Ganando al tiempo

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«Prefiero tus ganas sin tiempo que tu tiempo sin ganas»

De la escritora @Mapirom (Instagram)

Huir del conflicto no asegura la felicidad, pero ayuda, como el dinero. Y además, descabalga al que hace del enfrentamiento su modo de relación y, en el peor de los casos, su estilo de vida. Y no hablo de mirar otro lado, ni tampoco me refiero ni a la política ni a la vida profesional. En esta ocasión, hablo de la vida personal.

El conflicto nace de nuestra incapacidad para la tolerancia, que se traslada a nuestra vida. Es la ya mítica diferencia entre tus bragas y mis calzoncillos en el suelo. Las primeras me molestan a mi. Los segundos, a ti. Nos molesta lo que hacen los demás, aunque sea idéntico a lo que hago yo. Así jugamos, así lo hacemos. El yo por encima del nosotros, el orden por delante de la improvisación. El barco se hunde cuando uno pesa más que el otro.

Con el tiempo he aprendido que las ganas de… hacen más que el tiempo para… Cuando alguien te pide más tiempo, en el fondo lo que está haciendo es limitar el tuyo e imponer el suyo sobre cualquier otro, imponer su forma de emplear el tiempo, que es lo mismo, seguir sus tiempos, que no coinciden siempre con los tuyos. Más bien, casi nunca coinciden. Emotivamente, prefiero las ganas al tiempo, la cualidad a la cantidad y la tolerancia a la imposición. Y ya en equipo, el nosotros al yo, entendiendo el primero como una parte no simétrica, sino mágicamente desigual, pero no de forma habitual, sino cariñosamente improvisada. Porque la convivencia requiere de eso, de cierto orden convivencial pero también de cierto caos emotivo.

Quien se muestra exigente al imponer su criterio lo es también en imponer su tiempo, y por extensión sus tiempos. Qué bonito es eso del beso robado, algo así como la foto improvisada. Qué bonita es una casa en construcción. Cada vez me gusta más la imperfección, y la que más la mía. Me hace sentir libre porque en el fondo, me hace más libre. La imperfección hace que cada vez gane la batalla del tiempo, el mío.

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Bardhi no es suficiente

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Enis Bardhi llegó al Levante de media punta. En su primera pretemporada, destacó por su disparo, con potencia, colocación. Efectivo, muy efectivo. Llegó a codearse con Leo Messi en efectividad, y despareció. Llegó Paco López y no contó de inicio con él. Quería que mejorara su juego defensivo, que ayudara al equipo. Era el momento de luchar por la salvación. Y Enis se puso a currar. Volvió en San Mamés. Jugó de interior, y marcó dos goles de falta. Incluso lo ha explicado. Debía mejorar su juego sin balón. La siguiente se consagró y, desde la izquierda, no tuvo oposición. A pierna cambiada buscando su potente disparo, y con el recuerdo de la media punta, incorporándose desde atrás, como en aquél golazo de Girona. Y la temporada que empezó con público y acabó paralizada y a puerta vacía se consagró. Este año no había empezado muy potable. O al menos, no de forma regular. En Granada volvió. Esperemos que para quedarse.

Dominio sin efectividadad

En el Nuevo Los Cármenes, sin José Campaña, ha hecho su 10 más grande. Completísimo. Parece como, sin el andaluz, su luz es más potente. Lo parece y lo fué. Control de un balón con nieve y remate a la media vuelta. Media docena de acciones con tiro o acción de pase interior. Y la asistencia en el gol de Rubén Vezo. Desde la izquierda, con flexibilidad como le gusta a Paco López. Lo he hablado alguna vez con gente de su entorno y que le conoce bien. Le falta la pausa y la regularidad. Cuando la encuentre, volará. Y no tendrá nada que ver con José Campaña. Su caché es superior. Ese valor nace del gol, de su capacidad para llegar y marcar.

Una parte del levantinismo está de uñas con el adn que le ha dado Paco López al equipo. Es cierto que ese fútbol genera debilidad defensiva y hartazgo ofensivo, si el final de todo es el pase y el equipo no genera peligro. En Granada no ha sido así. Tanto con igualdad como con superioridad numérica, el Levante fue a por el Granada. Lo sabía cansado. Y sabe también que defenderse no es su estado natural. El juego de posesión requiere mucha calidad y mucha concentración. Y ni así, a veces, superas a un rival que tira de físico. Y el Levante, cuando no supera al contrario con el balón, se banaliza. Y lo hace demasiadas veces esta temporada. La ausencia de Borja Mayoral le ha restado brillo y oxígeno. Dani Gómez tiene buena pinta. Y Sergio León es uno de esos casos de talento desperdiciado.

Hace días que escribí que Nunca tanto dio tan poco, receta válida para el partido en Los Cármenes, sin duda. Aunque el Granada estaba cansado por su aventura europea y se quedó con diez muy pronto, el Levante arrinconó a su rival todo el partido. Machís aprovechó una contra y el desequilibrio estructural de un equipo que su entrenador quiere que sea así. Y vuelta a ir a cuesta arriba, lo que provoca que su fútbol y su clasificación no casen. Hay que hacérselo ver.

FICHA: Granada CF, 1 – Levante UD, 1 (Machís/Rubén Vezo) Gonalons fue expulsado en el minuto 16. Segundo empate consecutivo a un gol.
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Ilusos

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El vodevil eterno en el que nos despertamos todos los días a causa de la gestión de la pandemia que nos asola no puede sorprendernos. Si lo hace, es que pecamos de ilusos. Nada en comunicación es casual, todo es meditado, todo está medido, todo tiene su sentido. Y nosotros buscando una explicación lógica a tanta algarabía y a tanto caos.

