Nunca tan poco con tanto

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La clasificación no engaña. Cinco jornadas, cuatro partidos jugados y tres puntos. En una liga tan extraña, podía ser una anécdota, pero no lo es. El deporte profesional se mide por muchos factores, y el calendario es uno de ellos. Cierto que el Levante tiene un partido menos (contra el Atlético, un rival habitualmente incómodo, pero en casa). Pero, a pesar de los habituales haters de Paco López, todo el mundo coincide: nunca con tanto se sacó tan poco. El mejor o uno de los mejores Levante que he visto, el de este inicio de temporada, está lejos de su mejor clasificación. Y ya se sabe, remontar con derrotas es complicado. Tras la debacle final de Mestalla, el equipo estuvo dos semanas sin competir. Tras la derrota con el Madrid, otros diez días más. Está claro que este inicio, nada de lo externo te ayuda. Cada vez que marcaste en Mestalla, te empatan casi de inmediato, el Sevilla te marca en el 92, y el Madrid con un gol de Vinicius a quien, una inexplicable pasividad, le permitió tener la pausa que habitualmente no tiene. Nunca el brasileño fue tan preciso en su disparo.

Campaña, internacional

Sin ese extraordinario inicio, José Campaña no hubiera llegado al hito histórico de una convocatoria con la selección. Curiosamente, el mejor Campaña con el mejor Levante y la peor clasificación. El armazón está hecho, el estilo más elaborado, variedad táctica, gol, seguridad defensiva (excepto el día de Mestalla), una decidida intención de Paco López en guardar parte de su ideario (algunos lo llaman ataques de entrenador) en busca de una eficacia que tuvo su punto máximo en El Sadar. Que el equipo sufre sin balón, cierto. Que con balón es más que un equipo reconocible, también. Que ha mejorado su posicionamiento y presión alta, también. Que poblando el centro del campo, Paco ha optado por un equipo de mayor equilibrio, también. Sin cinco defensas y con cinco centrocampistas, lo que más tiene. Sin Mayoral, con Sergio León out, y con José Morales, Roger Martí y Dani Gómez, jugar con un punta se presenta casi como algo lógico, aunque Paco siempre ha mostrado su preferencia por los dos puntas.

Las sensaciones de Pamplona, las dificultades al Sevilla, el tu-a-tu con el Real Madrid, y los sesenta primeros minutos de Mestalla me satisfacen. Me satisface ese fútbol, muy por encima del resultado. Pero, lógicamente, necesitamos puntos ya. Ojo que el próximo partido es en San Mamés contra el Athletic, un equipo con tu mismo rendimiento pero mucho peores sensaciones. A un partido, todo es posible. Y nadie se acordará de lo bien que lo hicimos. Soy de la opinión que jugar bien es el camino más corto para ganar. Pero la ecuación no siempre sale. Y justo o no justo, hay que impedir que la ansiedad rompa el buen trabajo realizado.

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La nueva tensión tecnológica

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La polarización social a la que las redes sociales, sin duda, ha contribuido, puede estar en la base de la enorme tensión que se vive en el planeta, agravada por una pandemia (ya se habla de sindemia o epidemia sinérgica, horror de término por su prolongación en el tiempo y combinación con otros factores, como la pobreza). ¿Qué temes de la influencia en las redes sociales?, le preguntan a Tim Kendall*, exjefe de monetización de Facebook en The Social Dilemma, Después de unos segundos de pensar, dice sin vacilar: «una guerra civil». Impacta su respuesta. Habla de Estados Unidos, pero ese temor puede ser extensivo al resto de sociedades del mundo.

El capitalismo de vigilancia, término que acuña la socióloga Shoshan Zuboff* en ese mismo documental al nuevo orden económico derivado de la tergiversada deriva tecnológica a la que nos ha conducido el negocio de las redes sociales, lleva al todo vale con el fin de que los anunciantes consigan sus objetivos. Y para reclamar tu atención, hace falta conocer todo de ti, incluido como piensas, a quién sigues, qué te preocupa y qué te indigna, con quién estarías dispuesto a pelearte… Todo, sin el filtro de la veracidad. Consumes lo que te gusta, no lo que te forma. Consumes lo que ellos quieren, no lo que necesitas.

Esa tensión provocada nos lleva al periodismo de bufanda (sólo leemos, escuchamos o vemos lo que queremos, no la pluralidad de lo que pasa), construido entre otras cosas a través de las fake news. El ahora speaker Tristan Harris*, ex de Google, dice que esas noticias falsas (intencionadas y con una pretensión adictiva al sistema) buscan «el caos» y la «polarización social» (no hay nada que más enganche que la defensa de una idea o acción). Sin filtros ni tamiz de comprobación -otrora campo del periodismo, al menos del teórico- las noticias se expanden de forma viral por todo el mundo. Sin demonizar el mundo del sharing que nos ha traído una globalización virtual y también muchas ventajas, la polarización social que observo (de ahí, el título de mi blog, más como llamada de atención que como no-implicación) no es un tema a restar importancia. Al contrario. Sin puentes de comunicación, con posiciones más alejadas, sin capacidad de acuerdo, con tensión y sobre todo con una base argumental que se alimenta de presuntas verdades, la violencia es una consecuencia casi inevitable, por desgracia.

El ladrido y la coz

Llamadme agorero (sigo pensando en aquello de que la historia se repite y el inicio de los dos últimos siglos presentan similitudes, incluida la pandemia), pero no nos equivoquemos: lo que observamos con alarma respecto a la clase política, cada vez más mediocre e interesada, no es más que la punta del iceberg de una sociedad que camina por la senda del ladrido y la coz, acelerada por esta pandemia digital. La situación de pandemia por el coronavirus, con supremacismo ético incluido y escasa evidencia científica (empieza a unificarse, por fin, el mundo científico) no hace sino incrementar exponencialmente el peligro de enfrentamiento. Ya hemos visto en Estados Unidos como se ha recuperado con virulencia el conflicto racial y en España el ideológico. Una polarización, un sectarismo que, por cierto, llegó hace tiempo a los medios de comunicación, siendo su pan para hoy y el hambre de mañana. Vivir de tus fieles seguidores reduciendo tu credibilidad (por alimentar a uno de los bandos) es el fin de tu existencia. Y así nos va.

