San Mamés. 24 de abril de 2018. El Levante, que viajó a Bilbao con el aliento entrecortado buscando amarrar su permanencia, se hizo con la victoria (1-3). Enis Bardhi se salió a balón parado, José Morales lo hizo con un cabalgada soberbia, con la fortuna quien provoca el fallo del rival en un uno-contra-uno letal, de esos que confunden por la velocidad con la que lo hace. Cerró con ese gol el partido y la permanencia de forma estelar.
Es y ha sido imprevisible y, por eso, parece menos estético. Pero ese gol, que tuve la suerte de contar y cantar en la pasional y emotiva radio, tuvo todo lo que ha coronado al madrileño, al líder más obrero del fútbol, el jugador al que la internacionalidad hubiera sido una medalla porque el trofeo lo tiene. Si hubiera nacido en cualquier otro país, lo hubiera logrado. Aquí, el duopolio Madrid-Barcelona y la radialidad en la comunicación del país, hace que ser héroe por un día con La Roja no sea fácil, más bien imposible sin el foco mediático.
«No hay ningún jugador, y mira que conozco, que reconozca de primeras que ya no es el mismo, que su carrera deportiva se va acabando», me decía un amigo hace unas horas hablando del rendimiento de José Morales tras el partido del Mestalla. Ayer, ante el Sevilla, se repitió. El Comandante, al que todavía le queda mucho fútbol, ha dejado de ser determinante porque no ha sabido reconocer (y no es fácil hacerlo) que debe adaptar su fútbol a su cuerpo, y no al revés. Ahora que supero el medio siglo, he llegado a la conclusión que la madurez es una etapa para disfrutarla, no para castigarse. Y en el caso de un futbolista, la madurez es temprana y dura: los focos del éxito se van extinguiendo. El futbolista se va apagando poco a poco y pasa a un anonimato que también ha de saber celebrar. Renace la persona, aquél chaval que disfrutaba jugando al balón en el barrio de San Isidro, en su Getafe infantil. Y su fútbol debe ir acorde con su carrera, con su trayectoria, con cada etapa de su vida.
Conozco a Jose más por lo que hace (no sólo en un campo de fútbol, sino lo que sé de él) que por quién es. De hecho, he tenido un par de conversaciones triviales con José Morales en algún desplazamiento, poco más. Otros sabrán más cosas de él por él mismo. Pero os aseguro que de sé de él… Y es por eso que puedo afirmar que El Comandante no se rinde, no da su partido por perdido. Se revela contra todo, quiere recoger ahora todo el cariño y fidelidad que él ha dado al Levante. Pero eso nunca lo va a decir. Aunque lo espera. Si está aquí y ahora, es porque ha querido. Sin duda. Oportunidades de salir, muchas. Siempre cerró la puerta. El Levante le sacó de la clase turista y le dio la oportunidad de ir en primera. Y él así lo ha expresado siempre. Esa inteligencia (es mi opinión) que ha mostrado siempre que ha defendido que quedarse en el Levante era lo mejor para él, es su mayor aval. Sobre esa premisa de cabeza bien asentada, José debe escribir su futuro más próximo.
A Morales le queda un año de contrato y se acerca el momento de la renovación. Más allá de cuestiones económicas -en las que no entro-, la lógica futbolera más cutre dice que tendría que renovar a la baja, por su edad y su rendimiento. Su fútbol da síntomas lógicos de agotamiento o, al menos, con chispazos cada vez más esporádicos. Y los clubes -sobre todo los pequeños- necesitan que los recursos estén lo más eficazmente empleados para sobrevivir. Pero eso no quiera decir que ya no sea útil. Ni mucho menos. Sólo que tal vez ha de cambiar su rol en el club, consciente de que la vida de un deportista de alto rendimiento es mucho más corta que su trayectoria deportiva y que los años de dulce se reducen a las portadas y parabienes de entre uno y cuatro años como máximo, a no ser que seas Leo Messi o tengas el instinto de Cristiano Ronaldo. En éste último caso -similar al de Morales– su físico marcará su final. En el caso de Messi, no. Andando (como juega ya muchas veces) es y será determinante.
La gran decisión
José debe perderse por Sevilla y tomarse unas cervezas con Joaquín que, cerca de los 40 y en su Betis de toda la vida, todavía sigue dando guerra y deja alguna que otra perla. Curiosamente, el Betis sufrió una de sus galopadas míticas. El gran Morales necesita un reseteo, sobre todo mental, necesita re-conocerse. Saber cuando su fútbol puede volver a lucir, para volver a ser letal. Debe hablarlo con el entrenador de turno, estudiarse, valorarse en su justa medida y tomar la decisión de hacerse fuerte en un vestuario que le necesita, esté o no en la pizarra inicial. Su gesto desencajado y desesperante cada vez que es cambiado, le delata y no le ayuda. Alguien quien se obceca en ser quien ha sido, simplemente se estrella.
José Morales debe renovar y el Levante debe renovarle, con cariño y con agradecimiento -ahí lo dejo- El club debía de haber aprovechado la pandemia para ofrecer un abrazo al jugador que mayor fidelidad le ha demostrado. Los aficionados nos quedamos con los Iborra, Ballesteros o Juanfran, los de la casa que siente el hierro. Pero todos se fueron a crecer en otros sitios (está claro que no era el mismo Levante el de entonces que el de ahora). Morales salió a Eibar y regresó para no volverse a ir. Se quedó incluso cuando el equipo bajó y fue el faro del equipo de Juan Ramón López Muñiz en el ascenso. Su rédito es infinito por ello. Pero el fútbol tiene escasa o nula memoria. El día a día y, sobre todo, las frustraciones cuando se encadenan malos resultados, hace que nadie esté a salvo de la furia, y más ahora con las redes sociales. Apartando a los voceros, la mayoría de granotas aplaudirán que el jugador de un paso hacia su nueva realidad y el club le reconozca los méritos y premie su sentimiento. No se trata de una renovación más, se trata del futuro de un futbolista ejemplar en su trayectoria deportiva. Un futbolista de club y del Levante. Sin más.
Foto portada: Web oficial de Levante UD, levanteud.com