La mayoría hablamos y tenemos déficit en escucha. Todos, sin excepción. Otra cosa son los grados. Hay gente escuchante, muy fan de los silencios, que agradece una buena conversación, que escucha con interés, y casi siempre se siente atraída por asuntos interesantes. La clave, además de la actitud del hablante, está en su capacidad de captar la atención, no a través del canal o el código, sino del mensaje. Un buen tema, bien tratado, bien escrito, bien argumentado y bien resuelto es una delicia.

Nos gusta escucharnos, no escuchar al otro, yo el primero, aunque intento deshacerme de ese enorme defecto. Difícil. Y la comunicación se resiente. Tendemos al monólogo y desconectamos con la réplica, en muchas ocasiones para dar una nueva versión de nuestra visión en el turno posterior, a veces porque no tenemos el más mínimo interés de escuchar lo que el otro nos va a decir.

En la relación interpersonal el resultado suele ser la incomunicación y, en el peor de los casos, la disputa y la ruptura. El monólogo alimenta el ego y desnutre el consenso debilitando la relación hasta el límite: la soledad, de la que os hablé en Sonrisas ocultas. En la relación social es la génesis del conflicto. Una pancarta sin respuesta, una consigna en voz alta, un alegato sin autocrítica, un mensaje coral y sin respuesta. Escuchamos a los que queremos oír, y solemos oír a los que nos dicen lo que queremos escuchar. La no-escucha está en el origen de la polarización. Y ésta es cíclica. Cuando se llega al momento máximo de tensión, se produce el conflicto, a veces violento, que acaba en un nuevo consenso tras una escucha obligada: la paz llega con la escucha inaplazable del adversario. La falta de escucha convierte al adversario en enemigo.

Silencio defensivo de la política

Y en política la no-escucha es parte de su esencia, al menos en estos tiempos que vivimos. Y lo malo es que les seguimos haciendo caso. El teatro de la discusión nace de la declaración, el discurso y la intervención. Todos son mensajes unidireccionales que se trasladan a la opinión pública con esa misma merma. La reunión es estratégica, no de escucha, no de consenso. La réplica es un teatrillo que busca la victoria dialéctica. «La comunicación no verbal del otro conecta directamente con nuestro sistema emocional, no pasa por el análisis racional», decía la profesora Estrella Montolío en una magnífica entrevista en La Vanguardia. Y en ese nivel de debate nos encontramos. Y más: «el silencio es una buena estrategia defensiva muy infravalorado en una cultura del desparrame verbal». Esa mayoría silenciosa que traga saliva ante el estruendo dialéctico simplemente no se la tiene en cuenta, no existe.

Y queremos que, en tiempos de pandemia, encontremos el consenso para vencer al virus. Ilusos.

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Miedo granota

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La idiosincrasia del futbolero es así. Quemamos las naves a la que salta. Ya se dijo que el fútbol (el deporte de masas) amansa a las fieras, y no porque las atonte -argumento cultureta- sino porque la euforia y la protesta queman tensión. Por ahí, tal vez se entiende la apocalipsis constante del ánimo a causa del resultado. Pero he de decir, en favor de los más cenizos seguidores granotas, que su miedo tiene coartada: el yunque de la adversidad.

Voy a empezar por lo obvio. Colista y con un partido descorazonador en San Mamés. Ininteligible, difícil de diseccionar. Después de muchos años en la profesión sigo sin descifrar las ‘pájaras’ en el fútbol. En el ciclismo, mi deporte, están claras. En algo has fallado, fundamentalmente alimentación. En el fútbol, deporte colectivo, sólo se me ocurre el efecto contagio. El Levante de San Mamés sólo fue fiable en el tablón de alineaciones. Sobre el césped, un espejismo de otros, una broma pesada que encendió a la afición, y de ahí su enfado.

‘Haters’ y demás

El entrenador es el foco. Directivos, aficionados, prensa… Todos le piden explicaciones. Imaginad que todos los días al salir de tu trabajo o de clase te pidieran explicación de lo que has heho o dicho. Es cierto también que nadie, ni por asomo, tiene la nómina de estos obreros del fútbol. Pero, de ahí al derribo, hay un mundo.

Sigo pensando que el Levante (y muchos equipos) se mueve entre dos tendencias: los defensores del aquí sólo vale ganar, y lo demás es accesorio. Y los que quieren algo más que un resultado. La sociología de la granotera ha cambiado. Ahora conviven los históricos, irreductibles y temerosos de una vuelta a la oscuridad, los nuevos que sólo han vivido la época de solera y éxito del club y los que se han acercado a él por la propuesta futbolera y como club y los que llevan a sus hijos a Bunyol y que, simplemente, como pueden y por fidelidad disfrutan del fútbol de élite en una ciudad decantada hacia la Avenida Suecia. Y todas ellas son legítimas, y complementarias. De ahí que los que ven al Levante como un sentimiento, más allá del fútbol, estén en pie de guerra. Y los que se congratulan de un equipo estético y definido, mantengan el tipo. Todos nos congregamos ante el televisor a ver a nuestro equipo, y a que gane. Y no somos ni más ni menos granotas. Simplemente, diferentes.

El guardiolismo de Paco

Coincido con Felip Bens que la influencia guardolista de Paco López y de muchos de los entrenadores de escuela es casi una religión. Una creencia sin evidencia científica. Nadie dice que jugar bien sea sobar el balón hasta aburrirlo. Sí sobarlo para llegar al éxtasis: el gol. Y hay un punto culminante: la velocidad y la tensión (correr, sí pero con cabeza). Johan Cruyff, el principal ideólogo del estilo, siempre dijo que pase sin velocidad y búsqueda del espacio era poco más o menos que una milonga. Michael Laudrup fue objeto de sus críticas por esa falta de criterio en la elección de la excelencia. Y sí, Pep Guardiola hizo de la posesión su marca, pero sólo triunfó porque contó con la generación privilegiada de tocapelotas excelsos que fueron Xavi e Iniesta, y al mejor jugador del siglo XXI, Leo Messi. Los demás sólo han copiado sin tener la materia prima, incluido el propio Barcelona. Fuera del Barça, Guardiola ganó por el caché acumulado que le llevó a clubes ya con solera, pero se estrelló cuando quiso hacer ciencia de su ideario.