«Lo que observamos con alarma respecto a la clase política, cada vez más mediocre e interesada, no es más que la punta del iceberg de una sociedad que camina por la senda del ladrido y la coz»

El actual iceberg digital hace que sólo veamos que lo más pernicioso de la implantación de la tecnología sea el número de horas que pasamos delante de una pantalla, y no el uso que hacemos de ellas, y el sometimiento a sus reglas, convirtiendo nuestras vidas en Frankenstein Digitales, como uso inconexo de la tecnología desvirtuando la realidad. Y todos los grandes conflictos nacen con ese argumentario de beligerancia que hoy alimentamos a través de nuestras pantallas. Soy y seguiré siendo un defensor del avance tecnológico y del uso de las nuevas formas de comunicación, interacción y trabajo que nos proporciona ese nuevo orden tecnológico. Pero, como otras múltiples disciplinas del saber y de la ciencia, todos sabemos que están sujetas a la perversión, sin ser per se parte del sistema.

*El dilema de las redes, traducción del original The Social Dilemma, es una película producida por Netflix y estrenada este mes de septiembre, actualizada a la situación de pandemia por la aparición del coronavirus. En ella, además de actores que recrear la situaciones de adicción de las redes sociales en una familia de EE.UU, intervienen distintos gurús tecnológicos, criados en Silicon Valley desde el inicio de siglo, y extrabajadores de las tecnológicas más importantes del mundo, como Google, Facebook, Twitter, Pinterest, etc. Todos ellos defienden, sin dudas, que la aparición de estas empresas era sólo ganar dinero (no crear sinergias y mejorar la comunicación entre usuarios). Es, como dice Soshan Zuboff, un capitalismo de vigilancia, que comercia en un mercado de futuros humanos «If you’re not payuing for the product, you’re the product («Si no pagas por el producto, tú eres el producto), dice Tristan Harris en el documental, recuperando una vieja frase del inicio de la economía digital.

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Campaña… y se acabó

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Las Tacañonas y su Campana… y se acabó marcaron mi infancia con el mítico Un, dos, tres… responda otra vez, el concurso que marcó una época televisiva en los ochenta, coincidiendo con el Mundial y cuando el Levante rivalizaba con el Mestalla, Alzira, Gandía o Villarreal por el dominio de Tercera División. Tiempos que, aunque muchos granotas actuales ni vivieron ni les gusta recordar, existieron… Y son la base de lo que hoy vivimos en la máxima categoría y con exhibiciones como la que el equipo tuvo en Pamplona contra Osasuna (1-3). Y digo exhibición por la calidad de su fútbol, más allá del resultado. El vendaval de juego, liderado por José Campaña despejó dudas desde el principio y maravilló. Es más, se empezó perdiendo, se erró un penalti y el equipo se levantó con fuerza y brilló con éxito en un campo (eso sí, sin público) poco dado a las épicas granotas.

Campaña, líder

Mirad, no soy de los que se dejan llevar por los tópicos. Y menos, cuando hablamos de mercado. Me han contado alguna cosa de todo el asunto José Campaña, que no es nuevo. El club lo renovó para venderlo, intentando hacer un Lerma. Y, para ello, le tuvo que tratar como el jugador franquicia, en espera de una operación ventajosa. El Sevilla era el objetivo. Y no picó, ni el verano pasado, ni éste. Y el sevillano está atrapado en el Levante, y el club felizmente atrapado con el jugador. Pero todo se lleva sin una gran tensión. Sin ofertas, no hay venta ni culpables. Y sin venta, Campaña es el líder económico del vestuario. Hasta ahí, todo normal. Ahora surge el trabajo de sus agentes que, lógicamente, tratan de aprovechar su buena temporada. Y lo ponen en el mercado (todos están en el mercado siempre). Y él se deja tanto querer como querer quedar. Y llega un posible interés del Leeds, como antes fue del Villarreal o del Sevilla, o de ninguno. El mercado es como el órdago del mus, puedes ganar o perderlo todo. Y en el tema Campaña hay un punto de entente: si no sale, hay que pagarle su elevada ficha, pero es tu jugador franquicia (junto a José Morales) y, si se queda, encantados.

José Campaña llegó el año de Muñiz en Segunda. Y ha ido creciendo, como el Levante. Pero lo que hizo en Pamplona el domingo fue, simplemente, descomunal. Jugó e hizo lo que quiso. Movilidad, lo mismo entraba por la derecha, por la izquierda o por el centro. No tuvo que mirar atrás, sino adelante, y derrochó calidad por doquier. Es el mejor Campaña que he visto en el Levante: porque a su talento se le sumó la regularidad. El partido fue lo que él quiso. Y parece (o debería) estar preparado para grandes batallas. Campaña representa ese adn del futbol patrio y que Luis Aragonés bien definió como esos locos bajitos, como forma de superar la superioridad física de selecciones como Alemania, Inglaterra, Italia o Francia, con tus recursos: jugadores de calidad que te permitan tener una rápida circulación de balón. Los centrocampistas, todocampistas bajitos (los Xavi, Iniesta, Cazorla, Cesc, Silva, etc.) , que tanto han dado y que ahora podemos disfrutar (salvando las distancias) con Campaña en este Levante.

La alineación de Paco López -hablaremos sobre Mickaël Malsa en otro momento, pero pedazo de presencia y personalidad la suya- sorprendió, y me incluyo). Y creo que ese once puede marcar tendencia: por una parte, que Paco ya ha adivinado -como hace después de cada inicio de temporada- que el Levante no puede ir a por los partidos a pecho descubierto contra cualquier rival -como le pasó a Unai Emery en el Camp Nou o a él mismo en Mestalla-; y la segunda que, desempolvando el manual de entrenador y como me enseñó mi buen amigo Juan Mercé, en el fútbol moderno, además de la presión alta, siempre hay que contar con una máxima: la defensa se organiza y el ataque se improvisa, y no al revés. Aquello de que los equipos se construyen de atrás adelante, trabajando el sistema defensivo (no sólo la defensa, y mucho menos sólo los centrales). Es ahí donde creo que nace la idea de ese centro del campo. Cerrar atrás y aprovechar tu calidad (con movilidad) arriba.

El Levante puede y debe aspirar a mejorar su prestación en resultados, eso sí, sin perder la realidad que pasa por asegurar la permanencia. Y eso es lo que le pide la gente a Paco López, no lograrlo pero sí tener ambición por conseguirlo. Pero, independientemente del resultado, de la clasificación y del objetivo del sueño europeo, yo me quedo con que el Levante de los cinco magníficos en el centro del campo –Vukcevic, Malsa, Bardhi, Campaña y Melero– Hicieron un partido para relamerse, para recordar, para disfrutar, tanto en ataque como en defensa (bueno, extensible a todo el equipo). Personalmente, el partido del domingo me permitió reencontrarme con el fútbol, el bueno, el que me hace disfrutar, muy lejos de lo que solemos ver actualmente. Esa combinación de estilos (largo, elaborado y a la segunda jugada), para dar brillo al balón cuando lo tienes y disfrutar del ejercicio de una defensa lúcida. Le agradezco a Paco que permita que veamos este fútbol que tan poco habíamos visto por Orriols. Pero también me pongo en los zapatos de los que le exigen que, a veces, sacrifique las ideas para lograr los objetivos. Porque hay muchos granotas para los que la victoria es el juego más exquisito y el orgullo de mirar arriba en la clasificación, el sueño. Y hay que entenderlo.

