Dos rutas, las mismas ganas…

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Estamos a punto de finalizar las Fase 2 de desescalada, y todavía con rutas dentro de la misma provincia, y parada obligatoria a las 10. Por eso, no seguimos el libro de rutas. Dos recorridos, Pedralba y el Pico, con el mismo final: ganas de pasarlo bien…

Yo elegí el trazado por El Pico, Canteras y Oronet. Subida exigente, sobre todo a partir de Bétera. Pocas veces vamos a rueda, pero esta vez, lo hicimos.

Vaya ritmo! Mirad, mirad… lo corrabora esto que apareció después en el whatsapp:

Al final, ‘armosaret’ en el Oronet (sin foto, se nos pasó a todos), con la presencia de Felipe, en fase de recuperación. Al final, fieles a nuestro espíritu, tras el Oronet, un recorrido corto (volviendo por Náquera) y otro más largo (por Algimia). En el primero, yo, Felipe, Tranvi y el Rochi. En el segundo, Pastera, Roque y Bienve…

El otro grupo, con Ximo, Pepe y Sergiete, se fueron ‘de toboganes’. Misma comarca, distinto perfil… Casinos, Pedralba y vuelta por Riba-roja. 120 km…

Como no podía ser de otra manera, la prueba del buen ‘rollo’ en el ‘armosaret’

Aquí os dejo el video que grabó Bienve… Cámara delantera de su bici. Montaje y música, del mismo ‘crack’ Bienve….

Próxima etapa, si se sigue el programa de salidas (última con límite provincial)…

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Equidistancia

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Decimosegundo y último capítulo de Reflexiones en confinamiento. Cierro el círculo: Equidistancia (subtítulo de este blog)

Sobre el concepto de hoy, he de reconocer que cada vez me encuentro más cómodo cuando me acusan de equidistante, a pesar de que los que la utilizan, lo suelen hacer como arma arrojadiza, acentuando su concepto negativo: el equidistante es el que no quiere mojarse (después volveré sobre el tema). Y como casi todo, en esta crisis sanitaria del coronavirus, en donde curiosamente la distancia es un elemento esencial para detener la pandemia, uno de los términos que se ha puesto de moda es éste. Su uso se ha generalizado en la batalla dialéctica sobre la gestión de la crisis, pero también de otros temas con gran impacto social: manifestaciones, protestas, etc. A los que lideran las campañas y acusan de equidistancia los que no entran o entramos en el carril de los bandos, no les interesa analizar, sino el enfrentamiento y la acusación que se deriva de ella. El clásico, y tú más.

Según la RAE, equidistancia es ‘la igualdad o distancia entre dos puntos u objetos’. Si a los puntos, les llamamos partidos (no ideologías), si los puntos nacen de posiciones firmes en cuanto a cuestiones cambiantes… Soy y me considero equidistante. Incluso me podéis acusar de ello. Lo acepto con gusto.Si nos referimos a valores, a opciones éticas, a situaciones concretas, a filosofía, a pensamiento político, a exigencias de gestión de lo público, a derechos sociales, a talento personal y empresarial, a iniciativas privadas que mejoren lo público, a sanidad universal, no soy equidistante. Todo me representa. El feminismo, el ecologismo, las luchas contra cualquier tipo de racismo, contra la pobreza, contra la desigualdad en todas sus acepciones, contra el cambio climático, contra cualquier abuso de poder y autoridad, contra etc. todos ellos con un matiz no militante, estarán siempre en mi diccionario.

¿Que tenemos que partir de grupos de presión y que mi posición no es muy solidaria ni útil socialmente? Entiendo la crítica, la respeto. Pero tras muchos años de reflexión he llegado a la conclusión que la militancia, como me pasa con la mentira, no va conmigo. Me siento mal vociferando algo en lo que no estoy cien por cien convencido. Y, además, no me gustan las acciones y políticas de gestos’ ni las’poses’, sí las acciones y los hechos. Lo siento. La militancia exige fidelidad en el fondo y, sobre todo, en las formas. Y yo ni soy ni quiero ser fiel. Priorizo mi libertad de pensar lo que quiera en cada momento y opinar en consecuencia. La no-militancia me permite ser crítico con los que he votado y con los fieles seguidores y defensores que les siguen. Incluso me auto-excluyo de la opinión cuando la fuerza dominante exige determinación, fidelidad como forma de cerrar filas. No me interesa. Eso sí, mi más absoluto respeto a todos los que militáis. Nada que reprochar, al contrario. Valoro vuestra entrega desinteresada a una causa. Y, lógicamente, como parte, no sois equidistantes.