Adaptarte a tu equipo es obligado para todos los equipos del mundo menos para el dominador de la época: el Ajax de Cruyff (jugador), el Milán de Sacchi o Capello, el Barça de Cruyff o Guardiola, el Brasil de Pelé o la Argentina de Maradona. Los demás a picar piedra, a combinar el juego combinativo con el directo, a buscar en su plantilla el equilibrio, de atrás adelante, y de izquierda a derecha.No hay otra. José Manuel Esnal ‘Mané’ me dijo cuando yo empecé en esto del periodismo que lo de los dibujos tácticos era una milonga. Que el entrenador ha de leer los partidos y que ha de saber dónde hacer mal (presionar, tapar lineas de pase, etc) a tu rival para quitarle balón y dónde y qué hacer con él para que tu rival no te neutralice y poder hacerle daño. Tan simple como difícil.

Adornos y andamios

Al Levante de Paco López le sobran adornos y le faltan andamios que sujeten los adornos. El plan B que reclamo desde hace tiempo es una necesidad, desconozco si consentida por la dirección deportiva y propugnada por Paco o al revés. Me gusta el fútbol que propone Paco, y me hace sentirme bien la mayoría de veces que me pongo a ver un partido de su Levante. Y entiendo que, a la mínima, Paco busque su estilo. Pero también el entrenador ha de saber dónde está y cómo es ese club. Lo mismo el aficionado, que pide internacionalidades de jugadores colgados del larguero o autobuses Clemente para cubrir su cuota de no-miedo. En el deporte de élite ganan los atrevidos, los que se arriesgan a salir de la cueva y hacer cosas: sea segar a la figura del equipo contrario, ganarle un esprint a Cristiano Ronaldo con un cuerpo robusto o hacerle un túnel a alguien, robándole la integridad y sonrojando su cara.

Paco ha de pegar un puñetazo en la mesa, primero en su vestuario, y cortar ínfulas a jugadores que se saben elegidos. Y en parte por ahí llegó la debacle de Bilbao. Los internacionales suelen llegar desubicados y no por los viajes, sino por su subidón de ego, sobre todo los novatos. Elegir siempre lleva un riesgo, y me consta (lo sé, no me lo han contado) que Paco desmenuza cada decisión con mimo y con detalle. Pero también sé que en un cuerpo técnico moderno hay muchas voces. Y Paco ha de escuchar la suya, la del tipo del filial que, cuando llegó, leía partidos sin mirar el número. Paco López ha de ser Paco, el de Silla. Y seguro que saldrá de ésta. A su haters, sólo decirles que les entiendo, pero que no estoy de acuerdo. No sólo es un buen tipo, un levantinista convencido que siente el hierro sino un excelente entrenador. Pero sí, como todos, está sujeto a los resultados y a la feroz crítica de los que sostienen ésto: la soberana afición, consumidora de sentimientos y, en este caso, del sentimiento granota, por suerte. Yo me he alegrado de las derrotas de entrenadores que no me gustaban para ver si caían, como casi todos los que hemos mamado el fútbol desde la niñez y nos duele cada derrota. Y entiendo a los que así lo sienten. Pero no es mi caso, ni de lejos. Ni peloteo ni compadreo. Defiendo a Paco porque, en general, tengo una misma manera de ver el fútbol. Sin más.

FOTO PORTADA: @LaLiga.

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Sonrisas ocultas

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«Las mascarillas borran las sonrisas y sólo dejan ver las lágrimas», leía en un tuit de no recuerdo bien quién. Pero se me quedó esa frase, pegada a mi mente como una lapa. Cosida a mi ánimo. Una frase llena de simbolismo. Modernidad (en forma de contactos infinitos) aderezada de miedo. El del contagio, el del dolor más que el de la muerte. La soledad del adiós. La soledad y el dolor. La soledad ya es dolor. Y muchos de los que se han ido ya estaban solos antes de marcharse, con dolores iguales o peores, con agujeros en el alma, con la conciencia tranquila del que ha hecho su legado con una vida plena y que acepta su final con calma. Siempre pensé que ese relato de calma, sin la prisa de la mañana ni la dictadura de la agenda, es la felicidad más madura. Una felicidad que transmite tranquilidad, serenidad e inteligente pausa.

La soledad madura de esas mañanas eternas, con un paseo al sol de invierno y a la fresca en verano. Días interminables esperando, sólo viendo pasar el tiempo. Y los que vamos en tránsito hacia esa madurez, hablamos estos días en el nombre de la soledad de nuestros mayores, que están más angustiados por vernos a nosotros lejos de esos abrazos protectores, que de su propia soledad, a la que poco a poco se dirigen, por costumbre. La interacción, en otro momento motor de nuestras vidas, se convierte en adorno de un tiempo de tranquilidad, de calma, de sosiego del que se ve a sí mismo resabiado de su historia.

La Covid19 no se ha llevado a nuestros mayores. Muchos llevaban tiempo despidiéndose. Les ha dado un impulso y nos ha dejado huérfanos, llenos de reproches por nuestra endiablada vida (me hubiera gustado estar más tiempo, me hubiera gustado despedirme…) Es dolor, sin duda. Pero también suena a excusa de exceso, suena a liberar parte de nuestras conciencias. O no. Ahí lo dejo. Para la reflexión de cada uno.