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Ciudad y pandemia

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Noche de fin de año. Alrededor de una mesa, ya hartos del jalo y ataviados con el cotillón esperamos ansiosos el nuevo año. Nunca pensamos en lo que vendrá, sino en que venga mejor. «Yo brindo por la salud porque sin salud, no hay nada más», siempre hay alguien que dice esa noche. La salud se da por sentado, que se quiere y se tendrá. Así lo pensamos mucho este pasado fin de año, y mira por dónde, nos salió rana. Rafael Bengoa, uno de los expertos en salud más importante de este país, lo acaba de decir: «sin salud, no hay economía», cuando le preguntaban si esa realidad dual ha sido el problema de esta pandemia. Lo ha dicho a pasado, cuando la desescalada se aceleró buscando evitar el caos económico. En la vida, las decisiones a medias no suelen salir bien, sobre todo cuando los problemas son de enjundia. Y nadie puede decir a estas alturas, que en occidente casi todo ha sido así, a medias. O sea, mal.

Bengoa venía a quejarse (como otros muchos científicos) de la falta de una evidencia científica global, un organismo (más allá de la errática OMS) que centralice todo lo que se hace, se dice y se aconseja, que unifique el mensaje, insisto. Un comité de expertos que fiscalice a los que deciden. Ya dije que éste del Covid_19 es más un tema de comunicación, y me reafirmo. Ese comité ha de empezar por enviar mensajes claros a una ciudadanía deseosa y exigente de las mayores certezas posibles, aunque éstas vayan llegando poco a poco. El proceso de desarrollo de la ciencia y su modus operandi es otra de las grandes aportaciones del virus: el error es parte de la decisión (prueba y error), sin traumas y sin exigencia irracional de responsabilidades ni culpas, como nos ha enseñado la vieja y la nueva política, en la que el reproche es el rey. Ir por una calle de un pueblo, sólo, sin nadie a tu alrededor, con más de 30º y con mascarilla es estúpido, producto de una norma en bruto. Y hablo de la mascarilla porque es la que más ha cambiado nuestras vidas y, ponerse a un lado u otro de su uso, no es inteligente, pero pasa. Esta discusión viene derivada de una norma extensa, no focalizada. Cuando la norma se excede, el efecto es el contrario, como en la adolescencia. Y ahí radica que este país sea el más restrictivo con el uso de mascarillas y uno de los líderes en número de contagios.

La crisis del urbanita

Buena salud, seguro, será el deseo global este próximo fin de año. Salud y libertad. Y aire puro, sin virus. Cuando los expertos te dicen que evites aglomeraciones, mantengas distancia, ventiles, etc… te están invitando a abandonar la ciudad, centros neurálgicos de la epidemia y lugar de transmisión y de riesgo. Los grandes eventos, la party de las grandes urbes también han entrado en revisión. El ocio masivo se tambalea. Porque, aunque es seguro que venceremos al virus, hay cierta evidencia en que otros llegarán y veremos de qué manera actúan.

Las grandes urbes, nacidas bajo el foco de la industrialización y fomentadas por un exceso sobrevalorado del ocio en manada -todo lo tengo cerca y la oferta es más amplia-, están en el ojo del huracán en tiempos de pandemia. Salir de tu casa y encontrar ríos de gente es como sentir la civilización y tener una sensación de seguridad. Y, cuando nos agobiamos, buscamos el campo. Este país es mayoritariamente de pueblo, pero vive en grandes ciudades. Ahora, las urbes están en el punto de mira de la pandemia, pero las consecuencias/decisiones han sido igual para todos, y eso ni es justo ni se puede dejar de corregir. La España vaciada ya había dado signos de hartazgo antes de la pandemia. Con ella, más y con razón.

En todo caso, apuesto ruralizar las ciudades y no urbanizar los pueblos. Para ello hay que reducirlas, bajar su densidad, y también empezar a cambiar el estilo y las prioridades de vida. Pasar la tarde en un centro comercial es, seguramente, el paradigma del urbanita. Y ahora, están casi cerrados o son vistos con recelo. Siempre he vivido en un pueblo pero he hecho mucha vida en la ciudad. Desde hace tiempo, huyo de la gran urbe. El coronavirus lo ha acelerado. Soluciones urbanas a realidades rurales es otra de la falta de registro en las decisiones. Sólo con haber focalizado las decisiones y haber evitado la generalidad (confinamiento global) se hubiera ganado tiempo y dinero. Pero los nombres pesan (Madrid, Barcelona, Nueva York, París…) y los números, como en la noche electoral, también. Un abuso…

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Comunicar en tiempos de Covid

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‘No vamos a soplar las velas este año’, decía mi madre en los preparativos del 86 cumpleaños de mi padre. Lo decía con miedo y confusa: «en la tele han dicho que no debemos de soplar las velas, que es peligroso, se extiende el virus». Constatación de la afirmación, ninguna. Aproximación científica, seguramente. Estamos en un nuevo tiempo vivido en el que no existe unanimidad médica, ni seguridad científica ni nada que se le acerque. Sólo existen indicios, y con ellos, el caos. Todo es posible y nada lo es. Hoy por hoy, la gestión universal de esta crisis es, bajo mi punto de vista, un asunto de comunicación. Qué quieres decir, qué mensaje quieres hacer llegar, cuánto estás dispuesto a estirar los mensajes por muy contradictorios que sean… Y en esas es cuando los medios de comunicación, como aliados necesarios de la política, volvemos a salir mal parados. De ser ventanas y oxígeno durante el confinamiento, a ser apestados por la carga viral que llevamos con nosotros y la insistencia por informaciones que se quedan en la superficie, sólo constatan el hecho, los hechos que emanan de los que gestionan lo desconocido.

