Reflexiones en confinamiento. 8ª entrega. La transparencia.
En una crisis como la que estamos viviendo tiene lógica que se produzca mucho ruido que, como vengo diciendo desde el principio, todo el mundo (y me incluyo) nos hace que quedemos en evidencia en algún momento -es casi imposible mantener la coherencia intelectual en todas las ocasiones- El error es otro compañero de una pandemia. La actitud ante el mismo (perdón o negación), también. De una vida marcada por la globalidad hemos pasado a un vida en ‘alarma’ (estado de…), que nos ha encerrado primero en nuestra casa, después en nuestro municipio, luego en nuestra provincia, región, país… a la espera de que se pueda recuperar la vida tal como la habíamos dejado antes de la vista del Covid_19. Porque sí creo (más bien espero, como acto de fe) que va a ser así: bien por la vía de la extinción del virus (como ya pasó con otros similares) como por la vía del control de la enfermedad (tratamientos y, posteriormente vacunas). Es cuestión de tiempo.
El estado de alarma, figura en España para poder recortar las libertades (confinamiento con fines de reducción de la pandemia) que, hasta ahora, teníamos como verdad absoluta, ha venido acompañada de una dialéctica que, como reflexión, ‘nos viene bien a todos’ porque nos sitúa en una situación paradójica y poco habitual: protestan algunos de los que en otros momentos abogaban por defender ‘la mano dura’, y se defienden aquellos que se mostraron siempre contrarios a que, ante situaciones de excepcionalidad, sean habilitados mecanismos anti-democráticos. El estado de alarma ha cambiado los papeles con las víctimas de entonces en el poder y los verdugos en la calle. Curiosa situación que, tal vez, nos permite conocer exactamente aquello de ‘vernos en los zapatos del otro‘. Por ponerle color, rojos defendiendo a las fuerzas de seguridad y la pérdida de libertades; azules acusándolas de estar al servicio del gobierno y reclamando la libertad que otrora negaron. Ver para creer. Los bandos
Otra consecuencia (y en el mismo sentido), llega de la información y la comunicación, también con los papeles cambiados. Acusan -a quienes antes les acusaron a ellos de lo mismo- de eliminar la crítica y la opinión, de falsear la realidad, de ocultar cifras, de menoscabar la comunicación entre los distintos actores políticos. En tiempos de alarma, cocluyamos, todo se bunkeriza porque hay mucho ruido y, como en el caso de España, si se viene de una época convulsa, con una gran cantidad de procesos electorales y la prórroga consecutiva de un gobierno provisional, la cosa todavía es mayor. Es por eso, que las protestas han cambiado su perfil y, al menos sociológicamente, nos presenta esa misma situación curiosa, por paradigmática: suéter de pico en la calle versus camisa de cuadros o chaqueta de Zara en Palacio. Tribus urbanas que, en el momento de la pandemia, les ha pillado en situaciones contrarias a las vividas en recientes tiempo de oscurantismo. Lo que a mi me hace reflexionar todo esto que estamos viviendo es que, en ningún caso, me gusta ‘la alarma’ como situación de gestión de la vida en los países democráticos (y considero no democráticos los que no cumplen, sea Venezuela o Irán). Y no haría falta decretarlo si, en aras a la salud de la mayoría, los gestores (gobierno/s) tuvieran la potestad para limitar movimientos, a través del máximo consenso. Porque lo que no se le puede exigir a la vieja constitución del 78, que rompe costuras por todos los lados -como no puede ser de otra manera, ya que refleja la realdad de una sociedad española como la de entonces-, que más de cuarenta años después, prevea situaciones como la de esta pandemia. Igual que esta situación nos ha exigido a todos un plus de originalidad, capacidad de adaptación al cambio y paciencia, la clase dirigente también debía de caer en la cuenta de que la situación requiere nuevas formas. Y ya lo he dicho en anteriores reflexiones: quien gestiona ha de abrir la mano para que quien vigila, la tome. Pero abrir la mano, no sólo ponerla. Y el que vigila no ha de darle un manotazo.
Pero no quería ahondar el tema en la parte política sino más bien en la información y la comunicación en tiempos de alarma. La discrecionalidad de la interpretación del dato desconocido nos lleva al agravio y a la protesta. Y en esa situación, el ‘y tú más’ y el ‘por qué nosotros sí o por qué nosotros no’ aparecen como argumentos detallados de forma matemática por cada uno de los bandos, los putos bandos -y perdóneseme el taco producto del hastío que me produce ver a batallones de seguidores en un lugar o otro atacándose mutuamente casi por las mismas taras, porque no pueden ser llamadas de otra manera.
