Dos etapas, dos días. Es lo que tiene esto de escribir. Requiere concentración… y tiempo. Dos etapas diferentes. A medida que bajamos al sur de la Costa da Morte, el paisaje cambia. Cundins y Ponteceso me despertaron el martes con lluvia, aunque se fue en minutos. Pero el agua en la vegetación hizo de la primera parte del trayecto, hasta el Faro Roncudo (foto de portada) fuera un chop chop constante en los pies, con las zapatillas empapadas, que era como ir andando sobre un colchón de agua, por otra parte elemento natural de Galicia.
La etapa hasta el Faro es exigente y de vistas increibles. Poco a poco, el sol fue poniendo luz al trayecto, pero los primeros kilómetros, con neblina y humedad, me encantaron. También fueron los primeros pasos en solitario, y la verdad, fueron muchos minutos de mente en blanco, sin recordar nada más que imágenes y sonidos, cual ejercicio de meditación, el más natural, sin más pensamientos que el trayecto, las señales y el sinuoso camino que se abre a tus pies con estrechez.
Como en la bici, ando a sensaciones, casi sin mirar el tiempo, ni GPS para ver el trayecto. A veces, arriesgado. Eso sí, llevo en pantalla el rutómetro, que casi ni miro. Como en mi vida, improviso. Fotos, videos, cantos, sonrisas e incluso emociones, que siempre se producen. Buscaba silencio, la cercanía y el aprendizaje del aburrimiento, del descanso activo. Y lo voy encontrando. Una conversación por videoconferencia con mi hija, el único acceso al exterior. Y necesario, porque ella era parte de los objetivos de mis pensamientos (el dia a día a veces nos lleva al olvido si, como es mi caso, no comparto su cotidianeidad) Bueno, pues eso, como los pies en la marcha y los complementos alimenticios en la carrera, ella es el motor innato que mueve mi vida (como los vuestros, seguro), pero mi reflexión es que no es como prolongación de la obra de mi vida, sino como felicidad por su propia obra, no viciada por triunfos o éxitos. Orgullo de ser padre, no de estar. Y es que como leí hace poco: la familia la crea la lealtad, no la sangre. Y su lealtad no se basa en su ascendencia sino en mi esencia, y así la siento yo.
Bueno, seguimos. En Balarés, descanso y refresco. Elixir en los pies en forma de baño en la playa, eso sí, sólo las piernas. Las aguas da Costa da Morte dan para neopreno. Llegada a Ponteceso, y cenita en Corme con Dani, a modo de despedida. Tocaba decir adiós a Casa de Verdes. Excelente estancia, muy recomendada, no sólo por la instalación sino por la esencia de la misma, un lugar donde soñar, como escribí hace tiempo y como reza el titulo de la emotiva serie de Netflix. A tiro de piedra de cualquier lugar de esta zona, integrada en Cabana de Bergantiños. Conversación necesaria tras meses sin vernos, después de que el puto bicho y las cosas de la vida impidieran que esta aventura tuviera lugar el verano pasado. Nos han pasado tantas cosas que la cena, como suele pasar, se quedó corta. Cosas que pasan..
Los días en ruta transcurren iguales, como si de un torneo deportivo se tratara. Descanso mental a través de la exigencia física y de la regularidad de los momentos. Por la mañana, caminar; la tarde, descansar, recapitular. Los JJOO de Tokio pasan a las reposiciones televisivas y a las notificaciones de Eurosport. Las horas pasan lentas, pero con emoción. Vine a buscar abrazos mentales que abrochen mis sentimientos más escondidos. Y van apareciendo. Tras la cena del martes, visita nocturna a la playa. La búsqueda de unas algas que, con la fuerza de las olas y la oscuridad de la noche, convierten en magia de colores un lugar (no importa cuál) de la Costa da Morte. Abrazo a María y despedida de Cundins. Al dia siguiente, a Camariñas, centro de descanso de las dos próximas etapas, la de hoy de Ponteceso a Laxe, repetición de la recorrí hace dos años, y que he vivido con la sensación de que salirte de la costa para visitar el Castro de Borneiro y el Dolmen de Dombate es una vuelta de tuerca interior al Camiño un poco forzada, que sólo la vista del Monte do Castelo alivia. Espectacular.
Caminando con Machado
En la mañana del tercer día de ruta me sorprendí cantando el Retrato de Antonio Machado, cantado por Joan Manuel Serrat (y no me preguntes por qué, porque no lo sé) Ahora, ya no se me queda la letra de una sola canción, pero el disco de Serrat al poeta lo recito al dedillo, para acabar gritando aquello de «Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno». Y de eso se trata, de verse bien, bueno, de estar en paz con uno mismo, de ocuparse sólo de lo que depende de uno mismo. Y así, los kilómetros, como la vida, caen sin darte cuenta y, en mi caso, entre versos:
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla (…) Mi juventud veinte años en tierras de Castilla (…) Mi historia algunos casos, que recordar no quiero (…) Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna…
Y así hasta el final. A veces confundiendo estrofas y su orden pero imitando la particular voz del poeta, el gran Serrat… Todo eso por el paseo fluvial por el río Anllóns. Las gentes que me encontraba de frente ni me escuchaban. Auriculares en las orejas, mascarilla temerosa y aburrimiento en el andar… Tristeza de pandemia.
«Y al echar la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar»
Con estos versos de Caminante, me adentré por la Senda de Os Moiños, que me llevaría al Castro de Borneiro por un camino de vegetación cerrada y en el que sólo se escuchaba el abundante agua -la que hizo funcionar los molinos in illo tempore-, mi respiración y las pisadas sobre las hojas húmedas. Un viento suave y el abrigo de los árboles hizo sue sintiera cierto frío en el trayecto. Y se agradece.
La magia de Barda
Monte do Castelo es un espectáculo, como lo fue el martes el pueblo de Roncudo, y las múltiples vistas de Punta Nariga, camino de Corme. La Praia da Barda, todavía envuelta en nubes bajas y tierra húmeda, un lujo para los sentidos. Sin olejae, el olor a mar y a humedad de los helechos, dan paso a la arena blanca de esta coqueta playa, escondida como ensenada de la ferocidad, el martes sorprendentemente calma de sus aguas. Un regalo.
Y el jueves, el reto. La etapa doble, la que he preparado con esmero, y de la que espero… No espero más que disfrutarla. 41 kilómetros que pondrán a prueba mi resistencia y mi cuerpo, la única etapa enteramente deportiva, de dos trayectos que ya conozco porque los hice como caminante cuando hice camino al andar. Y hoy, ahora, no soy el mismo. Y Laxe-Arou, y Arou-Camariñas, sólo mantienen el nombre y mi recuerdo. Hasta mañana. Fins demà…