«He dejado de ver la tele y de leer nada porque nadie nos dice lo que pasa realmente», me dicen muchos amigos y conocidos. Y es algo que se extiende, no sólo con la pandemia, sino con muchos más asuntos. La gente está desconectando de los mensajes (y de las noticias) a través de los medios de comunicación porque se ha cansado de ‘escuchar siempre lo mismo’ (brote aquí, brote allá, esto se puede hacer, ésto no, etc., esto se debe hacer, esto no) y también porque las informaciones no llegan al fondo, son superficiales. Estamos informando de lo que nos informan, como en tiempos de guerra «Lo siento, pero yo ya no me fío de la prensa, sólo de la ciencia», me decían el otro día. Y la ciencia tiene su propia forma y estrategia comunicativa, y sus propios medios de difusión y de control, lejos de los códigos de la información generalista de la que soy consumidor y partícipe.

Por ejemplo, ahora no se habla de control del virus como durante el confinamiento. Todo lo contrario: se pretende hacer llegar el mensaje de que ‘el virús no se ha ido, está aquí’, de que dudemos incluso de si tiene cura (vacuna) como ha sugerido la OMS, y de que el grado de contagio continúa siendo elevado, cosa que siendo cierto no se aleja mucho de otros virus. Pero ahora, sin confinamiento masivo, y cuidándonos muchos de evitar que haya otro porque, de haberlo, la palmamos todos, pero de hambre. Para reactivar la economía, abrimos la mano; para parar la pandemia, recortamos. Desde el inicio el mensaje es contradictorio y poco fiable. Consecuencia: ni paramos el virus ni reactivamos la economía.

DÓNDE PONER EL FOCO

Si le pides opinión sobre la pandemia a un médico, a un epidemiólogo, a un estadista, a un urgenciólogo o una enfermera, la realidad que te dibujará será diferente. Y ninguna de ellas totalmente cierta, ni totalmente equivocada. Los profesionales de la medicina viven a diario con la muerte. Están acostumbrados a lidiar con ella. Por eso, sorprende alguna de sus reacciones en relación con el Covid19, en una doble vertiente: su miedo alerta de que es algo más grave de lo normal pero, también, sus códigos les lleva a ‘salvar vidas’ y no hacerlo, les deja un poso de frustración como si no hubieran hecho bien su trabajo. Y de ahí su lógica denuncia de cansancio físico y psicológico en esta pandemia, en la que, además, han sido el foco de atención, los receptores del aplauso y foco de la esperanza. Nunca tuvieron tanta presión. Y por eso sus alertas y denuncias rozan la desesperación.

«Desde el inicio el mensaje ha sido contradictorio y poco fiable. Consecuencia: ni paramos el virus ni reactivamos la economía»

Queremos que la gente salga, consuma, se atreva… pero al mismo tiempo le damos el mensaje contrario. Prudencia, ¡ojo con la excesiva interacción!, nos dicen. Traducido quiere decir: si fuera sólo por la salud, confinamiento; si fuera sólo por la economía, vida normal. Pero no es ni una cosa ni otra. Nos tomamos una cerveza como si nada hubiera cambiado y, cuando nos levantamos, nos topamos con el bicho: cuidado que no se ha ido, y nos va a acompañar un tiempo.

En el fondo, está el miedo al colapso sanitario que ya nos llevó al confinamiento (en mi caso, lo hice de forma anticipada y voluntaria). Obvio. Lejos de la realidad, los hospitales (siempre, según esos mismos datos oficiales) viven con cierta calma, a pesar de que los que están a pie de cama y de UCI no quieren pasar por lo vivido en marzo (nadie lo quiere). Ahora, se extiende que esa tensión sanitaria está en la atención primaria, y los desajustes de los rastreadores. Lo que es cierto es que ahora somos proactivos, vamos ‘a buscar casos’, y encontramos más, y la gran mayoría, leves.

El objetivo (y no digo que no sea necesario) es decir: no se puede volver a tiempos de confinamiento, ni por cifras de ingresados y UCIs, ni por número de fallecimiento. Los datos, por sí solos y en general, no reseñan nada. Han de elegirse con criterio neutro, no con la intención de servir a nadie. Elegir difundir un dato (brotes y positivos con prueba PCR), y no otros (ingresados, hospitalizados, en UCI) tiene su razón e intención. Incluso, la semántica de brote y rebrote tiene su aquél. El primero (que es el que se da, fundamentalmente) es un nuevo grupo de casos positivos; el segundo es cuando se producen positivos después de haber erradicado anteriormente los casos en un mismo lugar o zona, y vuelven a producirse positivos. Es más, según la nomenclatura oficial, se considera brote cuando se localizan a tres o más infectados en un mismo grupo social (trabajo, ocio, familia…), algo absolutamente habitual en caso de epidemia. Insisto: lo normal es que, a más interacción, haya más casos. Si lo llamamos brote es más gordo, asusta más. No es un caso aislado (a mi no me toca) y, por tanto, aumenta la conciencia sobre la situación. Pero, colateralmente, también, por lógica, a la actividad económica: ‘no salgo’ o porque tengo miedo o porque así no merece la pena.

Se trataría, por tanto, de resolver con equilibrio, mesura y no buscando únicos culpables (ahora los jóvenes descerebrados que salen por ahí…). Lógico y, la mayoría, lo hace bien, pero como pasa con esa edad, sienten menos miedo que el resto. Resolver la ecuación salud, economía, vida, no es fácil en un contexto de pandemia. Nadie está libre de un contagio que derive en fatal, por supuesto. Pero aunque el anhelo de toda sociedad sería la de una gestión unánime para todos (algo casi imposible), el objetivo, por tanto, es alcanzar altos grados de bienestar para amplios sectores. Y, por tanto, los recursos (limitados) y los esfuerzos han de centrarse en gestionar para la mayoría y para la defensa y protección de una minoría más expuesta y más dispuesta al sacrificio. Y destinar recursos para ellos. Lo mismo, por sectores económicos. Se hizo bien: teletrabajar o parar para aquellos sectores que hacen de la interacción su razón de ser. El resto, vida normal, con precaución pero sin obsesión que haga de freno a la actividad. Es como querer que vengan turistas, pero que no salgan. O lo uno o lo otro.