Cada vez me atraen más aquellas personas que exponen para que luego, la gente disponga. Que tratan al seguidor de forma inteligente. Si no te declaras feminista, eres machista. Si no te pones la bandera española, eres separatista; si te la pones, eres facha y si eres abortista, te importa un pimiento la vida. Son los mismos que no pueden entender a un trabajador de derechas, un empresario de izquierdas, o un párroco defensor de la decisión de la mujer para decir cuándo y con quién quiere tener un hijo. Nos encanta clasificarnos porque nos ayuda a ordenarnos, a situarnos en un ente global como es el pensamiento. Como cuando nos poníamos en fila en el cole: cada clase en una fila, y uno detrás de otro. Pa’dentro y cada uno a su clase. Ese es el orden. Es fácil de entender y de seguir. Marco mis seguidores y señalo mis adversarios, muchas veces, enemigos.

 «Un «equidistante» no es el que se sitúa exactamente en un punto intermedio, sino el que elude constantemente ser situado», comienza diciendo Miguel Pasquau en su Brevario sobre equidistancia. Y no le falta razón. Lo eludo, pero lo hago voluntariamente. Ese es mi sentido de libertad: de pensamiento y de opinión (entre ellas mi negativa a hablar de partidos, sólo hablo de ideas). Pero también dice que no toda equidistancia debe sonar a cobardía. Y, para situar esta acepción, elijo una frase de su perfil que me ha encantado y que suscribo totalmente cuando habla sobre qué le ocupa: dice tener «un cierto compromiso con ideas políticas reacias a las simplificaciones sesgadas de los bandos». ¿No tiene ideas políticas? Las tiene, por supuesto. Como yo y como todo el mundo. Pero nadie le debe ni le puede exigir definirse en cada uno de las posiciones que el día a día de la agenda política nos marca.

Turnismo - Wikipedia, la enciclopedia libre
Turnismo frente a pactismo. Caricatura de Sagasta y Cánovas del Castilo, el turnismo español del XIX

Respeto y entiendo a los que detestan las mayorías silenciosas. Incluso, hay cierta superioridad intelectual de los que militan sobre los que no. Dicen los que militan: «yo por lo menos, estoy dentro y lucho, me posiciono, me dejo ver, me pongo frente a…tú no, y por tanto luego no tienes derecho a la queja«. Surge entonces lo que ellos señalan como el equidistante, el apolítico (algo que no existe, porque la simple elección de no elegir ningun partido ya es una opción) En la mercadotecnia electoral se llaman los indecisos que son lo que, además, suelen decidir las batallas de los votos. ¿Por qué la política actual tiene tan bajo nivel? Seguramente (y como hemos visto en las deserciones de numerosos partidos), porque como la militancia no tiene que ver con la ideología, sino con el reparto del poder, todos los que llegan para cambiar algo se suelen ir escocidos, incrédulos y disgustados del sistema de partidos y de bandos. Algunos, incluso, ya ni llegan. Renuncian. Y yo nunca me posicionaré en un bando, sí en una opción ideológica y de pensamiento, que son las que permiten el debate, el análisis, el acuerdo y el avance. Este país avanza, más por necesidad que por gusto o opción preferente, hacia la cultura de acercamiento y de pacto, producto del fin del bipartidimo. Pero, desgraciadamente, seguimos más instalados en el decimonónico turnismo (foto) que en el pactismo. A medida que aumenten los pactos (y más si son transversales, como ha pasado en Alemania, por ejemplo), se reducirán los voceros que claman contra los acusados y condenados equidistantes.

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Calles

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«Como quien viaja a bordo de un barco enloquecido» (Calle Melancolía, Joaquín Sabina)

Reflexiones en confinamiento. Capítulo 10. Calles

El desconfinamiento nos ha devuelto a la calle, un lugar hasta ahora familiar, reconocido, en el que casi nos desenvolvíamos por intuición, sin pensarlo. Salíamos, entrábamos, no importaba la hora, volvíamos, veníamos. Cada uno eligía su manera, su hora, su momento. Hay ciudades que nunca duermen, como le pasa a las grandes urbes. De ellas, Nueva York es probablemente la más sonámbula. Curiosamente, una de las más silenciada por esto del Covid_19, que nos ha quitado la calle y nos las ha devuelto distintas, capadas, amordazadas, nunca mejor dicho, pero también tensadas, histéricas y, como casi toda la sociedad, muy divididas en bandos antagónicos. Le llaman la nueva realidad. Pero yo diría que, de nueva nada, al contrario. Es vieja, y mucho. Lo único que ha hecho este virus es avanzar el proceso, lejos de las previsiones optimistas de aquellos que pensaban allá por el mes de marzo que, de ésta y ante un enemigo exterior tan duro, iba a salir una sociedad nueva, distinta, más humana, más cercana a la realidad, más ecológica, más preocupada por los problemas globales. Pero de eso nada.

La calle post-covid, más allá de las mascarillas, está llena de gentes asustadas y tristes, pero también de los de siempre, aquellas personas que las ocuparon con intrepidez y sin ningún miramiento, o sea responsabilidad. No podemos culpar de incívicos a aquellos que nunca ocuparon las calles con una mentalidad global, pero nunca nos dimos cuenta porque no molestaban. Es más, nunca nos importó nada más allá de que nos afectara (no puedo dormir, lo ponen todo perdido, la suciedad de los botellones o, en su momento, las jeringuillas de los heroinómanos. Ahora, nos percatamos que estaban -hacen lo mismo, pero ahora, nos va la cosa a todos-, justo cuando la sociedad se ha puesto ante el espejo y ha visto que va más allá de un ente y sí la suma de todos. Sin que todos sumen, no avanzamos.