El virus se ha llevado la mirada alegre de quienes vemos en nuestros mayores un espejo de existencia. Ellos, los mayores más inquietos, los más resistentes al paso del tiempo, han acelerado con la pandemia su trayecto hacia esa calma, minimizando los deseos humanos de eternidad y juventud infinita. Esta pandemia nos ha robado a los más, la sonrisa. Y a ellos, a los que nos trajeron a vivir esta aventura, la satisfacción de vernos sonreír. Porque igual que su vida es el espejo de su descendencia, la sonrisa de los que toman sus apellidos son el reflejo de su felicidad madura. Y es esa sonrisa la que han dejado de ver, con el aislamiento primero y, cuando ha llegado el contacto, con esa mascarilla que las estrangula, contrae la respiración, ilumina las miradas más tristes y, en el peor de los casos, sólo destaca las lágrimas.

El final del túnel

Es tiempo de pandemia y de sueños. Y el mío no pasa por la vacuna (ojalá…), pasa porque el virus, tal vez, se retire (cuando deje de considerarse que hay una ‘transmisión comunitaria incontrolada» y, textualmente, “como sucede a menudo, cuando los efectos bajan, la gente deja de preocuparse”…, tal y como explican las historiadoras Laura y María Lara Martínez al contar cómo acabó la gripe española del 18) como llegó: sin hacer ruido, sin percibirse, silencioso, sin saber que está, hasta que llega la muerte, una muerte en soledad y con dolor, nuestra verdadera razón de alarma. Nos quitaremos la mascarilla cuando el virus deje de causar miedo y no tenga que vivir de nuestra muerte. «La imposición del miedo es la peor de las pandemias porque atañe a lo más preciado que tenemos: la confianza», escribía en Imponer el miedo, aquí mismo en Apuntes. Y, cuando pase, nuestros mayores recuperarán su sonrisa. Y volverán a sonreír con nuestras carcajadas, abrazados.

*Foto Freepik: @goffkein

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Nunca tan poco con tanto

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La clasificación no engaña. Cinco jornadas, cuatro partidos jugados y tres puntos. En una liga tan extraña, podía ser una anécdota, pero no lo es. El deporte profesional se mide por muchos factores, y el calendario es uno de ellos. Cierto que el Levante tiene un partido menos (contra el Atlético, un rival habitualmente incómodo, pero en casa). Pero, a pesar de los habituales haters de Paco López, todo el mundo coincide: nunca con tanto se sacó tan poco. El mejor o uno de los mejores Levante que he visto, el de este inicio de temporada, está lejos de su mejor clasificación. Y ya se sabe, remontar con derrotas es complicado. Tras la debacle final de Mestalla, el equipo estuvo dos semanas sin competir. Tras la derrota con el Madrid, otros diez días más. Está claro que este inicio, nada de lo externo te ayuda. Cada vez que marcaste en Mestalla, te empatan casi de inmediato, el Sevilla te marca en el 92, y el Madrid con un gol de Vinicius a quien, una inexplicable pasividad, le permitió tener la pausa que habitualmente no tiene. Nunca el brasileño fue tan preciso en su disparo.

Campaña, internacional

Sin ese extraordinario inicio, José Campaña no hubiera llegado al hito histórico de una convocatoria con la selección. Curiosamente, el mejor Campaña con el mejor Levante y la peor clasificación. El armazón está hecho, el estilo más elaborado, variedad táctica, gol, seguridad defensiva (excepto el día de Mestalla), una decidida intención de Paco López en guardar parte de su ideario (algunos lo llaman ataques de entrenador) en busca de una eficacia que tuvo su punto máximo en El Sadar. Que el equipo sufre sin balón, cierto. Que con balón es más que un equipo reconocible, también. Que ha mejorado su posicionamiento y presión alta, también. Que poblando el centro del campo, Paco ha optado por un equipo de mayor equilibrio, también. Sin cinco defensas y con cinco centrocampistas, lo que más tiene. Sin Mayoral, con Sergio León out, y con José Morales, Roger Martí y Dani Gómez, jugar con un punta se presenta casi como algo lógico, aunque Paco siempre ha mostrado su preferencia por los dos puntas.

Las sensaciones de Pamplona, las dificultades al Sevilla, el tu-a-tu con el Real Madrid, y los sesenta primeros minutos de Mestalla me satisfacen. Me satisface ese fútbol, muy por encima del resultado. Pero, lógicamente, necesitamos puntos ya. Ojo que el próximo partido es en San Mamés contra el Athletic, un equipo con tu mismo rendimiento pero mucho peores sensaciones. A un partido, todo es posible. Y nadie se acordará de lo bien que lo hicimos. Soy de la opinión que jugar bien es el camino más corto para ganar. Pero la ecuación no siempre sale. Y justo o no justo, hay que impedir que la ansiedad rompa el buen trabajo realizado.

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La nueva tensión tecnológica

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La polarización social a la que las redes sociales, sin duda, ha contribuido, puede estar en la base de la enorme tensión que se vive en el planeta, agravada por una pandemia (ya se habla de sindemia o epidemia sinérgica, horror de término por su prolongación en el tiempo y combinación con otros factores, como la pobreza). ¿Qué temes de la influencia en las redes sociales?, le preguntan a Tim Kendall*, exjefe de monetización de Facebook en The Social Dilemma, Después de unos segundos de pensar, dice sin vacilar: «una guerra civil». Impacta su respuesta. Habla de Estados Unidos, pero ese temor puede ser extensivo al resto de sociedades del mundo.