Para un asmático con alergia al ácaro como yo, exponerme a lugares cerrados mucho tiempo, es una temeridad. Lo único que puedo hacer es evitarlos. Pero no puedo exigir que nadie los visite por si acaso yo sufro un ataque de asma con el pretexto que afecta a mi libertad personal. Si soy personal de riesgo, reduzco mi círculo, prevengo posibles complicaciones. Y el resto, a seguir. Lo hacen todos los enfermos, y por desgracia, enfermedades hay muchas más el coronavirus. El bicho no ha parado el tiempo. Sigue. La globalización (y su forma de vida: viajes continuos, ciudades muy pobladas y virus planetarios nos ha traído una pandemia, sanitaria, económica y social) lo ha extendido y lo hace más difícil de parar. Seamos conscientes y congruentes. Cuidado con lo que comunicamos porque puede causar el efecto contrario

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Imponer el miedo

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Sigo duchándome cada día después de llegar de trabajar. Sigo lavando la ropa a 60º (no toda). Sigo lavándome las manos con empeño. Sigo dejando los zapatos en el exterior. Sigo utilizando el gel hidroalcohólico cada vez que hago un movimiento en el exterior, en el trabajo. Sigo poniéndome la mascarilla de forma responsable, allí donde no se puede guardar la distancia de seguridad. Sigo viendo a la gente que mira triste, ahora más detrás de una mascarilla. Sigo viendo a la gente con miedo, unos más y otros menos, pero con miedo. Sigo escuchando a la gente no mirar el futuro, ser esclavo del presente. No programar vacaciones, ni viajes…

El talento está congelado, el atrevimiento reducido a los más resilientes. La sociedad no puede avanzar porque todo tiene una sensación de provisional. En tiempos de confinamiento se decía: «como sigamos así, nos vuelven a confinar». Algunos parece que lo deseen para culpar a los otros, los incívicos, del desaguisado. Y lo cierto es que todo indica que, en su momento y seguramente antes de que todo acabara con un brutal confinamiento, ya vivimos mucho tiempo con el virus sin hacerle el más mínimo caso y que, ahora, el virus, igual de contagioso que en enero o febrero, se controla con rastreos y medidas de distancia localizadas. Confiemos en lo aprendido. Vamos, lo lógico.

Confinamiento y recomendación…

La época más dura de la pandemia, era un tiempo de mascarilla recomendada, y no prohibida. De prohibición lógica (no salir de casa), pero dura (la libertad en standby la economía en colapso). Pero era tiempo de mayor certidumbre (se sabía lo poco que hacer y lo mucho que guardar), de menor tensión social entre aquellos, los más aprehensivos y sensibilizados con la enfermedad (muchos de ellos con una relación directa o cercana con la misma) y aquellos que -como es mi caso- vemos en el virus un especie de reto: ser pasivos o proactivos, plantarle cara al virus o combatirlo con angustia. En caso de ser proactivos, ¿qué hacer? ¿Cómo hacerlo? ¿De qué se trataría? El ex ministro, Miguel Sebastián, escribía sobre ésto hace poco en El Español: ‘Convivir con el virus no es la solución. Hay pocas certezas, y ninguna apuesta ha resultado claramente ganadora, se trata más bien de tener una actitud responsable. Los contagios y los brotes se producen a medida que volvemos a situaciones parecidas a lo vivido antes, a lo vivido desde siempre (en nuestra corta vida) Y cada contagio es un susto, un argumento para los obedientes responsables y de recriminación, para los que no sacralizamos la presencia y la virulencia del virus, que por otra parte, ha provocado mucho dolor y muerte, eso sin duda. A mi, este debate, me pilla con muchas dudas porque ni me acabo de creer el mantra de que no habrá normalidad hasta la vacuna (creo que hay un conocimiento médico del virus pero tomado con las lógicas reservas sobre su eficacia), ni me creo, por supuesto, a los negacionistas, donaldtrumps y jairbolsonaros de turno que han convertido sus países en orgías para el virus y cementerios para sus víctimas.

Los más confinados, más miedo

Por mi trabajo, no dejé de salir de casa en toda la pandemia. Y reconozco que los que fuimos ‘esenciales’ tenemos una mayor tolerancia con el ‘virus’ (no sé si de una forma demasiado confiada o desenfadada) que los que tuvieron un confinamiento de sesenta días con sus sesenta noches. A éstos, les ha dado miedo salir (a nosotros, más pereza que miedo). Insisto en que parto de la base de que no tengo del todo claro cuál es la actitud para con esta pandemia (por falta de evidencias). Y más en esta etapa intermedia, como de prueba. Y más, en este trayecto más incierto, el que va desde el colapso sanitario a la nueva realidad (cuando tenga más ánimo hablaré de la chorrada esa de la nueva normalidad), salpicado de brotes aquí y allí, con los policías de mascarilla y alardeadores de la buena conducta cumpliendo a rajatabla las medidas de prevención, cosa que, todo sea ducho, con mesura y respeto, creo cumplir debidamente aunque no viva constantemente detrás de una mascarilla.

La imposición del miedo es la peor de las pandemias porque atañe a lo más preciado que tenemos: la autoconfianza. La equidistancia (no ideológica) me permite comprender a los que se sienten amenazados por el virus y a los que, como es mi caso, cree que se ha de añadir el sentido común y el respeto al repertorio de manuales y normas. A aquellos les pido respeto por los que queremos vivir sin miedo, siendo realistas, reconociendo que ‘el virus está ahí, no se ha ido’, pero personalizando con mimo todas las medidas para no convertir nuestra vida en otra pandemia, la de la parálisis. Y la mayoría, que conste, tiene ese respeto y limita sus miedos a su ámbito personal. Como yo los míos.

«La imposición del miedo es la peor de las pandemias porque atañe a lo más preciado que tenemos: la autoconfianza»

Seré yo quien decida si me place salir a tomar una copa o tomármela en mi casa. Si me obligan a tener miedo, me confinaré voluntariamente, si antes no lo hacen los gobiernos, presionados por aquellos que en cada brote ven una apocalipsis. Pero no me pidan que ayude a la sociedad a no hundirse (economía) y al mismo tiempo me censuren cómo lo hago, siempre con mesura y precaución. Porque esa elección es mía. Y no es insolidaria. Brotes hubo, hay y habrá. El contagio cero es una quimera. Saber convivir con ellos, con serenidad, responsabilidad y sin miedo, es también necesario. Al menos para mí.

De la policía de balcón a la de mascarilla, aquellos que se autoproclaman superiores por pretender ser más precavidos, no tienen mi apoyo. Quienes, con los mismos síntomas, muestran ese miedo, mantienen al máximo su prevención, respetan los miedos de los demás siempre que no les perjudiquen y tratan de vivir lo mejor posible dentro de las limitaciones que impone la situación, no sólo tienen mi máximo respeto, sino también mi admiración. No soy nadie para juzgarlos. Ni tampoco quiero que nadie me juzgue.

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És el millor Llevant de Paco López?

