene molesto. ¿Los niños deben salir? Sí, pero tal vez más agradezcan una visita controlada a un amigo, en casa, reduciendo el contacto a un vis-a-vis. Es un ejemplo. Socialización, sí; algarabía, como se ha montado en las primeras horas de la norma, no. Lo hacen de forma natural cuando se encuentran en un contexto conocido, como por ejemplo es el colegio (y ahí, incluso, les cuesta). Nosotros, lo complicamos más. ¿Que no es fácil fijar un reglamento de salidas para niños? Claro que no. Mi opinión (y es intrascendente en el análisis) es que, llegados a este punto, mejor esperar al final del estado de alarma y tomar esta decisión dentro de un escenario diferente. A la gente, que los niños puedan salir, le suena a que la cosa va mejor pero nos mantienen encerrados en casa. Y se entiende menos y cuesta más de digerir. Pero cuando se quiere contentar a tantos sectores (oposición, padres, niños, personal sanitario, expertos epidemiólogos, etc), la solución suele pecar de eso: de indefinición (¿qué se pretende?) Y, aunque esperemos que no, esta decisión nos hace temer a muchos dudas sobre si podremos alcanzar el objetivo que nos ha dejado en casa ya más de 40 días: contener la pandemia y su rápida progresión. Veremos.

Con la salida de los niños a la calle, el mensaje del confinamiento se ha transformado sin abandonar el estado de alarma. Y ésa es una muy mala noticia

Cierto es que la crítica (ya lo he repetido muchas veces) se mueve por canales que caminan en paralelo, nunca se juntan, no hay consenso. Como tampoco hay ninguna norma que tenga el beneplácito de todos. Pero eso no es lo que se pretende. El objetivo de una norma es cambiar algo con el menor número de efectos secundarios. Lo veremos en las cifras. Lo que sí está claro es que, con la salida de los niños, la imagen y el mensaje del confinamiento se ha transformado sin abandonar el estado de alarma. Y ésa es una muy mala noticia.

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