El capitalismo de vigilancia, término que acuña la socióloga Shoshan Zuboff* en ese mismo documental al nuevo orden económico derivado de la tergiversada deriva tecnológica a la que nos ha conducido el negocio de las redes sociales, lleva al todo vale con el fin de que los anunciantes consigan sus objetivos. Y para reclamar tu atención, hace falta conocer todo de ti, incluido como piensas, a quién sigues, qué te preocupa y qué te indigna, con quién estarías dispuesto a pelearte… Todo, sin el filtro de la veracidad. Consumes lo que te gusta, no lo que te forma. Consumes lo que ellos quieren, no lo que necesitas.

Esa tensión provocada nos lleva al periodismo de bufanda (sólo leemos, escuchamos o vemos lo que queremos, no la pluralidad de lo que pasa), construido entre otras cosas a través de las fake news. El ahora speaker Tristan Harris*, ex de Google, dice que esas noticias falsas (intencionadas y con una pretensión adictiva al sistema) buscan «el caos» y la «polarización social» (no hay nada que más enganche que la defensa de una idea o acción). Sin filtros ni tamiz de comprobación -otrora campo del periodismo, al menos del teórico- las noticias se expanden de forma viral por todo el mundo. Sin demonizar el mundo del sharing que nos ha traído una globalización virtual y también muchas ventajas, la polarización social que observo (de ahí, el título de mi blog, más como llamada de atención que como no-implicación) no es un tema a restar importancia. Al contrario. Sin puentes de comunicación, con posiciones más alejadas, sin capacidad de acuerdo, con tensión y sobre todo con una base argumental que se alimenta de presuntas verdades, la violencia es una consecuencia casi inevitable, por desgracia.

El ladrido y la coz

Llamadme agorero (sigo pensando en aquello de que la historia se repite y el inicio de los dos últimos siglos presentan similitudes, incluida la pandemia), pero no nos equivoquemos: lo que observamos con alarma respecto a la clase política, cada vez más mediocre e interesada, no es más que la punta del iceberg de una sociedad que camina por la senda del ladrido y la coz, acelerada por esta pandemia digital. La situación de pandemia por el coronavirus, con supremacismo ético incluido y escasa evidencia científica (empieza a unificarse, por fin, el mundo científico) no hace sino incrementar exponencialmente el peligro de enfrentamiento. Ya hemos visto en Estados Unidos como se ha recuperado con virulencia el conflicto racial y en España el ideológico. Una polarización, un sectarismo que, por cierto, llegó hace tiempo a los medios de comunicación, siendo su pan para hoy y el hambre de mañana. Vivir de tus fieles seguidores reduciendo tu credibilidad (por alimentar a uno de los bandos) es el fin de tu existencia. Y así nos va.

«Lo que observamos con alarma respecto a la clase política, cada vez más mediocre e interesada, no es más que la punta del iceberg de una sociedad que camina por la senda del ladrido y la coz»

El actual iceberg digital hace que sólo veamos que lo más pernicioso de la implantación de la tecnología sea el número de horas que pasamos delante de una pantalla, y no el uso que hacemos de ellas, y el sometimiento a sus reglas, convirtiendo nuestras vidas en Frankenstein Digitales, como uso inconexo de la tecnología desvirtuando la realidad. Y todos los grandes conflictos nacen con ese argumentario de beligerancia que hoy alimentamos a través de nuestras pantallas. Soy y seguiré siendo un defensor del avance tecnológico y del uso de las nuevas formas de comunicación, interacción y trabajo que nos proporciona ese nuevo orden tecnológico. Pero, como otras múltiples disciplinas del saber y de la ciencia, todos sabemos que están sujetas a la perversión, sin ser per se parte del sistema.

*El dilema de las redes, traducción del original The Social Dilemma, es una película producida por Netflix y estrenada este mes de septiembre, actualizada a la situación de pandemia por la aparición del coronavirus. En ella, además de actores que recrear la situaciones de adicción de las redes sociales en una familia de EE.UU, intervienen distintos gurús tecnológicos, criados en Silicon Valley desde el inicio de siglo, y extrabajadores de las tecnológicas más importantes del mundo, como Google, Facebook, Twitter, Pinterest, etc. Todos ellos defienden, sin dudas, que la aparición de estas empresas era sólo ganar dinero (no crear sinergias y mejorar la comunicación entre usuarios). Es, como dice Soshan Zuboff, un capitalismo de vigilancia, que comercia en un mercado de futuros humanos «If you’re not payuing for the product, you’re the product («Si no pagas por el producto, tú eres el producto), dice Tristan Harris en el documental, recuperando una vieja frase del inicio de la economía digital.

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Campaña… y se acabó

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Las Tacañonas y su Campana… y se acabó marcaron mi infancia con el mítico Un, dos, tres… responda otra vez, el concurso que marcó una época televisiva en los ochenta, coincidiendo con el Mundial y cuando el Levante rivalizaba con el Mestalla, Alzira, Gandía o Villarreal por el dominio de Tercera División. Tiempos que, aunque muchos granotas actuales ni vivieron ni les gusta recordar, existieron… Y son la base de lo que hoy vivimos en la máxima categoría y con exhibiciones como la que el equipo tuvo en Pamplona contra Osasuna (1-3). Y digo exhibición por la calidad de su fútbol, más allá del resultado. El vendaval de juego, liderado por José Campaña despejó dudas desde el principio y maravilló. Es más, se empezó perdiendo, se erró un penalti y el equipo se levantó con fuerza y brilló con éxito en un campo (eso sí, sin público) poco dado a las épicas granotas.