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El futbol no enganya. I este futbol post-Covid, menys. Els comentaris, gestos i expressions retronen en les transmissions. A mi em recorda als meus partits de menut (pocs perquè vaig jugar poc a futbol) en un dels equips del poble (l’Arrabal, club de barri que ja no existeix). Camps buits. Senties a l’entrenador, una circumstància que acabava per descentrar-te, per afectar-te. L’errada es paga. I més, de menuts. És el futbol que ens ha tocat viure ara, una experiència única.

Alguns diuen que açò no és futbol, que sense afició, no hi ha caliu. I és cert. Però jo li pegaria la volta. Açò és el futbol, el de debò, el real. L’altre, el que coneguem, el que vivim als estadis, és l’espectacle del futbol, el que depén no només del joc, sino també de les emocions i dels sentiments. L’esport que permet reduïr l’escletxa real entre dos equips de qualitats diferents. Però el futbol real és éste, no aquell. Tot i que estic amb la majoria, el que tirem de menys els aficionats és el futbol dels estadis. I els jugadors, segur que també.

Hi ha una tendència a satanitzar l’anomenat futbol modern, l’afectat per la tecnologia (per eixemple el VAR), una resistència habitual en la societat i que està englobada en les anomenades tanques tecnològiques. Éstes, són molt més radicals en el planeta futbol, conservador per natura.

Bon Llevant contra la Reial

I dic això, perquè en este nou futbol que el coronavirus ens està obligant a consumir, els paràmetres emocionals s’han reduït, i en el nostre cas, la solvència de l’equip de Paco López ha augmentat, ha sigut positiva, molt positiva diria jo. En concret, l’últim Llevant contra la Reial Societat ha sigut l’equip que, enguany, més s’ha semblat al futbol que a mi més m’agrada. La barreja, la diversitat tàctica, la pilota, la dividida i la pròpia, la que fas servir de bota a bota. Sempre li havia demanat un Plà B a Paco per tal de desembossar els partits tancats, o plantejar un partit inesperat als rivals, més enllà del dibuix tàctic numèric que tant ens agrada als aficionats, i que provoca cert rebuig en els tècnics, als quals desagrada eixa simplificació, necessària gràficament però insignificant en la pràctica, solen dir.

El Llevant UE post Covid19 és (més) solvent: una sola derrota (Atlètic), dos victòries (Espanyol i Betis), i quatre empats (València, Sevilla, Valladolid i Reial Societat). Un únic partit amb la porteria a zero, 10 gols a favor i 7 en contra. El Llevant post-Covid19 estaria a un punt d’Europa, . Amb (*) equips que han jugat un partit més, La última columna és la diferència de gols a favor i en contra.

Els equips, però, solen ser el que volen les aficions. A cada afició li agrada, de forma genèrica, un estil, sempre relacionat amb l’aposta que més èxits els ha donat. A Orriols, el model JIM, liderat per Juanfran i Ballesteros té molts defensors. Lògic. A la vorera del Mestalla, agrada l’estil bronco i copero, el de les carreres, la velocitat. Una ocasió, un gol, una victòria…. El recentment desaparegut Radomir Antic fou destituït pel Reial Madrid quan anava líder, igualment que fa poc passà amb Ernesto Valverde. A Can Barça, l’estil, el toc, el cruyffisme és sagrat. L’Atlètic de Madrid viu de l’herència de Luis Aragonés, el València, de Benítez, Cúper o Ranieri. El Llevant? Contem amb Luis García, JIM, i la barreja que, per a mi, suposa la proposta de Paco López. Crec que, a poc a poc, coneguem més a què vol jugar, en l’any que el de Silla ha tingut una participació més directa i única en la confecció de la plantilla, coincidint amb l’eixida de Tito.

La gestió de la pròxima plantilla marcarà el futur. Igual que afectà la marxa de Jefferson Lerma, podria ser decisiva la possible venda de José Campaña, el jugador referència de Paco. L’aportació de l’Escola i el planter en el primer equip, també serà un punt a vigilar en la gestió del club en general i del tècnic en particular. Vorem què ens ofereix l’estiu. Però la classificació d’este final de lliga, ens pot i ens deuria marcar els pròxims objectius, sempre sent conscients que el principal d’ells és allargar al màxim la permanència en l’elit.

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Determinación

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La determinación es una de las cualidades, en la vida en general y en el deporte de alto rendimiento en particular, que más cotizan en la actualidad. La determinación de José Campaña. Nunca se esconde, aunque su presencia es a veces desesperante y casi siempre con apariencia de cansina. La determinación, por ejemplo, de Pablo Martínez, que en Mestalla tuvo la osadía de coger el cuero para lanzar a balón parado cuando Bardhi y Campaña estaban out. La de Gonzalo Melero en ese mismo partido: sin titubear, cogió la pelota, asumió la responsabilidad de lanzar el penalti que le dio un punto. Era el último minuto. O gol, o derrota. O la de Aitor Fernández, mostrando confianza tras forzar un penalti en Valladolid que le pudo costar la derrota en Zorrilla.

La capacidad de decisión depende de la confianza, no hay duda. La autoestima también incide en la determinación. Pero, a veces, esa determinación, deja de ser osadía y se convierte en algo parecido a la soberbia. Ojo. Y en el deporte profesional, la linea entre una y otra es muy fina. Más allá de asuntos de vestuario, la determinación es bien acogida, la grandilocuencia del que reclama todos los focos para él, un problema. En el Levante, por lo que sé, no es el caso. Al menos, no a un nivel que desestabilice.

La determinación de grupo

Vamos donde la gente granota ha puesto el foco tras el insulso empate de Valladolid. A veces, es fácil confundir la apatía con el cansancio. De hecho, la apatía puede ser un síntoma del segundo, sin duda. Cuando las piernas no van, todo se hace menos brillante, a un ritmo más bajo. Por eso, la calidad suele refugiar y disimular la debilidad física. Si dependo de mi físico para brillar (hablamos de un lateral, por ejemplo), los partidos de perfil bajo por acumulación, cansancio o escasa motivación, delatan al que se escaquea. En la bici, decimos ‘guardar’, dosificar. Esfuerzo de más que hagas, la carretera te lo hace pagar . En el fútbol al máximo nivel, intuyo que también. Y la acumulación de esfuerzos es el maldecap principal de preparadores físicos y, por extensión, entrenadores. Asimilar la fatiga es la clave del rendimiento, y por ello todos los esfuerzos ilegítimos (doping) han ido a reducir o eliminar la fatiga, ante esfuerzos continuados. O, lo que es lo mismo, facilitar la rápida recuperación.

