Las guerras las hacen gentes que no se conocen entre ellos. Personas a quien instan a luchar y morir por un objetivo, la supervivencia (si no me matas, te mato). La razón, generalmente, un trozo de tierra, un país, una patria o una idea. Las guerras las convocan unos pocos para que se maten otros muchos en nombre (dicen) de todos, con fines exclusivamente económicos y geopolíticos. La guerra de Ucrania ha venido para tumbar la pandemia. Las llaman guerras para la paz, como reflexioné en mi último post, porque no accedemos a dialogar hasta que nos molemos a palos.
Es la guerra más cercana para los europeos desde la Segunda Guerra Mundial, y a los europeos nos ha entrado el miedo de ver una guerra tan cerca, el primer gran conflicto del siglo en Europa. Y es que las guerras en el viejo continente son siempre motivo de mayor preocupación porque suelen ramificarse y convertirse en conflictos continentales y porque, a diferencia de los Balcanes, éste supone la intromisión de un país (Rusia) en otro (Ucrania). Y lo agrava.
Decían (los más ingenuos) que no era posible que se diera una guerra en pleno siglo XXI, cuando cada siglo ha tenido su momento bélico con influencia casi universal. Llevo un tiempo pensando en las similitudes, la calcamonía de lo que llevamos de siglo con el XX, en cuanto a hechos históricos se refiere. Y la guerra de Ucrania, con apariencia de guerra global, viene a ser el primer gran conflicto bélico del siglo XXI. Ya hemos pasado una gran de crisis económica (la inmobiliaria y bancaria, con las subprime y la burbuja), una gran pandemia (Coronavirus), y ahora una guerra indescifrable, con el temor a que se convierta en un gran conflicto, entre otras cosas porque el amplificador de Europa es uno de los más potentes del mercado..
De Putin no se puede esperar nada porque es imprevisible y a la vez calculador y, como leí a un experto militar, un gran estratega, tanto político como militar. La resistencia de Ucrania (por la ilegítima invasión de un país soberano), puede provocar que la actitud de Putin sea una amenaza incluso mayor. Y ya se sabe que un lobo herido es mucho más peligroso. Quién sabe si Ucrania (la resistencia interna empieza a ser notable) no se convierte en la versión rusa del Vietnam americano. Lo que no cambia son los tiempos de la guerra, la enorme brecha que se crea, la fina línea entre el bienestar (Ucrania hasta el pasado 24 de febrero) y el caos. Lo que no cambian son los éxodos y los refugiados, aquellos inocentes que han de abandonarlo todo para emprender una nueva vida lejos de la barbarie. La muerte de civiles y la destrucción de las ciudades, el hambre, la escasez… en definitiva, la economía de guerra. Pero, como pasó con la pandemia, hasta del horror se puede aprender, si somos capaces de extraer un mensaje de advertencia.
Más allá del adversario
El antagonismo, la confrontación, la polarización, el partidismo exacerbado, los bloques inquebrantables, los míos y los tuyos, el todo vale, el y tú más… los rojos y los azules, el todo vale porque nunca va a llegar la sangre al río, creo que ha quedado demostrado que no sirve. Reflexionemos porque, de no hacerlo, tal vez, podría ser tarde para lamentarnos. Esto no va de ganar unas elecciones o de que ganen los míos. Esto va de que sepamos medir las amenazas de las disputas, y los mensajes de rencor y de fácil asimilación. Recordemos que Adolf Hitler ganó las elecciones alemanas de 1932 con el 30% de los votos, muchos de ellos de desencantados por la penumbra económica y social de la Alemania de posguerra. Con el mensaje de pan, Alemania y gloria, Hitler triunfó (fue votado) para convertirse en uno de los mayores genocidas de la historia de la humanidad. Los populismos de colores se repelen, nunca se abrazan. Son enemigos. Y se pueden llegar a matar.