Campaña, líder

Mirad, no soy de los que se dejan llevar por los tópicos. Y menos, cuando hablamos de mercado. Me han contado alguna cosa de todo el asunto José Campaña, que no es nuevo. El club lo renovó para venderlo, intentando hacer un Lerma. Y, para ello, le tuvo que tratar como el jugador franquicia, en espera de una operación ventajosa. El Sevilla era el objetivo. Y no picó, ni el verano pasado, ni éste. Y el sevillano está atrapado en el Levante, y el club felizmente atrapado con el jugador. Pero todo se lleva sin una gran tensión. Sin ofertas, no hay venta ni culpables. Y sin venta, Campaña es el líder económico del vestuario. Hasta ahí, todo normal. Ahora surge el trabajo de sus agentes que, lógicamente, tratan de aprovechar su buena temporada. Y lo ponen en el mercado (todos están en el mercado siempre). Y él se deja tanto querer como querer quedar. Y llega un posible interés del Leeds, como antes fue del Villarreal o del Sevilla, o de ninguno. El mercado es como el órdago del mus, puedes ganar o perderlo todo. Y en el tema Campaña hay un punto de entente: si no sale, hay que pagarle su elevada ficha, pero es tu jugador franquicia (junto a José Morales) y, si se queda, encantados.

José Campaña llegó el año de Muñiz en Segunda. Y ha ido creciendo, como el Levante. Pero lo que hizo en Pamplona el domingo fue, simplemente, descomunal. Jugó e hizo lo que quiso. Movilidad, lo mismo entraba por la derecha, por la izquierda o por el centro. No tuvo que mirar atrás, sino adelante, y derrochó calidad por doquier. Es el mejor Campaña que he visto en el Levante: porque a su talento se le sumó la regularidad. El partido fue lo que él quiso. Y parece (o debería) estar preparado para grandes batallas. Campaña representa ese adn del futbol patrio y que Luis Aragonés bien definió como esos locos bajitos, como forma de superar la superioridad física de selecciones como Alemania, Inglaterra, Italia o Francia, con tus recursos: jugadores de calidad que te permitan tener una rápida circulación de balón. Los centrocampistas, todocampistas bajitos (los Xavi, Iniesta, Cazorla, Cesc, Silva, etc.) , que tanto han dado y que ahora podemos disfrutar (salvando las distancias) con Campaña en este Levante.

La alineación de Paco López -hablaremos sobre Mickaël Malsa en otro momento, pero pedazo de presencia y personalidad la suya- sorprendió, y me incluyo). Y creo que ese once puede marcar tendencia: por una parte, que Paco ya ha adivinado -como hace después de cada inicio de temporada- que el Levante no puede ir a por los partidos a pecho descubierto contra cualquier rival -como le pasó a Unai Emery en el Camp Nou o a él mismo en Mestalla-; y la segunda que, desempolvando el manual de entrenador y como me enseñó mi buen amigo Juan Mercé, en el fútbol moderno, además de la presión alta, siempre hay que contar con una máxima: la defensa se organiza y el ataque se improvisa, y no al revés. Aquello de que los equipos se construyen de atrás adelante, trabajando el sistema defensivo (no sólo la defensa, y mucho menos sólo los centrales). Es ahí donde creo que nace la idea de ese centro del campo. Cerrar atrás y aprovechar tu calidad (con movilidad) arriba.

El Levante puede y debe aspirar a mejorar su prestación en resultados, eso sí, sin perder la realidad que pasa por asegurar la permanencia. Y eso es lo que le pide la gente a Paco López, no lograrlo pero sí tener ambición por conseguirlo. Pero, independientemente del resultado, de la clasificación y del objetivo del sueño europeo, yo me quedo con que el Levante de los cinco magníficos en el centro del campo –Vukcevic, Malsa, Bardhi, Campaña y Melero– Hicieron un partido para relamerse, para recordar, para disfrutar, tanto en ataque como en defensa (bueno, extensible a todo el equipo). Personalmente, el partido del domingo me permitió reencontrarme con el fútbol, el bueno, el que me hace disfrutar, muy lejos de lo que solemos ver actualmente. Esa combinación de estilos (largo, elaborado y a la segunda jugada), para dar brillo al balón cuando lo tienes y disfrutar del ejercicio de una defensa lúcida. Le agradezco a Paco que permita que veamos este fútbol que tan poco habíamos visto por Orriols. Pero también me pongo en los zapatos de los que le exigen que, a veces, sacrifique las ideas para lograr los objetivos. Porque hay muchos granotas para los que la victoria es el juego más exquisito y el orgullo de mirar arriba en la clasificación, el sueño. Y hay que entenderlo.

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Ciudad y pandemia

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Noche de fin de año. Alrededor de una mesa, ya hartos del jalo y ataviados con el cotillón esperamos ansiosos el nuevo año. Nunca pensamos en lo que vendrá, sino en que venga mejor. «Yo brindo por la salud porque sin salud, no hay nada más», siempre hay alguien que dice esa noche. La salud se da por sentado, que se quiere y se tendrá. Así lo pensamos mucho este pasado fin de año, y mira por dónde, nos salió rana. Rafael Bengoa, uno de los expertos en salud más importante de este país, lo acaba de decir: «sin salud, no hay economía», cuando le preguntaban si esa realidad dual ha sido el problema de esta pandemia. Lo ha dicho a pasado, cuando la desescalada se aceleró buscando evitar el caos económico. En la vida, las decisiones a medias no suelen salir bien, sobre todo cuando los problemas son de enjundia. Y nadie puede decir a estas alturas, que en occidente casi todo ha sido así, a medias. O sea, mal.