Determinación y cantera

Determinación también la hay en las apuestas atrevidas. Jorge Valdano apostó por Raúl, Josep Guardiola por Busquets y Javi Calleja por Pau Torres, entre muchos ejemplos. Signo de confianza pero también termómetro y prueba de buen funcionamiento de la Escuela. Paco López, que llegó al primer equipo del filial, ha optado más por un canterano importado (Borja Mayoral) que por cualquiera de los que tuvo o hay en el filial, algunos (dicen) con tan buena pinta como Alex Cantero, más joven, o Joan Monterde, más experto. Sólo son ejemplos. No conozco al detalle la cantera. La conclusión es: o no se apuesta o no funciona. Conozco algo a Paco, y sé que sabe ver el talento y no duda en dar una oportunidad. Dicho esto, sólo me queda pensar: la escuela existe. Pero ni está (gestión) ni se la espera (se tiene fe). Al menos, eso dicen los datos. Cierto que, como decía ayer Jagoba Arrasate, lo de dar ‘una oportunidad’ a la gente joven está bien, pero siempre que se haga con sentido de continuidad. Pero, el problema es cuando no se mira abajo o, si se hace, se mira por mirar.

Querer crear en Natzaret una nueva Ciudad Deportiva está bien. Elaborar, crear y redactar un gran proyecto de escuela y cantera es un obligación para un club como el Levante. Si nos fijamos en el continente y nos olvidamos del contenido, vendemos humo y, además, no hacemos un marketing de calidad. La realidad, hoy y visto lo visto, es que la escuela sirve para rellenar huecos y completar listas. Para mí, esa conclusión es muy triste. Si alguien es capaz de demostrarme lo contrario, estaré encantado de escucharlo y creerlo. Nada de verdades absolutas.

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Las piedras, en la playa

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Los extremos se tocan -y se necesitan y se retroalimentan- desde un punto de vista sociopolítico. El problema de los extremos no es lo que afecte a cada uno de ellos -se crearon para eso, para crear cierto caos en el que crecer- sino que nos afecte como sociedad. Son la gasolina para que la mecha no se queme, y pueda encender el fuego. Y, claro, caemos en su trampa. Españoles contra gudaris o mossos. Del España nos reprime a los enemigos de España. Pero también, la sociedad que no acepta la diversidad: sexual, religiosa, de pensamiento. Necesitamos un reseteo de tolerancia, y necesitamos que los que se sitúan en las partes sogatira no controlen la partida. Y no hablo de partidos, ni mucho menos. Hablo de clanes sociales: los que militan y los que les siguen.

Será por la edad, pero supongo que también por la experiencia y por tener más información, que he optado por aliarme a todo aquello que me une con los demás, no lo que me separa. Me parece más inteligente. Cuanto más leo a gente que abandera la neutralidad , más beneficio saco. Por no hablar de paz y tranquilidad. Y más todavía si, desde la militancia, hacen ejercicio de autocrítica consigo mismo y con sus adversarios, que no enemigos. Cada vez creo más que lo transversal nos une. Por ejemplo, los acuerdos entre empleadores y empleados, tanto en el genérico como a pie de fábrica. El consenso no sólo aúna, sino que crea complicidades. Y ahora (y yo diría que siempre), las necesitamos. En tiempos de mal dadas, la luchas en solitario suelen ser sólo por supervivencia. Como colectivo, necesitamos que todos nos olvidemos de reproches y nos centremos en los mínimos puntos que nos unen. Los acuerdos, los armisticios, las ententes… siempre son garantía de continuidad y cierta tranquilidad. No dejemos que el ruido nos dé señales confusas para elegir el buen camino. Las grandes fases de paz que ha vivido la historia de la humanidad han nacido de eso, de acuerdos. Y éstos, desgraciadamente, siempre llegaron tras molernos a palos, un paso que, conociéndonos, debemos de centrarnos en descartar de forma categórica. Huyamos de las piedras, hablemos por las ondas, no con las hondas.

El consenso no sólo aúna, sino que crea complicidades. Y ahora, las necesitamos. En tiempos de mal dadas, la luchas en solitario suelen ser sólo por supervivencia. Como colectivo, necesitamos que todos nos olvidemos de reproches y nos centremos en los mínimos puntos que nos unen.

Celebramos el día de la diversidad y, muchos de los mismos que la defienden como signo de tolerancia, lanzan piedras a aquellos que niegan su existencia. Y pierden la razón. Los avances sociales, casi por naturaleza, siempre han venido de la mano de las fuerzas de progreso, que lo llevan en su adn. Cierto que el mérito (y el esfuerzo) es de quien toma la iniciativa (divorcio, aborto, matrimonio igualitario, aceptación de la realidad diversa…) Pero siempre se ha contado con la aceptación de quienes hicieron bandera de todo lo contrario y lo asumen en su ideario. Es nuestro éxito como sociedad. El ejemplo de lo que no nace de ese consenso lo tenemos en educación, cuya gran asignatura pendiente es la no transversalidad, es decir, la falta de acuerdo, que lastra nuestro sistema, con legislaciones y derogaciones turnistas. Las pedradas no necesariamente se lanzan con una honda. Las palabras, a veces, llevan piedras, como los que quieren quebrantar los consensos con una falsedad llena de carga ideológica y de odio. La violencia machista es una realidad, por desgracia, que no ofrece discusión, por mucho que, como decimos, algunos hablen de ella como la parte de un todo.

Las piedras las carga el diablo

Promover la sospecha de que su gestión protege con desigualdad a hombres y mujeres es una indecencia y una temeridad, pero también lo es no plantearse, no debatir, no tener en cuenta que existen desajustes , como todos conocemos en nuestro entorno, aunque no aparezcan en las estadísticas y aunque su denuncia sea más un descrédito que un derecho. Porque la maldad no tiene sexo, y el odio menos. Y ha de ser perseguida, con el mismo ansia y celo. El drama de miles de mujeres amenazadas todos los días, no sólo físicamente sino psicológica y mentalmente, no da cabida a posiciones que, con carácter de estrategia de acoso y derribo general, tratan de imponer una verdad que no tiene sostén numérico, ni cualitativa ni cuantitativamente. El problema de las piedras, me decía mi madre, es que en la mano sabes dónde están, cuando salen de tu mano, pierdes el control, y pueden hacer diana en cualquier sitio. Las piedras las carga el diablo.