Bandos en la calle

De ahí que ya os haya hablado de empatía o de una sociedad retratada en el final o en el inicio de esta sección. Y en vez de disminuir, ha acelerado de forma peligrosa, inconscientemente peligrosa. Se sanciona al mediador al que, como este blog, se pone de perfil, no para no mojarse, sino para situarse a distancia para que, en caso de que la situación se radicalice y surja algún acontecimiento (esperemos que no) sin punto de retorno, haya alguien que pueda llamar a ambas puertas sin miedo a ser tildado de rojo, azul o traidor. Y creo (desafortunadamente) que no soy el único que teme cómo le va a estas calles modernas, aquellas que han tomado los policías de balcón, los sectarios con y sin mascarilla, aquellos que van de justicieros de la igualdad en favor de la mayoría o los que se auto-proclaman salvadores de la patria, sin ver más allá de una bandera. Al final, el intermediario, a derecha e izquierda, se lleva el tesoro gracias a la gran capacidad de atracción que tiene el poder. La corrupción, entendida como arte de aprovechar una situación de superioridad en beneficio propio, tampoco tiene, como el Covid_19, ni fronteras, ni ideologías, ni cultos, ni nada. Contagia a todos. Las caceroladas, las siglas, la política de gestos y las banderas firman esa combinación también violenta. Nos identifica como grupo y, lo más importante señalan al diferente, sea antagónico o, simplemente, se sitúe en el espacio intermedio.

«La moderación, la concordia transversal y el propio ejercicio del diálogo se baten en retirada en las dos laderas, a cada vez menos metros del abismo, mientras prosigue el avance devastador de las llamaradas del odio de las minorías radicales que van calcinando nuestra morada vital», dice Pedro J. Ramírez en su Carta del Director en El Español. Y nos acercamos irremediablemente a una situación de no vuelta atrás, próxima al enfrentamiento. Pero nadie (de los dos bandos) os va a decir nada de ésto. «Es exagerado», os dirán los que, día a día, van tirando a la lumbre la panocha que puede encender la hoguera. La ceguera del día a día nos lleva a esa escalada de enfrentamiento que da miedo, preocupa. La apuesta por los caladeros de votos desdibujan el mapa. Y eso no es alarmismo, es realidad. Si al exaltado que sale a la calle en una bandera o al justiciero que participa en escraches en defensa del pueblo, coincide un día y salta la chispa, la lumbre se puede encender con virulencia. Y los bomberos igual no llegan a tiempo.

No necesitamos un pacto de reconstrucción, sino de concordia. No necesitamos una transición, sino una declaración de intenciones de lo que queremos ser como sociedad. Europa conoce mucho de enfrentamientos. Vivió y sufrió dos guerras, con seguidores ciegos de ideologías con apariencia de justas (unas) y de proclamas patrióticas (otras) que quedaron para pegarse y lo hicieron durante más de 6 años. Necesitamos escuchar a lo que dice el otro, necesitamos que se acabe el ‘y tu más…’, la acusación emotiva. Necesitamos pensar lo que decimos para decir lo pensado, no sólo lo sentido.

Vemos con preocupación la paradoja de una maestra de escuela que, en virtud de su preparación y siendo responsable de la transmisión de conocimiento, pone en duda la letalidad del virus, que ha matado a tantas personas en favor de una teoría conspiratoria que suena más a capricho y a cabreo adolescente que a la raciocinio de alguien que está encargada de la educación futura. O escuchamos a una persona del gobierno acusar a quien pide empatía, sacar el látigo cuando la calculadora de votos y adheridos a la causa mengua, sin más argumento que la adhesión por razones ideolígicas. Todo muy lógico. Es la paradoja que resume la confusión en la que vivimos, y la tensión con la que convivimos. Dejemos (y arrinconemos) a los que nos separan y los que enfrentan, los que nos envían a las barricadas y se esconden en su sillón sobre el que mover las piezas del tablero resulta fácil.

Exijamos trabajo, gestión y empatía. Que la mayoría silenciosa, no chillona e histriónica inunde las calles, imponga la cordura y coherencia, trate al no igual con respeto y, sobre todo, mantenga alta la exigencia de quienes dirigen la nave. Pidamos la dimisión de los alboratadores y los calculadores, los líderes de pacotilla, los obreros con bombín que proclaman en nombre de la clase , o los que defienden la libertad que niegan a otros llegando a la emoción a través de la siempre rentable adhesión a una causa patria. Los extremos se excluyen, pero se necesitan. No caigamos en su trampa. Hablemos y escuchemos. No nos tiremos los trastos a la cabeza para que ellos cambien su sillón.

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