Bengoa venía a quejarse (como otros muchos científicos) de la falta de una evidencia científica global, un organismo (más allá de la errática OMS) que centralice todo lo que se hace, se dice y se aconseja, que unifique el mensaje, insisto. Un comité de expertos que fiscalice a los que deciden. Ya dije que éste del Covid_19 es más un tema de comunicación, y me reafirmo. Ese comité ha de empezar por enviar mensajes claros a una ciudadanía deseosa y exigente de las mayores certezas posibles, aunque éstas vayan llegando poco a poco. El proceso de desarrollo de la ciencia y su modus operandi es otra de las grandes aportaciones del virus: el error es parte de la decisión (prueba y error), sin traumas y sin exigencia irracional de responsabilidades ni culpas, como nos ha enseñado la vieja y la nueva política, en la que el reproche es el rey. Ir por una calle de un pueblo, sólo, sin nadie a tu alrededor, con más de 30º y con mascarilla es estúpido, producto de una norma en bruto. Y hablo de la mascarilla porque es la que más ha cambiado nuestras vidas y, ponerse a un lado u otro de su uso, no es inteligente, pero pasa. Esta discusión viene derivada de una norma extensa, no focalizada. Cuando la norma se excede, el efecto es el contrario, como en la adolescencia. Y ahí radica que este país sea el más restrictivo con el uso de mascarillas y uno de los líderes en número de contagios.

La crisis del urbanita

Buena salud, seguro, será el deseo global este próximo fin de año. Salud y libertad. Y aire puro, sin virus. Cuando los expertos te dicen que evites aglomeraciones, mantengas distancia, ventiles, etc… te están invitando a abandonar la ciudad, centros neurálgicos de la epidemia y lugar de transmisión y de riesgo. Los grandes eventos, la party de las grandes urbes también han entrado en revisión. El ocio masivo se tambalea. Porque, aunque es seguro que venceremos al virus, hay cierta evidencia en que otros llegarán y veremos de qué manera actúan.

Las grandes urbes, nacidas bajo el foco de la industrialización y fomentadas por un exceso sobrevalorado del ocio en manada -todo lo tengo cerca y la oferta es más amplia-, están en el ojo del huracán en tiempos de pandemia. Salir de tu casa y encontrar ríos de gente es como sentir la civilización y tener una sensación de seguridad. Y, cuando nos agobiamos, buscamos el campo. Este país es mayoritariamente de pueblo, pero vive en grandes ciudades. Ahora, las urbes están en el punto de mira de la pandemia, pero las consecuencias/decisiones han sido igual para todos, y eso ni es justo ni se puede dejar de corregir. La España vaciada ya había dado signos de hartazgo antes de la pandemia. Con ella, más y con razón.

En todo caso, apuesto ruralizar las ciudades y no urbanizar los pueblos. Para ello hay que reducirlas, bajar su densidad, y también empezar a cambiar el estilo y las prioridades de vida. Pasar la tarde en un centro comercial es, seguramente, el paradigma del urbanita. Y ahora, están casi cerrados o son vistos con recelo. Siempre he vivido en un pueblo pero he hecho mucha vida en la ciudad. Desde hace tiempo, huyo de la gran urbe. El coronavirus lo ha acelerado. Soluciones urbanas a realidades rurales es otra de la falta de registro en las decisiones. Sólo con haber focalizado las decisiones y haber evitado la generalidad (confinamiento global) se hubiera ganado tiempo y dinero. Pero los nombres pesan (Madrid, Barcelona, Nueva York, París…) y los números, como en la noche electoral, también. Un abuso…

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Comunicar en tiempos de Covid

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‘No vamos a soplar las velas este año’, decía mi madre en los preparativos del 86 cumpleaños de mi padre. Lo decía con miedo y confusa: «en la tele han dicho que no debemos de soplar las velas, que es peligroso, se extiende el virus». Constatación de la afirmación, ninguna. Aproximación científica, seguramente. Estamos en un nuevo tiempo vivido en el que no existe unanimidad médica, ni seguridad científica ni nada que se le acerque. Sólo existen indicios, y con ellos, el caos. Todo es posible y nada lo es. Hoy por hoy, la gestión universal de esta crisis es, bajo mi punto de vista, un asunto de comunicación. Qué quieres decir, qué mensaje quieres hacer llegar, cuánto estás dispuesto a estirar los mensajes por muy contradictorios que sean… Y en esas es cuando los medios de comunicación, como aliados necesarios de la política, volvemos a salir mal parados. De ser ventanas y oxígeno durante el confinamiento, a ser apestados por la carga viral que llevamos con nosotros y la insistencia por informaciones que se quedan en la superficie, sólo constatan el hecho, los hechos que emanan de los que gestionan lo desconocido.

«He dejado de ver la tele y de leer nada porque nadie nos dice lo que pasa realmente», me dicen muchos amigos y conocidos. Y es algo que se extiende, no sólo con la pandemia, sino con muchos más asuntos. La gente está desconectando de los mensajes (y de las noticias) a través de los medios de comunicación porque se ha cansado de ‘escuchar siempre lo mismo’ (brote aquí, brote allá, esto se puede hacer, ésto no, etc., esto se debe hacer, esto no) y también porque las informaciones no llegan al fondo, son superficiales. Estamos informando de lo que nos informan, como en tiempos de guerra «Lo siento, pero yo ya no me fío de la prensa, sólo de la ciencia», me decían el otro día. Y la ciencia tiene su propia forma y estrategia comunicativa, y sus propios medios de difusión y de control, lejos de los códigos de la información generalista de la que soy consumidor y partícipe.

Por ejemplo, ahora no se habla de control del virus como durante el confinamiento. Todo lo contrario: se pretende hacer llegar el mensaje de que ‘el virús no se ha ido, está aquí’, de que dudemos incluso de si tiene cura (vacuna) como ha sugerido la OMS, y de que el grado de contagio continúa siendo elevado, cosa que siendo cierto no se aleja mucho de otros virus. Pero ahora, sin confinamiento masivo, y cuidándonos muchos de evitar que haya otro porque, de haberlo, la palmamos todos, pero de hambre. Para reactivar la economía, abrimos la mano; para parar la pandemia, recortamos. Desde el inicio el mensaje es contradictorio y poco fiable. Consecuencia: ni paramos el virus ni reactivamos la economía.