La causas próximas, las más cercanas, las gotas que hacen derramar el vaso suelen ser piedras o tiros que salen y hacen diana, sin aparente peligro más allá del daño físico pero sí con consecuencias muchas veces incalculables. Le pasó al archiduque Francisco Fernando, heredero del trono austrohúngaro, quien fue asesinado junto a su mujer en Sarajevo, presuntamente por nacionalistas serbios, y dicen que de forma accidental. Una macabra coincidencia cuyas consecuencias fueron terribles: nació la primera gran guerra mundial del siglo pasado. Poca broma. Se habla de 13 millones de personas que, directa o indirectamente, murieron tras la pedrada de Sarajevo. Y 21 millones afectadas por causa bélica. Todo, con la pandemia de la Gripe Española de 1918 como acicate de muerte. Otra macabra coincidencia. Aprendamos de la historia. Dejemos las piedras en la playa.

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Distinción granota

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Hay un paralelismo entre el nuevo aspecto del Estadi d’Orriols con el aspecto del juego granota desde la llegada de Paco López. La discusión bronco&técnico sigue vigente en el fútbol. Es casi una dualidad eterna, no sólo en el Levante, sino en todos los equipos. Más allá de si la empresa de reformar el estadio es o no prioritaria dada la inversión económica y el soporte financiero para llevarla a cabo, la temporada que viene todo el mundo estará a resguardo. Todos hemos vivido tarde-noches de lluvia en Orriols, protegiéndonos en los bajos del estadio hasta que pare la fiesta. O esa apertura sólo de la Tribuna para evitar que los socios del Gol Alboraia, Gol Orriols o Grada Central se mojen, en tiempos de Pedro Villarroel. Pero siempre cuando el estadio estaba lejos de llenarse, excepto en contadas ocasiones, con reparto generalizado de entradas gratuitas o jornadas de puertas abiertas, promocionando un levantinismo necesitado más de coherencia y continuidad, que de dádivas de señorito: ven que te invito a mi fiesta y me ayudas con tu ruido. Eso de mojarse, parece, llega a su fin. Por encima de plazos, de críticas de gestión puntual de Quico Catalán, todas ellas, por supuesto, legítimas, hay un hecho irrefutable: el actual presidente ha logrado cumplir con dos aspectos que hace mucho tiempo comenté con él, cuando era un simple directivo en el cortijo dirigido desde Cofiser: llenar el campo y hacer del Levante un club que anide otras disciplinas en forma de secciones para aumentar su base social. Primero llenar el campo y ahora arreglar la casa. Y me diréis, sí pero con abonos gratis. Cierto, pero hay una diferencia enorme: regala el pase al que es fiel a la causa, incrementa la asistencia semanal y favorece el hábito. Quien lleva tres años sin pagar por un pase y ha ido a todos los partidos, seguro que sigue, si su situación económica se lo permite. Y eso tiene su mérito.

Distinción en el campo…

Y distinción granota en el campo. Hablaba hace poco con un gran amigo granota y reflexionábamos sobre el estilo, el modelo y el éxito del Levante en lo futbolístico. Y os resumo algunas conclusiones. La primera, sobre el juego. Por mucho que me quieran explicar los haters de Paco López, nunca este equipo ha jugado como éste Levante, al menos en primera. Lo sé, lo sé, es una opinión. La mía. Hablábamos del proyecto europeo de JIM, del que sin duda considero una auténtico hito. Pero, la verdad, los partidos de aquél equipo eran un auténtico peñazo, salvo excepciones. ¿Que con aquél equipo no se podía jugar a otra cosa? Por supuesto. Que todos nos poníamos el mono de trabajo para ver el partido y sacábamos pecho de un equipo colgado del larguero y con un guardia de seguridad de lujo, Gustavo Munúa? Sin duda. No hablo de rendimiento (sólo). Y tampoco hablo de jogo bonito ni de la chorrada esa del tica-taca, ejemplo mediático y mal entendido del juego de posesión. Es más, la posesión, por sí misma y sin intención, también es un peñazo.

Este equipo de Paco López, con sus lagunas sobre todo en acciones a balón parado, tanto defensivas como ofensivas, hace muchas cosas bien. Muchas. Y es cierto que el año pasado sufrió más de lo que debía. Pero también que, por encima de elogios de la prensa patria (la que se escribe en Madrid con sentido radial), el Levante es un equipo ‘de autor’, lleva la firma de su técnico, con una receta definida que puede enganchar más o menos, en función de tus gustos y de lo que estés dispuesto a sufrir. Y que -y esto también es importante aunque nos cueste verlo- es reclamo para que lleguen futbolistas de calidad, que siempre optan por proyectos deportivos seguros y en el que su fútbol pueda brillar. Y ese es el Levante UD . Y si no, que se lo pregunten a José Campaña, que ha visto como en Valencia ha aumentado su cotización.

La marcha de Jefferson Lerma causó un agujero en el entramado de Paco López. Se fue el pegamento que unía la vocación con la seguridad. Ha tardado (demasiado) el de Silla en encontrar a Nikola Vukcevic como su alternativa (nunca sustituto) y a Nemenja Radoja como el plan B. Pero parece haberle dado una vuelta para encajar las piezas. Cierto es -y sabéis que llevo tiempo diciéndolo- que a Paco López le falta ese plan B, esa forma de cambiarle la cara a un partido trabado, por ejemplo, con juego al rechace u otro tipo de alternativas. Pero esa diversidad táctica es complicada para un club limitado en lo económico como el Levante, y está al alcance de muy pocos equipos.

De todo esto nos daremos cuenta cuando jugadores como José Campaña se vayan con su fútbol a otra parte, seguramente a cambio de una pila de millones que ayudarán a pagar ese nueva Bombonera a refugio. Siempre digo que en Orriols se ha silbado y criticado a jugadores ahora añorados como Vicent Iborra, José Javier Barkero o, más recientemente, Borja Mayoral. Incluido también Campaña. Algunos lo ven como muestra de inconformismo, pero yo lo veo como una imagen distorsionada de la realidad: el Levante es lo que es, un club de la clase media del fútbol español que tiene como objetivo aumentar en la wikipedia la casilla de años jugados en primera para regocijo de todos los que sentimos el club próximo.Puede juntar un año un elenco de buenos jugadores, que mezcle bien, pero sólo le dará para codearse con los que quieren jugar en Europa. Y poco más. Disfrutar de cada partido de primera división que se nos ponga por delante. Y ponerle mucha pasión y emoción. Eso sí, el club, por si alguna vez vienen mal dadas, por convicción, fidelización y economía, debe mirar a su casa y su escuela más que a las carteras llenas de nombres apátridos de los representantes. Distinción en el campo y en la grada. Por el buen camino.

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