Alarma y comunicación…
Ya os hablé de los bulos, dejando para más adelante (ahora) el tema de la transparencia, la comunicación, también fiada a la estrategia. También os he hablado de la falta de ‘empatía’ y de dificultades en la comunicación de determinados gestores (esta semana, turno para la portavoz del gobierno, o para el ministro de Consumo o para -una vez más- o la presidenta de la Comunidad de Madrid). Hoy -como prometí la semana pasada- os hablo de comunicación, es decir, de qué se informa y de la manera de hacer llegar la información al gran público. Siempre defendí mi profesión más como una técnica y una capacidad, la de comunicar más que por un afán puramente informativo. Porque la palabra clave es comunicar. Nos informan las fuentes de lo que no sabemos y nosotros preguntamos y contamos. Así de sencillo. Siempre se nos reprocha que hablamos (demasiado) de lo que no sabemos. Durante esta pandemia, ha habido gente que se han ido directamente a las fuentes originales a documentarse. Se han informado de lo que nosotros llamamos ‘los brutos’ y que es lo que después transformamos en noticia. Es cierto que hay cierta malversación en la confección de los titulares, también producto de ese marketing periodístico que busca la atención como por ejemplo es el clickbait, o cebo para pinchar (en medios informativos, contraproducente). La capacidad de extraer información, valorarla, diseccionarla y jerarquizarla nos corresponde todavía a los periodistas (y creo que por ahí va nuestro futuro). Pero en este tiempo de pandemia, hay mucho ‘bruto’ que no da tiempo a ser analizado, y mucho análisis que no llega, porque simplemente se acumula. Y, como ocurre con los estudios científicos, hay mucha precipitación a la hora de informar y, por qué no decirlo, mucha falta de formación (lógica): los temas sanitarios y científicos son complejos, requieren tener mucho conocimiento, bagaje y del funcionamiento del mundo de la ciencia y de los científicos. Quedarse en la anécdota, ser imprecisos, desconocer los tiempos de la ciencias son algunos de los elementos de esta falta de información. El periodismo científico pide paso y reclama salir del anonimato por no llegar al gran público, pero al periodismo generalista, con pocos actores (periodistas en redacción) y muchos informantes (gabinetes, jefes de comunicación, generadores de contenidos, etc), cada vez más se pone en evidencia: ha tenido que informar sobre temas a los que no estaba acostumbrado (siempre hablo en general) pasando la habitual acción política a segundo plano. Es más, me sigue chirriando cuando, en medio de todo lo que pasamos, los medios gastan recursos y esfuerzos en explicar y contar, por ejemplo, la algarabía política, las acusaciones y las críticas mientras la sociedad lucha por sobrevivir a un situación de salud, económica y social sin precedentes. Es cierto que esa sociedad busca respuestas, pero (creo) le molesta mucho el ruido. Y esa actitud, nos separa mucho más del gran público, y nos acerca al alborotador de las redes que hace tiempo dejó de seguirnos y consumirnos. Información hay mucha. Lo difícil es valorarla y saber transmitirla. Pero es cierto que algunos expertos y médicos con vocación divulgativa, están también realizando una labor muy cercana, como el canal Youtube del médico internista Iván Moreno, con unos videos divulgativos muy interesantes (no sólo en el fondo sino también en la forma) sobre la enfermedad, los datos, y la pedagogía en las decisiones y valoración como experto, un oasis de claridad en medio de tanto bulo o información corta. Y la base es la enorme cantidad de datos que sustenta su información, el conocimiento y la capacidad para transmitirla, y eso es lo más importante.
Informes, datos…
Estoy ya preparando la próxima entrega, en la que hablaré de datos, de Inteligencia Artificial, de automatización, del avance tecnológico, de la transformación digital de la sociedad … toda esa gran cantidad de nuevas disciplinas que ahora nos pillan por sorpresa (yo llevo tiempo siguiéndolas y tratando de comprenderlas), pero que llevan ya tiempo entre nosotros, aunque silenciadas por la agenda de los mass media. Y pueden ser de gran ayuda para la pandemia y el proceso de desescalada, tanto desde el punto de vista médico como de gestión política. Pero hoy sólo reflexionaré sobre la importancia de la transparencia en la transmisión del dato, y más cuando de éste dependen decisiones importantes. En el siglo XXI no es de recibo que cuando una decisión (desescalada) depende de ‘parámetros’ cuantificables (como ellos mismo dicen), la comunidad (los que sufrimos y cumplimos esta desescalada) no conozcamos ese ‘bruto’ de datos que nos permitiría entender mejor las decisiones. Y sobre todo la comunidad científica (a toda y no sólo a los que asesoran las decisiones de las autoridades), para poder sacar sus conclusiones y aportar (palabra clave por aquello de que cuatro ojos ven mucho más que dos) sus propios argumentos, enriqueciendo el debate y dotándo esa futura toma de decisiones de un mayor rigor.
«Podrían ponerse de acuerdo el Gobierno y las CCAA y publicar los informes técnicos (tanto los de las CCAA como los del Gobierno) en la página del Ministerio de Sanidad para que la población este informada y para que expert@s en salud pública podamos analizarlos y compararlos?», pedía en un tuit en relación a la desescalada,la doctora Helena Legido-Quigley, profesora asociada en la Saw Swee Hock School Of Public Health de Sigapur y una de las expertas a las que han acudido algunos medios de comunicación. Algo tan sencillo y lógico como esto para el gran público y, al parecer, tan complicado y obtuso para los que nos gestionan. Al final, todos los datos se conocerán, y hacer lecturas interesadas es pan para hoy y hambre para el mañana del responsable que ordena el sesgo en la información, aparte de una enorme inutilidad (dato que tengo, dato que comparto). Mucho peor que no darlos, hacerlos públicos, es filtrar esos datos porque, además de restar credibilidad a los mismos, se puede producir el mismo sesgo (te los doy si…). Los gabinetes de comunicación hace tiempo que pienso que son más barreras que caminos para que discurra la información, al contrario que la causa que los originó: regular la relación entre los medios y las entidades, públicas o privadas para facilitar el acceso a la información habida cuenta de la gran cantidad de nuevos medios que se han creado, afortunadamente. Funciona más el ‘yo te digo lo que debes saber porque, o es eso o no es nada’. La torpeza del censor (parcial o total), sea quien sea, está en que, salvo en contadas ocasiones, al final todo se conoce, se sabe y se pone en conocimiento del gran público, como muchas veces se ha demostrado, quedando así retratado su responsable. Bajo el oscurantismo de negar los datos, siempre está el fácil argumento del que busca en la desinformación una excusa para justificar su gestión. Vale aquí, como conclusión, acudir al refranero: dime de que presumes y te diré de qué careces. Pues eso. Comunicación en (estado de…) alarma.