DÓNDE PONER EL FOCO

Si le pides opinión sobre la pandemia a un médico, a un epidemiólogo, a un estadista, a un urgenciólogo o una enfermera, la realidad que te dibujará será diferente. Y ninguna de ellas totalmente cierta, ni totalmente equivocada. Los profesionales de la medicina viven a diario con la muerte. Están acostumbrados a lidiar con ella. Por eso, sorprende alguna de sus reacciones en relación con el Covid19, en una doble vertiente: su miedo alerta de que es algo más grave de lo normal pero, también, sus códigos les lleva a ‘salvar vidas’ y no hacerlo, les deja un poso de frustración como si no hubieran hecho bien su trabajo. Y de ahí su lógica denuncia de cansancio físico y psicológico en esta pandemia, en la que, además, han sido el foco de atención, los receptores del aplauso y foco de la esperanza. Nunca tuvieron tanta presión. Y por eso sus alertas y denuncias rozan la desesperación.

«Desde el inicio el mensaje ha sido contradictorio y poco fiable. Consecuencia: ni paramos el virus ni reactivamos la economía»

Queremos que la gente salga, consuma, se atreva… pero al mismo tiempo le damos el mensaje contrario. Prudencia, ¡ojo con la excesiva interacción!, nos dicen. Traducido quiere decir: si fuera sólo por la salud, confinamiento; si fuera sólo por la economía, vida normal. Pero no es ni una cosa ni otra. Nos tomamos una cerveza como si nada hubiera cambiado y, cuando nos levantamos, nos topamos con el bicho: cuidado que no se ha ido, y nos va a acompañar un tiempo.

En el fondo, está el miedo al colapso sanitario que ya nos llevó al confinamiento (en mi caso, lo hice de forma anticipada y voluntaria). Obvio. Lejos de la realidad, los hospitales (siempre, según esos mismos datos oficiales) viven con cierta calma, a pesar de que los que están a pie de cama y de UCI no quieren pasar por lo vivido en marzo (nadie lo quiere). Ahora, se extiende que esa tensión sanitaria está en la atención primaria, y los desajustes de los rastreadores. Lo que es cierto es que ahora somos proactivos, vamos ‘a buscar casos’, y encontramos más, y la gran mayoría, leves.

El objetivo (y no digo que no sea necesario) es decir: no se puede volver a tiempos de confinamiento, ni por cifras de ingresados y UCIs, ni por número de fallecimiento. Los datos, por sí solos y en general, no reseñan nada. Han de elegirse con criterio neutro, no con la intención de servir a nadie. Elegir difundir un dato (brotes y positivos con prueba PCR), y no otros (ingresados, hospitalizados, en UCI) tiene su razón e intención. Incluso, la semántica de brote y rebrote tiene su aquél. El primero (que es el que se da, fundamentalmente) es un nuevo grupo de casos positivos; el segundo es cuando se producen positivos después de haber erradicado anteriormente los casos en un mismo lugar o zona, y vuelven a producirse positivos. Es más, según la nomenclatura oficial, se considera brote cuando se localizan a tres o más infectados en un mismo grupo social (trabajo, ocio, familia…), algo absolutamente habitual en caso de epidemia. Insisto: lo normal es que, a más interacción, haya más casos. Si lo llamamos brote es más gordo, asusta más. No es un caso aislado (a mi no me toca) y, por tanto, aumenta la conciencia sobre la situación. Pero, colateralmente, también, por lógica, a la actividad económica: ‘no salgo’ o porque tengo miedo o porque así no merece la pena.

Se trataría, por tanto, de resolver con equilibrio, mesura y no buscando únicos culpables (ahora los jóvenes descerebrados que salen por ahí…). Lógico y, la mayoría, lo hace bien, pero como pasa con esa edad, sienten menos miedo que el resto. Resolver la ecuación salud, economía, vida, no es fácil en un contexto de pandemia. Nadie está libre de un contagio que derive en fatal, por supuesto. Pero aunque el anhelo de toda sociedad sería la de una gestión unánime para todos (algo casi imposible), el objetivo, por tanto, es alcanzar altos grados de bienestar para amplios sectores. Y, por tanto, los recursos (limitados) y los esfuerzos han de centrarse en gestionar para la mayoría y para la defensa y protección de una minoría más expuesta y más dispuesta al sacrificio. Y destinar recursos para ellos. Lo mismo, por sectores económicos. Se hizo bien: teletrabajar o parar para aquellos sectores que hacen de la interacción su razón de ser. El resto, vida normal, con precaución pero sin obsesión que haga de freno a la actividad. Es como querer que vengan turistas, pero que no salgan. O lo uno o lo otro.

Para un asmático con alergia al ácaro como yo, exponerme a lugares cerrados mucho tiempo, es una temeridad. Lo único que puedo hacer es evitarlos. Pero no puedo exigir que nadie los visite por si acaso yo sufro un ataque de asma con el pretexto que afecta a mi libertad personal. Si soy personal de riesgo, reduzco mi círculo, prevengo posibles complicaciones. Y el resto, a seguir. Lo hacen todos los enfermos, y por desgracia, enfermedades hay muchas más el coronavirus. El bicho no ha parado el tiempo. Sigue. La globalización (y su forma de vida: viajes continuos, ciudades muy pobladas y virus planetarios nos ha traído una pandemia, sanitaria, económica y social) lo ha extendido y lo hace más difícil de parar. Seamos conscientes y congruentes. Cuidado con lo que comunicamos porque puede causar el efecto contrario

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